Francisco Rodríguez / Índice Político
LLEVA YA CUATRO años –y un día, pues todos cuentan y nos pesan– como ocupante de Los Pinos y todavía no se hace responsable de sus actos. Aún inculpa al pasado o, concretamente al PRI, de cuanto problema crea y no ha sabido o no ha podido resolver. La mediocridad es su sino. Busca culpables. No se asume responsable de absolutamente nada.
Dice Jairo Uparella en su Manual del Perfecto Mediocre que esta actitud ante la vida es producto de un pobre pensamiento, un pobre modo de actuar, un pobre modo de hablar y un pobre modo de enfrentar las diversas situaciones cotidianas.
Se trataría, en todo caso, de una pobreza que se supone a sí misma inteligente, activa, decidida… pero que en realidad es todo lo contrario. Peor aún cuando es exaltada por otro puñado de mediocres que actúan como sus paniaguados e incluso sus corifeos sexenales: ya cambiará la Administración y, entonces sí, estos otros mediocres darán cuenta de la mediocridad en la que Calderón se desenvuelve.
No sólo él. En buena medida nuestra sociedad es también mediocre. No reacciona ante la mediocridad de sus políticos. Conformista, no pide más porque no conoce más.
Los mediocres profesionales, que no es lo mismo que profesionales mediocres, están en todas partes seguramente apadrinados y atornillados en sus cargos, mientras que aquellos que de una forma u otra se rebelan ante el conocimiento de estos casos, son maldecidos cual molestos zancudos que revolotean en el idílico paraíso de la mediocridad.
La cuestión no está en que existan los mediocres, sino en la cualidad de poder que ostenten, en el uso que hagan de él y en los objetivos que se tracen. Nuestro país desde hace mucho tiempo ha sido gobernado por mediocres, la empresa privada ha sido dirigida por mediocres, los medios de comunicación tienen en su seno a muchos mediocres, en el campo profesional hay mediocres, en la educación los resultados reflejan la existencia de un gran número de mediocres, en la familia hay muchos padres mediocres, en fin la circunstancia de escribir sobre esto tampoco me separa de la calificación: cualquiera de nosotros pudiera serlo en cuanto, desprevenido, se convierta y haga uso de ese poder que a cada cual le otorga la mediocridad como régimen de vida.
Ahora bien, en el caso concreto de Felipe Calderón, ¿es su mediocridad una actitud mental racional de la que ni siquiera se da cuenta o simplemente es una reacción física ante las circunstancias que lo mantienen a raya?
Bien pudieran ser ambas. Su biografía, por principio, lo presenta cual un legislador mediocre, un dirigente partidista punto menos que mediocre, y un candidato mediocre que, para descollar, hubo de echar mano a una guerra de lodo que otros menos mediocres –y extranjeros– pusieron en marcha para él.
Ganó mediocremente –legal, pero no legítimamente– el volverse ocupante de Los Pinos. Y es en la más asquerosa de todas las mediocridades que ha realizado sus tareas los últimos mil 462 días. Todavía nos esperan un par de años más de mediocridades, le aseguro.
Ahora mismo sus calificaciones son mediocres, de acuerdo a las más conocidas casas encuestadoras. En la medianía –del uno al diez–, sus cincos y seises en cuanto a reconocimiento a su gestión y sus labores, lo colocan muy lejos del aplauso generalizado y más cerca de la atronadora silbatina. Ni fu ni fa, pues.
Como buen mediocre, además, no sólo inculpa a los demás de sus fallas y errores, también se rodea de mediocres y destierra, expulsa y reniega de quienes se atreven a brillar –v.g. Manuel Espino– un poco más que él. En tal sentido, es fácil adivinar quién será el próximo dirigente nacional de su partido, el PAN: el mayor de los mediocres que a ese puesto aspiran.
En ese partido el más mediocre rige.
En fin, que el crecimiento económico es mediocre tirándole a fracasado. Que la seguridad es asimismo mediocre, con más mediocres encargándose de proteger a los nada mediocres delincuentes. Que los programas sociales están diseñados y operados para que la gran mayoría ni siquiera llegue a la mediocridad sino se quede permanentemente en la miseria. Que la gobernabilidad, toda, es asimismo mediocre. Y que ante el mundo aparecemos más mediocres que nunca, al aceptar el actual estado de cosas.
En estos últimos diez años “mediocrear” ha sido el verbo.
Y lo seguiremos conjugando un par de años más.
Índice Flamígero: Reporta www.elsemanario.com.mx, de Samuel García: Dentro de los Diálogos con motivo del Cuarto Año de Gobierno, Felipe Calderón Hinojosa presumió los logros que se han alcanzado durante su administración y los organizó en cinco ejes: 1. Estado de Derecho y Seguridad Pública; 2. Economía Competitiva y Generadora de Empleos; 3. Igualdad de Oportunidades; 4. Desarrollo Sustentable; 5. Democracia Efectiva y Política Exterior Responsable. Sin embargo, estos avances pregonados por el Ejecutivo federal no coinciden con la percepción de la sociedad. Según una encuesta de consulta Mitofsky, 32% de la gente reporta que Felipe Calderón tiene el control de lo que pasa y 62% que dice que las cosas se están saliendo de su control…”
LLEVA YA CUATRO años –y un día, pues todos cuentan y nos pesan– como ocupante de Los Pinos y todavía no se hace responsable de sus actos. Aún inculpa al pasado o, concretamente al PRI, de cuanto problema crea y no ha sabido o no ha podido resolver. La mediocridad es su sino. Busca culpables. No se asume responsable de absolutamente nada.
Dice Jairo Uparella en su Manual del Perfecto Mediocre que esta actitud ante la vida es producto de un pobre pensamiento, un pobre modo de actuar, un pobre modo de hablar y un pobre modo de enfrentar las diversas situaciones cotidianas.
Se trataría, en todo caso, de una pobreza que se supone a sí misma inteligente, activa, decidida… pero que en realidad es todo lo contrario. Peor aún cuando es exaltada por otro puñado de mediocres que actúan como sus paniaguados e incluso sus corifeos sexenales: ya cambiará la Administración y, entonces sí, estos otros mediocres darán cuenta de la mediocridad en la que Calderón se desenvuelve.
No sólo él. En buena medida nuestra sociedad es también mediocre. No reacciona ante la mediocridad de sus políticos. Conformista, no pide más porque no conoce más.
Los mediocres profesionales, que no es lo mismo que profesionales mediocres, están en todas partes seguramente apadrinados y atornillados en sus cargos, mientras que aquellos que de una forma u otra se rebelan ante el conocimiento de estos casos, son maldecidos cual molestos zancudos que revolotean en el idílico paraíso de la mediocridad.
La cuestión no está en que existan los mediocres, sino en la cualidad de poder que ostenten, en el uso que hagan de él y en los objetivos que se tracen. Nuestro país desde hace mucho tiempo ha sido gobernado por mediocres, la empresa privada ha sido dirigida por mediocres, los medios de comunicación tienen en su seno a muchos mediocres, en el campo profesional hay mediocres, en la educación los resultados reflejan la existencia de un gran número de mediocres, en la familia hay muchos padres mediocres, en fin la circunstancia de escribir sobre esto tampoco me separa de la calificación: cualquiera de nosotros pudiera serlo en cuanto, desprevenido, se convierta y haga uso de ese poder que a cada cual le otorga la mediocridad como régimen de vida.
Ahora bien, en el caso concreto de Felipe Calderón, ¿es su mediocridad una actitud mental racional de la que ni siquiera se da cuenta o simplemente es una reacción física ante las circunstancias que lo mantienen a raya?
Bien pudieran ser ambas. Su biografía, por principio, lo presenta cual un legislador mediocre, un dirigente partidista punto menos que mediocre, y un candidato mediocre que, para descollar, hubo de echar mano a una guerra de lodo que otros menos mediocres –y extranjeros– pusieron en marcha para él.
Ganó mediocremente –legal, pero no legítimamente– el volverse ocupante de Los Pinos. Y es en la más asquerosa de todas las mediocridades que ha realizado sus tareas los últimos mil 462 días. Todavía nos esperan un par de años más de mediocridades, le aseguro.
Ahora mismo sus calificaciones son mediocres, de acuerdo a las más conocidas casas encuestadoras. En la medianía –del uno al diez–, sus cincos y seises en cuanto a reconocimiento a su gestión y sus labores, lo colocan muy lejos del aplauso generalizado y más cerca de la atronadora silbatina. Ni fu ni fa, pues.
Como buen mediocre, además, no sólo inculpa a los demás de sus fallas y errores, también se rodea de mediocres y destierra, expulsa y reniega de quienes se atreven a brillar –v.g. Manuel Espino– un poco más que él. En tal sentido, es fácil adivinar quién será el próximo dirigente nacional de su partido, el PAN: el mayor de los mediocres que a ese puesto aspiran.
En ese partido el más mediocre rige.
En fin, que el crecimiento económico es mediocre tirándole a fracasado. Que la seguridad es asimismo mediocre, con más mediocres encargándose de proteger a los nada mediocres delincuentes. Que los programas sociales están diseñados y operados para que la gran mayoría ni siquiera llegue a la mediocridad sino se quede permanentemente en la miseria. Que la gobernabilidad, toda, es asimismo mediocre. Y que ante el mundo aparecemos más mediocres que nunca, al aceptar el actual estado de cosas.
En estos últimos diez años “mediocrear” ha sido el verbo.
Y lo seguiremos conjugando un par de años más.
Índice Flamígero: Reporta www.elsemanario.com.mx, de Samuel García: Dentro de los Diálogos con motivo del Cuarto Año de Gobierno, Felipe Calderón Hinojosa presumió los logros que se han alcanzado durante su administración y los organizó en cinco ejes: 1. Estado de Derecho y Seguridad Pública; 2. Economía Competitiva y Generadora de Empleos; 3. Igualdad de Oportunidades; 4. Desarrollo Sustentable; 5. Democracia Efectiva y Política Exterior Responsable. Sin embargo, estos avances pregonados por el Ejecutivo federal no coinciden con la percepción de la sociedad. Según una encuesta de consulta Mitofsky, 32% de la gente reporta que Felipe Calderón tiene el control de lo que pasa y 62% que dice que las cosas se están saliendo de su control…”
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