Rubén Cortés
Las maneras encontradas por 14 estados para legalizar la mariguana demuestra la creatividad del capitalismo estadounidense para reponerse de su mayor crisis desde 1929 y sortear la gran reforma financiera de Obama, que impide rescates de Wall Street con fondos públicos.
Por eso Arizona aprobó por un lado una ley permite detener a quien parezca inmigrante, mientras por el otro estimula la construcción de cárceles para indocumentados, que cruzan la frontera por millones gracias al tráfico controlado por el crimen organizado.
Según la National Public Radio de Washington, los impulsores de la SB1070 fueron los cabilderos de Corrections Corporation of America, el más importante contratista privado de sistemas carcelarios en Estados Unidos.
La legalización de la mariguana y la ley Arizona son reacciones típicamente americanas para hacer dinero legal cuando las prohibiciones únicamente provocan que la delincuencia se lleve las ganancias, como cuando la ley Volstead (1919-33), que prohibió hacer, vender, transportar, importar y exportar licores.
Al promulgarla, el senador Volstead anunció: “Esta noche nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños”.
Pero sucedió todo lo contrario: en 1933 la ley fue derogada porque sólo sirvió para que murieran 30 mil personas y otras 100 mil se quedaran ciegas o paraliticas por beber alcoholes adulterados, además de que las prisiones se llenaron con 45 mil nuevos reos.
Hasta Ernest Hemingway sacó lasca de la ley seca, poco antes de su derogación. Sentado en la barra del bar Sloppy Joe’s, en Cayo Hueso, Florida, el escritor le pidió prestado al dueño del local, Joe Russell, su yate Anita, para contrabandear licor desde La Habana.
Se pusieron de acuerdo y Hemingway consiguió en la casa Recalt, de la capital cubana, 700 cajas de coñac de 24 botellas cada una. Compraba la botella a 40 centavos y luego su amigo Russell la vendía a 3.50 dólares en el Sloppy Joe’s.
El negocio le reportó a Hemingway cuatro mil dólares y con ese dinero hizo su primer safari a África, en 1936, tras el cual escribió Las nieves del Kilimanjaro y La breve vida feliz de Francis Macomber.
Porque las prohibiciones nunca funcionaron. Aquí lo ha explicado mejor que nadie Vicente Fox en un momento de lucidez de su destemplado estilo:
“Es decir lo que estarías cambiando es un negocio que hoy se maneja por criminales, a un negocio que se maneje por empresarios y productores y agricultores, un negocio que va a estar totalmente bajo control, legal, ordenado, regulado”.
Sólo de eso se trata.
Las maneras encontradas por 14 estados para legalizar la mariguana demuestra la creatividad del capitalismo estadounidense para reponerse de su mayor crisis desde 1929 y sortear la gran reforma financiera de Obama, que impide rescates de Wall Street con fondos públicos.
Por eso Arizona aprobó por un lado una ley permite detener a quien parezca inmigrante, mientras por el otro estimula la construcción de cárceles para indocumentados, que cruzan la frontera por millones gracias al tráfico controlado por el crimen organizado.
Según la National Public Radio de Washington, los impulsores de la SB1070 fueron los cabilderos de Corrections Corporation of America, el más importante contratista privado de sistemas carcelarios en Estados Unidos.
La legalización de la mariguana y la ley Arizona son reacciones típicamente americanas para hacer dinero legal cuando las prohibiciones únicamente provocan que la delincuencia se lleve las ganancias, como cuando la ley Volstead (1919-33), que prohibió hacer, vender, transportar, importar y exportar licores.
Al promulgarla, el senador Volstead anunció: “Esta noche nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños”.
Pero sucedió todo lo contrario: en 1933 la ley fue derogada porque sólo sirvió para que murieran 30 mil personas y otras 100 mil se quedaran ciegas o paraliticas por beber alcoholes adulterados, además de que las prisiones se llenaron con 45 mil nuevos reos.
Hasta Ernest Hemingway sacó lasca de la ley seca, poco antes de su derogación. Sentado en la barra del bar Sloppy Joe’s, en Cayo Hueso, Florida, el escritor le pidió prestado al dueño del local, Joe Russell, su yate Anita, para contrabandear licor desde La Habana.
Se pusieron de acuerdo y Hemingway consiguió en la casa Recalt, de la capital cubana, 700 cajas de coñac de 24 botellas cada una. Compraba la botella a 40 centavos y luego su amigo Russell la vendía a 3.50 dólares en el Sloppy Joe’s.
El negocio le reportó a Hemingway cuatro mil dólares y con ese dinero hizo su primer safari a África, en 1936, tras el cual escribió Las nieves del Kilimanjaro y La breve vida feliz de Francis Macomber.
Porque las prohibiciones nunca funcionaron. Aquí lo ha explicado mejor que nadie Vicente Fox en un momento de lucidez de su destemplado estilo:
“Es decir lo que estarías cambiando es un negocio que hoy se maneja por criminales, a un negocio que se maneje por empresarios y productores y agricultores, un negocio que va a estar totalmente bajo control, legal, ordenado, regulado”.
Sólo de eso se trata.
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