Chantal López y Omar Cortés / Antorcha Biblioteca Virtual
La campaña militar promovida por Francisco I. Madero fue realmente muy corta y la rapidez de su conclusión debiose, principalmente, a la actividad del señor Pascual Orozco, principal operador militar antirreeleccionista, quien fue capaz de apuntarse triunfos militares que seriamente mellaron la psicología del mando castrense porfirista.
Cabe destacar como particularidad del proceso militar antirreeleccionista los roces e incluso serios enfrentamientos que se llegaron a generar entre las fuerzas maderistas y las que bregaban bajo la bandera de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, presidida por Ricardo Flores Magón, que paralelamente al maderismo llevo a efecto una importante movilización de sus alicaidas fuerzas militares, en los Estados del Norte de la República Mexicana, siendo particularmente en el Estado de Chihuahua donde se generarían las más importantes fricciones.
Ponemos énfasis en esto porque existe al respecto una incomprensible conspiración del silencio promovida, incluso, por las mentes belicistas de quienes se empeñan en revolver las terminologias revolución con lucha armada, y que en este caso particular, el referente a la participación de las fuerzas guerreristas liberales, cobijadas con la bandera Tierra y Libertad, blandida por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, guardan un completo silencio al respecto.
Llama nuestra atención que la participación liberal en la campaña promovida por Madero, sea pasada por alto, como si no hubiese existido. Pero la realidad es la realidad, y el hecho fue que esa participación existió y que los conflictos generados entre esas dos fuerzas revolucionarias, serían los primeros que marcarían la pauta de los desatinos y errores que, prácticamente uno tras otro, el señor Francisco I. Madero cometería.
Los primeros barruntos del divisionismo que posteriormente se contagiaría al seno mismo del antirreeleccionismo, ya los encontramos en las fricciones habidas entre antirreeleccionistas y liberales.
Finalmente con el sitio a la fronteriza población chihuahuense de Ciudad Juárez, y sobre todo al impacto que tal acontecimiento generaría entre la población norteamericana, la balanza cargose plenamente del lado maderista.
Porfirio Díaz, sabedor de que su gloria había llegado a su fin, ni tardo ni perezoso púsose a idear la manera de intentar salvar lo salvable. Para ello, evaluo sus posibilidades, sabedor de que entre los vencedores, contaba también con sus caballitos de Troya, representados en la familia del mismísimo señor Madero.
En efecto, el padre y el tío del señor Francisco I. Madero, sólidos vínculos tenían con la institucionalidad porfirista representada en el denominado Partido Científico, al ligarlos una sólida amistad con el señor Limantour; así, el viejo zorro de mar seguro estaba de que buena tajada podía sacar de esa situación, por lo que rápidamente envió a sus operadores con el preciso fin de iniciar un diálogo para, según él, dar continuidad a la República; esto es, el cuidar que no se generase un rompimiento institucional, sino más bien una suave transición del régimen por el encabezado al que seguramente el mismo Francisco I. Madero terminaría por encabezar.
En base a este discurso, y dolosamente advirtiendo sobre la posibilidad de hundir a México en un baño de sangre si no se tendía ese puente transitorio, el viejo general saliose finalmente con la suya, logrando convencer al señor Madero, aunque no a sus allegados más cercanos, de estructurar el puente transitorio por medio de un conjunto normativo que a la historia ha pasado con el nombre de los Tratados de Ciudad Juárez.
Aceptados los susodichos Tratados, y estableciéndose el interinato presidencial en la persona de Francisco León de la Barra, el viejo dictador, gloria de la batalla del 2 de abril, pudo ver con satisfacción que había logrado salirse con la suya.
Así, si en el terreno de los porfiristas había indudable satisfacción por los acuerdos logrados, en el campo antirreeleccionista, en cambio, el encono, la división y las recriminaciones entre individuos y corrientes, pusiéronse a la orden del día.
No había que ser genio para vislumbrar la cantidad de problemas que el aparente movimiento triunfante iba, en breve, a encarar.
La campaña militar promovida por Francisco I. Madero fue realmente muy corta y la rapidez de su conclusión debiose, principalmente, a la actividad del señor Pascual Orozco, principal operador militar antirreeleccionista, quien fue capaz de apuntarse triunfos militares que seriamente mellaron la psicología del mando castrense porfirista.
Cabe destacar como particularidad del proceso militar antirreeleccionista los roces e incluso serios enfrentamientos que se llegaron a generar entre las fuerzas maderistas y las que bregaban bajo la bandera de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, presidida por Ricardo Flores Magón, que paralelamente al maderismo llevo a efecto una importante movilización de sus alicaidas fuerzas militares, en los Estados del Norte de la República Mexicana, siendo particularmente en el Estado de Chihuahua donde se generarían las más importantes fricciones.
Ponemos énfasis en esto porque existe al respecto una incomprensible conspiración del silencio promovida, incluso, por las mentes belicistas de quienes se empeñan en revolver las terminologias revolución con lucha armada, y que en este caso particular, el referente a la participación de las fuerzas guerreristas liberales, cobijadas con la bandera Tierra y Libertad, blandida por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, guardan un completo silencio al respecto.
Llama nuestra atención que la participación liberal en la campaña promovida por Madero, sea pasada por alto, como si no hubiese existido. Pero la realidad es la realidad, y el hecho fue que esa participación existió y que los conflictos generados entre esas dos fuerzas revolucionarias, serían los primeros que marcarían la pauta de los desatinos y errores que, prácticamente uno tras otro, el señor Francisco I. Madero cometería.
Los primeros barruntos del divisionismo que posteriormente se contagiaría al seno mismo del antirreeleccionismo, ya los encontramos en las fricciones habidas entre antirreeleccionistas y liberales.
Finalmente con el sitio a la fronteriza población chihuahuense de Ciudad Juárez, y sobre todo al impacto que tal acontecimiento generaría entre la población norteamericana, la balanza cargose plenamente del lado maderista.
Porfirio Díaz, sabedor de que su gloria había llegado a su fin, ni tardo ni perezoso púsose a idear la manera de intentar salvar lo salvable. Para ello, evaluo sus posibilidades, sabedor de que entre los vencedores, contaba también con sus caballitos de Troya, representados en la familia del mismísimo señor Madero.
En efecto, el padre y el tío del señor Francisco I. Madero, sólidos vínculos tenían con la institucionalidad porfirista representada en el denominado Partido Científico, al ligarlos una sólida amistad con el señor Limantour; así, el viejo zorro de mar seguro estaba de que buena tajada podía sacar de esa situación, por lo que rápidamente envió a sus operadores con el preciso fin de iniciar un diálogo para, según él, dar continuidad a la República; esto es, el cuidar que no se generase un rompimiento institucional, sino más bien una suave transición del régimen por el encabezado al que seguramente el mismo Francisco I. Madero terminaría por encabezar.
En base a este discurso, y dolosamente advirtiendo sobre la posibilidad de hundir a México en un baño de sangre si no se tendía ese puente transitorio, el viejo general saliose finalmente con la suya, logrando convencer al señor Madero, aunque no a sus allegados más cercanos, de estructurar el puente transitorio por medio de un conjunto normativo que a la historia ha pasado con el nombre de los Tratados de Ciudad Juárez.
Aceptados los susodichos Tratados, y estableciéndose el interinato presidencial en la persona de Francisco León de la Barra, el viejo dictador, gloria de la batalla del 2 de abril, pudo ver con satisfacción que había logrado salirse con la suya.
Así, si en el terreno de los porfiristas había indudable satisfacción por los acuerdos logrados, en el campo antirreeleccionista, en cambio, el encono, la división y las recriminaciones entre individuos y corrientes, pusiéronse a la orden del día.
No había que ser genio para vislumbrar la cantidad de problemas que el aparente movimiento triunfante iba, en breve, a encarar.
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