Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Francisco Saynez fue incorporado al gabinete de seguridad del presidente Felipe Calderón a escasos 60 minutos de que se anunciara ese paquete de secretarios del gobierno entrante como responsable de la Marina. Un golpe de destino provocó que el elegido originalmente perdiera el cargo, y alterara el futuro. Como secretario de la Marina, Saynez se ha convertido en ese sello apocalíptico del Presidente, como el que abrió el camino a la guerra sucia que ronda ominosamente sobre el gobierno.
Dos operaciones de alto impacto realizadas por comandos especiales de la Marina en el último año proyectan la visión pesadilla en lo que se convertirá la guerra contra las drogas en México. Las caídas de Arturo Beltrán Leyva y de Ezequiel Cárdenas Guillén. Dieron un campanazo tan sonoro que pasaron desapercibidos los detalles que colocan a las autoridades bajo sospecha si el objetivo final de su acción era realmente ejecutarlos: el cuerpo de Beltrán Leyva con disparos en la cabeza a corta distancia en una pasillo donde no había habido fuego cruzado; y la pared de la bodega donde se encontraba Cárdenas Guillén, que fue totalmente derruida con fusiles de asalto y granadas.
El cuerpo de Beltrán Leyva tapizado con billetes, fue mostrado por los marinos a la prensa, transportada por ellos mismos a Cuernavaca para que dieran fe de su golpe mortal. Esa exhibición morbosa que utilizó el mismo recurso propagandístico de los cárteles de las drogas, les generó críticas y bajas: la ejecución de la familia de uno de los comandos que participaron. Pero aprendieron rápido. El cuerpo de Cárdenas Guillén nunca lo mostraron, al disponer un apagón mediático que impidió que nadie viera su cuerpo. En este caso, lo único que recibieron fueron loas.
Nadie puede regatear el esfuerzo en la lucha contra criminales, pero el problema se encuentra en otro lado: la falta de contemplaciones de los marinos. Sus comandos realizan operaciones quirúrgicas y matan, pues los arrestos no parecer ser lo suyo. Hay imágenes donde narcotraficantes que fueron detenidos por ellos que días después aparecen muertos. Hay testimonios de personas que arrestaron, de quienes nadie sabe su paradero.
Es este capítulo donde los marinos se han convertido en sinónimo de muerte. Saynez es deliberada o inopinadamente el arquitecto de esa doctrina que refleja esporádicamente sus consecuencias en público, y que al mismo tiempo oculta la dureza y mano dura del secretario. En el gabinete de seguridad ha librado batallas –a decir de fuentes federales- para mantener su posición de eliminar a cuanto narcotraficante se cruce en el camino, contra quienes abogan por respetar el estado de Derecho.
Saynez es la paradoja en el gobierno de Calderón. La persona que mejor refleja el lado duro y extremo del Presidente, fue el último miembro del gabinete de seguridad en ser nombrado. El entonces director del Instituto de Seguridad Social de las Fuerzas Armadas fue llamado por el Presidente electo para una reunión donde le dijo que él sería el secretario de la Marina, y que lo iba a anunciar en la siguiente hora. Sorprendido por el nombramiento, Saynez tomó prestada una camisa blanca al equipo de Calderón para utilizarla momentos después en la presentación de prensa.
No esperaba ser secretario de la Marina, aunque el almirante diplomado del Estado Mayor tenía todos los méritos. Fue comandante de las fuerzas navales del Golfo y del Pacífico, y estuvo a cargo de tres regiones navales y dos zonas navales, lo que le daba una amplia experiencia de mando. Como muchos de los secretarios militares en México, pasó por la agregaduría naval en la Embajada de México en Washington –también lo fue en el Reino Unido-, y estudió un año en el Colegio Interamericano de Defensa, en los suburbios de la capital estadounidense, por donde pasan las élites castrenses latinoamericanas.
Saynez, que no suele hablar con la prensa, es muy elocuente en las reuniones del gabinete de seguridad. Funcionarios federales que lo han escuchado se sorprenden por la forma decidida a impulsar la línea de dureza extrema contra narcotraficantes, sobre quienes piensa no debería de haber consideración alguna. La Marina es el último cuerpo del aparato de seguridad en entrar a la guerra contra el narcotráfico, pero el que más problemas dará. El gobierno de Estados Unidos, que los procura, es uno de los que se preocupan.
Cuando la Policía Federal capturó este año a “La Barbie”, Edgar Valdés Villarreal, la DEA distribuyó rápidamente a través de las redes sociales la fotografía del criminal al ser detenido por el temor que tenía que su ciudadano –nació en Texas- terminara muerto, como resultado de “un enfrentamiento”. En la cabeza de los agentes estadounidenses estaban las operaciones de la Marina, y la muerte de uno de sus ciudadanos, aún si era un delincuente, les generaría problemas de opinión pública y consecuencias políticas.
Pero, paradoja del gobierno de Barack Obama, al mismo tiempo la Marina es lo más cercano que tiene Estados Unidos en la guerra contra el narcotráfico en México. El grueso de su información de inteligencia viene directamente de Washington, lo que le ha permitido un lugar especial a los marinos en el ánimo de los mexicanos. Eso sucedió con Beltrán Leyva y con Cárdenas Guillén; eso pasó con varios decomisos importantes de metanfetaminas en los puertos del Pacífico. Operativa y tácticamente también están detrás de los marinos. Inclusive, la operación contra Beltrán Leyva fue ejecutada totalmente en inglés.
Lo que aún no alcanzan a ver muchos, incluido el presidente Calderón, es que la línea de acción que tiene la Marina es de alto riesgo para el futuro mediato. Si una persona reflexiona en el caso del ex presidente Luis Echeverría, que vive en arraigo domiciliario a partir de pruebas circunstanciales y dichos de terceros que lo acusan de ser responsable en la guerra sucia, ¿qué puede pasar con el presidente Calderón? ¿con sus secretarios involucrados en la guerra contra las drogas?
A diferencia de Echeverría, con Calderón hay videograbaciones, fotos y declaraciones ministeriales que los inculpa en desapariciones y violaciones a los derechos humanos. El Presidente es la cabeza, pero las mismas pruebas pueden inculpar al secretario de la Marina. La posibilidad de que vengan juicios nacionales e internacionales contra Calderón y Saynez no es un tema tabú, pero no parece preocuparles demasiado. El futuro de ellos está el presente aunque el pasado, que los perseguirá, ya no tiene reversa.
Francisco Saynez fue incorporado al gabinete de seguridad del presidente Felipe Calderón a escasos 60 minutos de que se anunciara ese paquete de secretarios del gobierno entrante como responsable de la Marina. Un golpe de destino provocó que el elegido originalmente perdiera el cargo, y alterara el futuro. Como secretario de la Marina, Saynez se ha convertido en ese sello apocalíptico del Presidente, como el que abrió el camino a la guerra sucia que ronda ominosamente sobre el gobierno.
Dos operaciones de alto impacto realizadas por comandos especiales de la Marina en el último año proyectan la visión pesadilla en lo que se convertirá la guerra contra las drogas en México. Las caídas de Arturo Beltrán Leyva y de Ezequiel Cárdenas Guillén. Dieron un campanazo tan sonoro que pasaron desapercibidos los detalles que colocan a las autoridades bajo sospecha si el objetivo final de su acción era realmente ejecutarlos: el cuerpo de Beltrán Leyva con disparos en la cabeza a corta distancia en una pasillo donde no había habido fuego cruzado; y la pared de la bodega donde se encontraba Cárdenas Guillén, que fue totalmente derruida con fusiles de asalto y granadas.
El cuerpo de Beltrán Leyva tapizado con billetes, fue mostrado por los marinos a la prensa, transportada por ellos mismos a Cuernavaca para que dieran fe de su golpe mortal. Esa exhibición morbosa que utilizó el mismo recurso propagandístico de los cárteles de las drogas, les generó críticas y bajas: la ejecución de la familia de uno de los comandos que participaron. Pero aprendieron rápido. El cuerpo de Cárdenas Guillén nunca lo mostraron, al disponer un apagón mediático que impidió que nadie viera su cuerpo. En este caso, lo único que recibieron fueron loas.
Nadie puede regatear el esfuerzo en la lucha contra criminales, pero el problema se encuentra en otro lado: la falta de contemplaciones de los marinos. Sus comandos realizan operaciones quirúrgicas y matan, pues los arrestos no parecer ser lo suyo. Hay imágenes donde narcotraficantes que fueron detenidos por ellos que días después aparecen muertos. Hay testimonios de personas que arrestaron, de quienes nadie sabe su paradero.
Es este capítulo donde los marinos se han convertido en sinónimo de muerte. Saynez es deliberada o inopinadamente el arquitecto de esa doctrina que refleja esporádicamente sus consecuencias en público, y que al mismo tiempo oculta la dureza y mano dura del secretario. En el gabinete de seguridad ha librado batallas –a decir de fuentes federales- para mantener su posición de eliminar a cuanto narcotraficante se cruce en el camino, contra quienes abogan por respetar el estado de Derecho.
Saynez es la paradoja en el gobierno de Calderón. La persona que mejor refleja el lado duro y extremo del Presidente, fue el último miembro del gabinete de seguridad en ser nombrado. El entonces director del Instituto de Seguridad Social de las Fuerzas Armadas fue llamado por el Presidente electo para una reunión donde le dijo que él sería el secretario de la Marina, y que lo iba a anunciar en la siguiente hora. Sorprendido por el nombramiento, Saynez tomó prestada una camisa blanca al equipo de Calderón para utilizarla momentos después en la presentación de prensa.
No esperaba ser secretario de la Marina, aunque el almirante diplomado del Estado Mayor tenía todos los méritos. Fue comandante de las fuerzas navales del Golfo y del Pacífico, y estuvo a cargo de tres regiones navales y dos zonas navales, lo que le daba una amplia experiencia de mando. Como muchos de los secretarios militares en México, pasó por la agregaduría naval en la Embajada de México en Washington –también lo fue en el Reino Unido-, y estudió un año en el Colegio Interamericano de Defensa, en los suburbios de la capital estadounidense, por donde pasan las élites castrenses latinoamericanas.
Saynez, que no suele hablar con la prensa, es muy elocuente en las reuniones del gabinete de seguridad. Funcionarios federales que lo han escuchado se sorprenden por la forma decidida a impulsar la línea de dureza extrema contra narcotraficantes, sobre quienes piensa no debería de haber consideración alguna. La Marina es el último cuerpo del aparato de seguridad en entrar a la guerra contra el narcotráfico, pero el que más problemas dará. El gobierno de Estados Unidos, que los procura, es uno de los que se preocupan.
Cuando la Policía Federal capturó este año a “La Barbie”, Edgar Valdés Villarreal, la DEA distribuyó rápidamente a través de las redes sociales la fotografía del criminal al ser detenido por el temor que tenía que su ciudadano –nació en Texas- terminara muerto, como resultado de “un enfrentamiento”. En la cabeza de los agentes estadounidenses estaban las operaciones de la Marina, y la muerte de uno de sus ciudadanos, aún si era un delincuente, les generaría problemas de opinión pública y consecuencias políticas.
Pero, paradoja del gobierno de Barack Obama, al mismo tiempo la Marina es lo más cercano que tiene Estados Unidos en la guerra contra el narcotráfico en México. El grueso de su información de inteligencia viene directamente de Washington, lo que le ha permitido un lugar especial a los marinos en el ánimo de los mexicanos. Eso sucedió con Beltrán Leyva y con Cárdenas Guillén; eso pasó con varios decomisos importantes de metanfetaminas en los puertos del Pacífico. Operativa y tácticamente también están detrás de los marinos. Inclusive, la operación contra Beltrán Leyva fue ejecutada totalmente en inglés.
Lo que aún no alcanzan a ver muchos, incluido el presidente Calderón, es que la línea de acción que tiene la Marina es de alto riesgo para el futuro mediato. Si una persona reflexiona en el caso del ex presidente Luis Echeverría, que vive en arraigo domiciliario a partir de pruebas circunstanciales y dichos de terceros que lo acusan de ser responsable en la guerra sucia, ¿qué puede pasar con el presidente Calderón? ¿con sus secretarios involucrados en la guerra contra las drogas?
A diferencia de Echeverría, con Calderón hay videograbaciones, fotos y declaraciones ministeriales que los inculpa en desapariciones y violaciones a los derechos humanos. El Presidente es la cabeza, pero las mismas pruebas pueden inculpar al secretario de la Marina. La posibilidad de que vengan juicios nacionales e internacionales contra Calderón y Saynez no es un tema tabú, pero no parece preocuparles demasiado. El futuro de ellos está el presente aunque el pasado, que los perseguirá, ya no tiene reversa.
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