Olga Pellicer
Este 2 de noviembre tendrán lugar las elecciones intermedias en Estados Unidos. Está en juego el total de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y 37 gobiernos estatales. Entre estos últimos se encuentran los estados fronterizos de California, Nuevo México Arizona y Texas. Los resultados cambiarán la correlación de fuerzas políticas en la Unión Americana; para México, los efectos se dejarán sentir de inmediato.
Encuestas y análisis coinciden en señalar que el Partido Demócrata sufrirá importantes pérdidas. El escenario más probable es la pérdida de la mayoría en la Cámara de Representantes, una disminución en el número de asientos en el Senado, sin que sea todavía claro si el Partido Republicano podrá, a su vez, obtener la mayoría que requiere para imponer decisiones. En otras palabras, se espera un gobierno dividido: mayoría republicana en la Cámara y ausencia de mayorías contundentes, demócrata o republicana, en el Senado.
Es normal que en las elecciones intermedias el partido en el poder experimente pérdidas. Esta vez lo llamativo ha sido la intensidad de la contienda, en parte por la dimensión de los recursos invertidos, en parte por la vehemencia del debate. De acuerdo con un reportaje aparecido en Washington Post (25/10), se trata de las elecciones intermedias más caras que hayan tenido lugar en Estados Unidos. Se calcula que al terminar las campañas se habrán invertido más de 2 mil millones de dólares; el equivalente a 4 millones de dólares por cada asiento en disputa.
Esa cifra tan elevada de recursos revela la cantidad de intereses que se encuentran en juego. Parte de esos fondos provienen de grupos de interés y corporaciones actuando de manera anónima; su objetivo más evidente es la derrota de ciertos candidatos demócratas. En otros casos, se trata de candidatos republicanos muy poderosos económicamente, como Linda McMahon, republicana de Connecticut, que ha invertido 40 millones de su fortuna personal para derrotar a su contrincante demócrata.
Paralelamente al gasto desenfrenado, la campaña se ha distinguido por el histerismo de las acusaciones en contra del gobierno de Obama provenientes, principalmente, de los miembros del movimiento conocido como Tea Party. Para ellos, la administración de Obama conduce al país al comunismo, destroza los valores más sagrados de la sociedad estadunidense, favorece los movimientos religiosos que son enemigos de los Estados Unidos, es partidario de crímenes como el aborto o de la destrucción de las familias a través de las bodas homosexuales y otras acusaciones propias de la extrema derecha
Ese ambiente, signo de una gran polarización y temores irracionales, ha tenido como caldo de cultivo la situación económica. La economía es la preocupación dominante al momento de celebrarse estas elecciones, la que permite los extremos ideológicos y la entrada a la campaña de poderosos grupos de interés. Hay temor por la lentitud de la recuperación e incertidumbre respecto a la posibilidad de una recaída; inquieta, en particular, el desempleo que se mantiene en índices muy altos (10%), el pago de las hipotecas, el gasto gubernamental y los niveles del déficit público.
En algunos círculos se empieza a tocar el réquiem para el gobierno de Obama. Consideran estas elecciones el presagio de su derrota en 2012. Sin embargo, la historia electoral de Estados Unidos obliga a ver con cautela esas opiniones. Cabe recordar que tanto Reagan como Clinton se encontraban en índices muy bajos de popularidad en elecciones intermedias en las que su partido sufrió pérdidas considerables. Sin embargo, fueron reelegidos con amplio margen en las presidenciales celebradas dos años después.
En este momento, los resultados están bajo la influencia de un gran activismo republicano y una apatía de los votantes demócratas, quienes se encuentran desilusionados y, según encuestas, permanecerán en sus casas el día de la elección. Sin embargo, ello no significa que se volcarían hacia los republicanos en las presidenciales, ni que mantendrían el abstencionismo en esa ocasión. Todo depende del golpe de timón que dé Obama para recuperar popularidad los próximos dos años. Gran parte de su futuro, además de habilidad política, está relacionado con el comportamiento de la economía, así como del entusiasmo que pudiesen levantar los proyectos republicanos. Hasta ahora esos proyectos han resultado interesantes en círculos locales, de allí su avance electoral. Pero el partido está muy dividido entre radicales y moderados y no se vislumbra un líder con capacidad de unirlos y posibilidad de triunfo a nivel nacional.
El cambio en el mapa político en Estados Unidos que tomará forma el 2 de noviembre presenta serios desafíos para México. Hay motivos para esperar con temor los resultados en los gobiernos fronterizos. Así, Bill Richardson, de Nuevo México, podría ser sustituido por una gobernadora republicana, Susana Martínez, cuyas posiciones en contra de trabajadores indocumentados ya son conocidas.
De otra parte, la llegada de nuevos representantes al Congreso obliga a estudiar su perfil e identificar las posiciones que pudiesen tener influencia en decisiones que afectan a México. Por ejemplo, se sabe que la Asociación del Rifle ha sido particularmente generosa financiando a candidatos que, desde luego, se opondrán a cualquier intento de restablecer la prohibición de venta de armas de asalto, un asunto que interesa particularmente al gobierno de Felipe Calderón.
Están por delante dos años difíciles en Estados Unidos, con un Congreso polarizado donde se empantanará cualquier iniciativa y un Ejecutivo concentrado en preparar su reelección. Con ese interlocutor se tendrá que dialogar sobre problemas vitales para nuestro país ¿Podrá hacerse?
Este 2 de noviembre tendrán lugar las elecciones intermedias en Estados Unidos. Está en juego el total de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y 37 gobiernos estatales. Entre estos últimos se encuentran los estados fronterizos de California, Nuevo México Arizona y Texas. Los resultados cambiarán la correlación de fuerzas políticas en la Unión Americana; para México, los efectos se dejarán sentir de inmediato.
Encuestas y análisis coinciden en señalar que el Partido Demócrata sufrirá importantes pérdidas. El escenario más probable es la pérdida de la mayoría en la Cámara de Representantes, una disminución en el número de asientos en el Senado, sin que sea todavía claro si el Partido Republicano podrá, a su vez, obtener la mayoría que requiere para imponer decisiones. En otras palabras, se espera un gobierno dividido: mayoría republicana en la Cámara y ausencia de mayorías contundentes, demócrata o republicana, en el Senado.
Es normal que en las elecciones intermedias el partido en el poder experimente pérdidas. Esta vez lo llamativo ha sido la intensidad de la contienda, en parte por la dimensión de los recursos invertidos, en parte por la vehemencia del debate. De acuerdo con un reportaje aparecido en Washington Post (25/10), se trata de las elecciones intermedias más caras que hayan tenido lugar en Estados Unidos. Se calcula que al terminar las campañas se habrán invertido más de 2 mil millones de dólares; el equivalente a 4 millones de dólares por cada asiento en disputa.
Esa cifra tan elevada de recursos revela la cantidad de intereses que se encuentran en juego. Parte de esos fondos provienen de grupos de interés y corporaciones actuando de manera anónima; su objetivo más evidente es la derrota de ciertos candidatos demócratas. En otros casos, se trata de candidatos republicanos muy poderosos económicamente, como Linda McMahon, republicana de Connecticut, que ha invertido 40 millones de su fortuna personal para derrotar a su contrincante demócrata.
Paralelamente al gasto desenfrenado, la campaña se ha distinguido por el histerismo de las acusaciones en contra del gobierno de Obama provenientes, principalmente, de los miembros del movimiento conocido como Tea Party. Para ellos, la administración de Obama conduce al país al comunismo, destroza los valores más sagrados de la sociedad estadunidense, favorece los movimientos religiosos que son enemigos de los Estados Unidos, es partidario de crímenes como el aborto o de la destrucción de las familias a través de las bodas homosexuales y otras acusaciones propias de la extrema derecha
Ese ambiente, signo de una gran polarización y temores irracionales, ha tenido como caldo de cultivo la situación económica. La economía es la preocupación dominante al momento de celebrarse estas elecciones, la que permite los extremos ideológicos y la entrada a la campaña de poderosos grupos de interés. Hay temor por la lentitud de la recuperación e incertidumbre respecto a la posibilidad de una recaída; inquieta, en particular, el desempleo que se mantiene en índices muy altos (10%), el pago de las hipotecas, el gasto gubernamental y los niveles del déficit público.
En algunos círculos se empieza a tocar el réquiem para el gobierno de Obama. Consideran estas elecciones el presagio de su derrota en 2012. Sin embargo, la historia electoral de Estados Unidos obliga a ver con cautela esas opiniones. Cabe recordar que tanto Reagan como Clinton se encontraban en índices muy bajos de popularidad en elecciones intermedias en las que su partido sufrió pérdidas considerables. Sin embargo, fueron reelegidos con amplio margen en las presidenciales celebradas dos años después.
En este momento, los resultados están bajo la influencia de un gran activismo republicano y una apatía de los votantes demócratas, quienes se encuentran desilusionados y, según encuestas, permanecerán en sus casas el día de la elección. Sin embargo, ello no significa que se volcarían hacia los republicanos en las presidenciales, ni que mantendrían el abstencionismo en esa ocasión. Todo depende del golpe de timón que dé Obama para recuperar popularidad los próximos dos años. Gran parte de su futuro, además de habilidad política, está relacionado con el comportamiento de la economía, así como del entusiasmo que pudiesen levantar los proyectos republicanos. Hasta ahora esos proyectos han resultado interesantes en círculos locales, de allí su avance electoral. Pero el partido está muy dividido entre radicales y moderados y no se vislumbra un líder con capacidad de unirlos y posibilidad de triunfo a nivel nacional.
El cambio en el mapa político en Estados Unidos que tomará forma el 2 de noviembre presenta serios desafíos para México. Hay motivos para esperar con temor los resultados en los gobiernos fronterizos. Así, Bill Richardson, de Nuevo México, podría ser sustituido por una gobernadora republicana, Susana Martínez, cuyas posiciones en contra de trabajadores indocumentados ya son conocidas.
De otra parte, la llegada de nuevos representantes al Congreso obliga a estudiar su perfil e identificar las posiciones que pudiesen tener influencia en decisiones que afectan a México. Por ejemplo, se sabe que la Asociación del Rifle ha sido particularmente generosa financiando a candidatos que, desde luego, se opondrán a cualquier intento de restablecer la prohibición de venta de armas de asalto, un asunto que interesa particularmente al gobierno de Felipe Calderón.
Están por delante dos años difíciles en Estados Unidos, con un Congreso polarizado donde se empantanará cualquier iniciativa y un Ejecutivo concentrado en preparar su reelección. Con ese interlocutor se tendrá que dialogar sobre problemas vitales para nuestro país ¿Podrá hacerse?
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