Chantal López y Omar Cortés / Antorcha Biblioteca Virtual
La descomposición del antirreleccionismo
Con la firma de los Tratados de Ciudad Juárez, el sistema porfirista quedó, además de dueño del poder, íntegro en su estructura, y por supuesto, el interinato del señor Francisco León de la Barra, inmediatamente púsose a trabajar, no precisamente en favor de la revolución, sino más bien en pro de la restauración.
Completamente extraviado, el señor Francisco I. Madero, busca mantener unido lo que ya estaba deshecho, mediante sus propuestas para la integración del gabinete de la transición, nombrando ciertos personajes para tratar de quedar bien con quienes se sienten, y con razón, defraudados.
Paralelamente, la nefasta influencia de su padre, Francisco y de su tío, Ernesto, oblíganle a ceder ante los auténticos cantos de sirena entonados por la corriente restauradora de los científicos, quienes, viéndose y sintiéndose libres de la prolongada y vetusta tiranía de Porfirio Díaz, sienten llegar su hora de esplendor.
Así, moviéndose en un mundo de intrigas y contradicciones, manifestando una suprema debilidad de caracter, y una desesperante indecisión, el señor Madero va tejiendo, lentamente, el que a la postre será su ocaso.
El hervidero de pasiones que, por lógica, habría de explotar, manifiéstase de mil y una formas, conformando un traje que le queda demasiado holgado al señor Madero. En el terreno político, las clases y subclases tienden a agruparse en la defensa de sus intereses, estructurándose y organizándose de diferentes maneras, estableciendo alianzas y pactos temporales entre ellas, buscando su posicionamiento de cara al futuro mediato e inmediato. En el ámbito castrense, está presente entre los altos mandos militares un desagradable sabor a derrota, sin que muchos de ellos puedan asimilar lo sucedido en Ciudad Juárez, habiendo incluso quienes, buscando no precisamente quién se las deba, sino quién se las pague, complotan contra el sistema imperante.
En el seno del supuestamente triunfante movimiento maderista, las abismales diferencias entre corrientes y subcorrientes vaticinan un cisma de proporciones incalculables que se presentaría con el abandono del Partido Antirreleccionista y la conformación del Partido Constitucional Progresista, produciéndose la gota que vendría a derramar el ya repleto vaso.
En efecto, los acuerdos que sirvieron de base para la estructuración misma del maderismo serían prácticamente deshechados, calando entre los antirreeleccionistas el abandono de la originaria fórmula electoral de los panchitos, esto es, la postulación de Francisco I. Madero y Francisco Vazquez Gómez para la presidencia y vicepresidencia de la República, supliéndola por la de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. Tal decisión generaría, como era de esperarse, un auténtico agarrón entre quienes habían sido antiguos correligionarios, lo que llevaría a la desestabilización del gabinete de la transición con la renuncia de algunos secretarios de Estado, desestabilización que aunque en apariencia afectaba al interinato de Francisco León de la Barra, en la práctica, salvajemente torpedeaba el barco maderista.
Finalmente, las elecciones se llevarían a cabo y su resultado a nadie sorprendería, cuando Francisco I. Madero y José María Pino Suárez alzábanse con la victoria en las urnas.
Sería más bien en la conformación de la legislatura federal en donde las sorpresas estarían a la orden del día.
Tres partidos emergían como dominantes del espectro político del México de aquel entonces: el Partido Constitucional Progresista, el Partido Católico Nacional, y, el Partido Liberal, lidereado por Fernando Iglesias Calderón, cuyos principales cuadros provenían de la escisión generada al interior de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, de la que habían defeccionado los señores Juan Sarabia y Antonio I. Villarreal seguidos por un considerable número de correligionarios
La descomposición del antirreleccionismo
Con la firma de los Tratados de Ciudad Juárez, el sistema porfirista quedó, además de dueño del poder, íntegro en su estructura, y por supuesto, el interinato del señor Francisco León de la Barra, inmediatamente púsose a trabajar, no precisamente en favor de la revolución, sino más bien en pro de la restauración.
Completamente extraviado, el señor Francisco I. Madero, busca mantener unido lo que ya estaba deshecho, mediante sus propuestas para la integración del gabinete de la transición, nombrando ciertos personajes para tratar de quedar bien con quienes se sienten, y con razón, defraudados.
Paralelamente, la nefasta influencia de su padre, Francisco y de su tío, Ernesto, oblíganle a ceder ante los auténticos cantos de sirena entonados por la corriente restauradora de los científicos, quienes, viéndose y sintiéndose libres de la prolongada y vetusta tiranía de Porfirio Díaz, sienten llegar su hora de esplendor.
Así, moviéndose en un mundo de intrigas y contradicciones, manifestando una suprema debilidad de caracter, y una desesperante indecisión, el señor Madero va tejiendo, lentamente, el que a la postre será su ocaso.
El hervidero de pasiones que, por lógica, habría de explotar, manifiéstase de mil y una formas, conformando un traje que le queda demasiado holgado al señor Madero. En el terreno político, las clases y subclases tienden a agruparse en la defensa de sus intereses, estructurándose y organizándose de diferentes maneras, estableciendo alianzas y pactos temporales entre ellas, buscando su posicionamiento de cara al futuro mediato e inmediato. En el ámbito castrense, está presente entre los altos mandos militares un desagradable sabor a derrota, sin que muchos de ellos puedan asimilar lo sucedido en Ciudad Juárez, habiendo incluso quienes, buscando no precisamente quién se las deba, sino quién se las pague, complotan contra el sistema imperante.
En el seno del supuestamente triunfante movimiento maderista, las abismales diferencias entre corrientes y subcorrientes vaticinan un cisma de proporciones incalculables que se presentaría con el abandono del Partido Antirreleccionista y la conformación del Partido Constitucional Progresista, produciéndose la gota que vendría a derramar el ya repleto vaso.
En efecto, los acuerdos que sirvieron de base para la estructuración misma del maderismo serían prácticamente deshechados, calando entre los antirreeleccionistas el abandono de la originaria fórmula electoral de los panchitos, esto es, la postulación de Francisco I. Madero y Francisco Vazquez Gómez para la presidencia y vicepresidencia de la República, supliéndola por la de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. Tal decisión generaría, como era de esperarse, un auténtico agarrón entre quienes habían sido antiguos correligionarios, lo que llevaría a la desestabilización del gabinete de la transición con la renuncia de algunos secretarios de Estado, desestabilización que aunque en apariencia afectaba al interinato de Francisco León de la Barra, en la práctica, salvajemente torpedeaba el barco maderista.
Finalmente, las elecciones se llevarían a cabo y su resultado a nadie sorprendería, cuando Francisco I. Madero y José María Pino Suárez alzábanse con la victoria en las urnas.
Sería más bien en la conformación de la legislatura federal en donde las sorpresas estarían a la orden del día.
Tres partidos emergían como dominantes del espectro político del México de aquel entonces: el Partido Constitucional Progresista, el Partido Católico Nacional, y, el Partido Liberal, lidereado por Fernando Iglesias Calderón, cuyos principales cuadros provenían de la escisión generada al interior de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, de la que habían defeccionado los señores Juan Sarabia y Antonio I. Villarreal seguidos por un considerable número de correligionarios
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