Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
La sociedad manifiesta con urgencia la necesidad de un cambio. No pensemos que desea renovar el contrato de esperanza de manera total, incluido el modelo de desarrollo económico, porque éste permanecerá amarrado a las exigencias de la globalización, a lo determinado por el casi olvidado, pero siempre presente, Consenso de Washington. Al menos quiere, necesita que la alternancia se repita y ésta se convierta en transición. Está harta de la guerra presidencial contra la delincuencia organizada, de tanto degüello, tanta muerte, tanta sangre, tanta inseguridad, tanto desengaño, tanto fraude, tanto secuestro, tanto mal gobierno, pésimo defensor de la democracia.
Los tiempos políticos del viejo presidencialismo mexicano se hicieron añicos. Quienes contienden por el poder buscan establecer nuevos paradigmas que faciliten el arribo de la transición, por eso se adelantó ya la carrera por la sucesión presidencial. Pareciera que no hay parámetros, que así como Nietzsche declaró la muerte de Dios, el PAN y el PRD dispusieron la aniquilación de todas las reglas del juego, lo que no es posible, pues esa pretensión fue uno de los factores determinantes en el homicidio de Luis Donaldo Colosio.
El tiempo político pudo haber dejado de existir, no así el conjunto de normas no escritas que determinan cómo ha de disputarse un poder tan menguado como lo está hoy el poder presidencial. Hay quienes tienen la certeza que de ello está consciente Enrique Peña Nieto -dicen sus allegados que sí escucha a sus asesores-, lo que determinó que las propuestas por él formuladas como consecuencia de lo debatido durante los Foros de Reflexión Compromiso por México, sean más un diagnóstico sustentado en el modelo presidencialista, que el esbozo de políticas públicas para resolver los problemas que hunden a México, amarradas al eje de lo que ha de hacerse para sacar del impasse a la transición: el cambio total del modelo político.
De allí que piense en los cinco libros del Antiguo Testamento: 1.- Construir una democracia de resultados: “Donde se faciliten los acuerdos y la construcción de mayorías, que hagan factibles las transformaciones institucionales requeridas en los distintos órdenes de la vida nacional. Sólo si abandonamos la polarización podremos construir los consensos que demanda la renovación del país”; 2.- Propiciar el crecimiento económico: “Tenemos que construir nuevas reglas, que fomenten mayor competencia económica a favor de los consumidores; relaciones laborales que eleven la productividad, así como una banca de desarrollo especializada particularmente en créditos para la innovación, para que el gobierno comparta con los emprendedores los riesgos inherentes a esta actividad”; 3.- Afianzar la sociedad del conocimiento: “Jornadas de tiempo completo en las escuelas, así como triplicar la inversión en ciencia y tecnología”; 4.- Mejorar la seguridad pública y la procuración de justicia: “Se requieren policías especializados en el combate al crimen organizado, para pasar del simple uso de la fuerza, al uso de mayor inteligencia. Es indispensable inhibir con eficacia la impunidad. Igual que impulsar la recuperación de espacios públicos para que las calles y parques sean puertas de salida y no de entrada a la delincuencia”, y 5.- Reducir la pobreza: “Reducir por lo menos a la mitad la pobreza multidimensional, para lo cual se debe crear un sistema de seguridad social universal. No tenemos por qué resignarnos a vivir por siempre en estas condiciones. México no puede ni debe seguir improvisando su futuro”.
No está mal ese apunte de lo que promete hacer, de llegar a la Presidencia de la República, pero debiera de profundizar porque lo que se necesita es la renovación completa, total y absoluta del contrato social, y con su Pentateuco únicamente se suavizarán las inconmensurables -muchas irreparables-, consecuencias de la guerra presidencial contra la delincuencia organizada.
El paradigma político no puede ser el mismo. Si no lo consideran así Enrique Peña Nieto y su equipo, el futuro de México pudiese ser más próximo de Haití que de Colombia. Baste con recurrir a la reflexión de Jaime Sánchez Susarrey -a quien no puede considerarse priista ni perredista- del último sábado, donde apunta dos inquietantes certezas:
“7. Tal vez por eso el PAN ha sido incapaz de crear una crónica alternativa de la historia nacional. ¿Qué es lo que reivindicaría? ¿El imperio de Iturbide y la proclamación de la fe católica como la única universal y verdadera? ¿El antijuarismo que se opuso a la desamortización de los bienes de la Iglesia, al registro civil de matrimonios y defunciones y a la libertad de cultos? ¿La simpatía por el franquismo para contener el avance de los republicanos ateos y los rojos come curas?, y
“9. Los priistas, por su cuenta, padecen una esquizofrenia severa. Su mejor aporte a la entrada de México al siglo XXI fueron las reformas de Miguel de la Madrid, Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Transitamos, así, de un sistema autoritario, proteccionista y estatista a un régimen plural y de libre competencia. No hubo sangre ni rompimiento. ¿Falta mucho por hacer? Sin duda. Pero es imposible negar los avances. ¿Cómo explicar, entonces, que los mismos priistas descalifiquen a De la Madrid, Salinas y Zedillo como demonios neoliberales y se hayan convertido en el principal obstáculo para completar la agenda de reformas pendientes?”
Esas reformas pendientes son las que impiden la transición. La viabilidad de México como país depende de ellas, son dos: modificar el presidencialismo como eje de gobierno, pues no olvidemos que el PRI fue un partido del gobierno y no el partido en el gobierno, como lo señala el propio Sánchez Susarrey (lo que yo expresaría así: primero fue el presidente, luego el PRI), y una transformación profunda del Poder Judicial, al que los altos salarios corrompieron más, por el temor a perderlos.
Pero no olvidemos lo que pudo haber motivado la muerte de Luis Donaldo Colosio. Los tiempos políticos dejaron de existir, no las reglas del juego. El daño es el presidencialismo, no los partidos. Lo que hay que cambiar es el modito de gobierno, no la manera de llegar a él.
La sociedad manifiesta con urgencia la necesidad de un cambio. No pensemos que desea renovar el contrato de esperanza de manera total, incluido el modelo de desarrollo económico, porque éste permanecerá amarrado a las exigencias de la globalización, a lo determinado por el casi olvidado, pero siempre presente, Consenso de Washington. Al menos quiere, necesita que la alternancia se repita y ésta se convierta en transición. Está harta de la guerra presidencial contra la delincuencia organizada, de tanto degüello, tanta muerte, tanta sangre, tanta inseguridad, tanto desengaño, tanto fraude, tanto secuestro, tanto mal gobierno, pésimo defensor de la democracia.
Los tiempos políticos del viejo presidencialismo mexicano se hicieron añicos. Quienes contienden por el poder buscan establecer nuevos paradigmas que faciliten el arribo de la transición, por eso se adelantó ya la carrera por la sucesión presidencial. Pareciera que no hay parámetros, que así como Nietzsche declaró la muerte de Dios, el PAN y el PRD dispusieron la aniquilación de todas las reglas del juego, lo que no es posible, pues esa pretensión fue uno de los factores determinantes en el homicidio de Luis Donaldo Colosio.
El tiempo político pudo haber dejado de existir, no así el conjunto de normas no escritas que determinan cómo ha de disputarse un poder tan menguado como lo está hoy el poder presidencial. Hay quienes tienen la certeza que de ello está consciente Enrique Peña Nieto -dicen sus allegados que sí escucha a sus asesores-, lo que determinó que las propuestas por él formuladas como consecuencia de lo debatido durante los Foros de Reflexión Compromiso por México, sean más un diagnóstico sustentado en el modelo presidencialista, que el esbozo de políticas públicas para resolver los problemas que hunden a México, amarradas al eje de lo que ha de hacerse para sacar del impasse a la transición: el cambio total del modelo político.
De allí que piense en los cinco libros del Antiguo Testamento: 1.- Construir una democracia de resultados: “Donde se faciliten los acuerdos y la construcción de mayorías, que hagan factibles las transformaciones institucionales requeridas en los distintos órdenes de la vida nacional. Sólo si abandonamos la polarización podremos construir los consensos que demanda la renovación del país”; 2.- Propiciar el crecimiento económico: “Tenemos que construir nuevas reglas, que fomenten mayor competencia económica a favor de los consumidores; relaciones laborales que eleven la productividad, así como una banca de desarrollo especializada particularmente en créditos para la innovación, para que el gobierno comparta con los emprendedores los riesgos inherentes a esta actividad”; 3.- Afianzar la sociedad del conocimiento: “Jornadas de tiempo completo en las escuelas, así como triplicar la inversión en ciencia y tecnología”; 4.- Mejorar la seguridad pública y la procuración de justicia: “Se requieren policías especializados en el combate al crimen organizado, para pasar del simple uso de la fuerza, al uso de mayor inteligencia. Es indispensable inhibir con eficacia la impunidad. Igual que impulsar la recuperación de espacios públicos para que las calles y parques sean puertas de salida y no de entrada a la delincuencia”, y 5.- Reducir la pobreza: “Reducir por lo menos a la mitad la pobreza multidimensional, para lo cual se debe crear un sistema de seguridad social universal. No tenemos por qué resignarnos a vivir por siempre en estas condiciones. México no puede ni debe seguir improvisando su futuro”.
No está mal ese apunte de lo que promete hacer, de llegar a la Presidencia de la República, pero debiera de profundizar porque lo que se necesita es la renovación completa, total y absoluta del contrato social, y con su Pentateuco únicamente se suavizarán las inconmensurables -muchas irreparables-, consecuencias de la guerra presidencial contra la delincuencia organizada.
El paradigma político no puede ser el mismo. Si no lo consideran así Enrique Peña Nieto y su equipo, el futuro de México pudiese ser más próximo de Haití que de Colombia. Baste con recurrir a la reflexión de Jaime Sánchez Susarrey -a quien no puede considerarse priista ni perredista- del último sábado, donde apunta dos inquietantes certezas:
“7. Tal vez por eso el PAN ha sido incapaz de crear una crónica alternativa de la historia nacional. ¿Qué es lo que reivindicaría? ¿El imperio de Iturbide y la proclamación de la fe católica como la única universal y verdadera? ¿El antijuarismo que se opuso a la desamortización de los bienes de la Iglesia, al registro civil de matrimonios y defunciones y a la libertad de cultos? ¿La simpatía por el franquismo para contener el avance de los republicanos ateos y los rojos come curas?, y
“9. Los priistas, por su cuenta, padecen una esquizofrenia severa. Su mejor aporte a la entrada de México al siglo XXI fueron las reformas de Miguel de la Madrid, Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Transitamos, así, de un sistema autoritario, proteccionista y estatista a un régimen plural y de libre competencia. No hubo sangre ni rompimiento. ¿Falta mucho por hacer? Sin duda. Pero es imposible negar los avances. ¿Cómo explicar, entonces, que los mismos priistas descalifiquen a De la Madrid, Salinas y Zedillo como demonios neoliberales y se hayan convertido en el principal obstáculo para completar la agenda de reformas pendientes?”
Esas reformas pendientes son las que impiden la transición. La viabilidad de México como país depende de ellas, son dos: modificar el presidencialismo como eje de gobierno, pues no olvidemos que el PRI fue un partido del gobierno y no el partido en el gobierno, como lo señala el propio Sánchez Susarrey (lo que yo expresaría así: primero fue el presidente, luego el PRI), y una transformación profunda del Poder Judicial, al que los altos salarios corrompieron más, por el temor a perderlos.
Pero no olvidemos lo que pudo haber motivado la muerte de Luis Donaldo Colosio. Los tiempos políticos dejaron de existir, no las reglas del juego. El daño es el presidencialismo, no los partidos. Lo que hay que cambiar es el modito de gobierno, no la manera de llegar a él.
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