El último día de septiembre, unos 30 hombres con armas de alto poder y disfrazados de militares se apoderaron de dos rancherías ubicadas en la parte duranguense del Triángulo Dorado del narcotráfico, que se disputan Los Zetas y las fuerzas del Chapo Guzmán. Durante varias horas mantuvieron aterrorizados a los alrededor de 150 habitantes y mataron a 14 hombres de ambas localidades, además de maltratar a mujeres y niños. Las viudas piden al presidente Calderón explicaciones sobre el hecho de que el Ejército no les prestó ayuda a pesar de que fue notificado a tiempo de lo que estaba ocurriendo…
Patricia Dávila
Amanece. Unos 30 hombres encapuchados y vestidos con uniforme tipo militar irrumpen en San José de la Cruz y se apoderan de esta ranchería, formada por unas 25 viviendas, con 125 habitantes.
Las primeras en asomarse son las mujeres.
“¡Que salga tu marido!”, exigen los intrusos mientras las encañonan con metralletas.
Conforme van apareciendo, los esposos son arrojados al piso a golpes y puestos boca abajo a empujones. Enseguida, con cinta canela les atan las manos por la espalda, cuando se escucha otro grito: “¡También esposen a los niños!”.
De cada vivienda van saliendo los pequeños azorados, y la orden se cumple.
Son las 7:00 de la mañana del último día de septiembre.
A los adultos los concentran afuera del pueblo. Ahí, liberan a algunos con una advertencia: “Vayan a su casa. Si salen, los matamos”.
Los demás son subidos a camionetas, propiedad de los mismos pobladores, y los trasladan al monte. Luego, los llevan a otra ranchería, llamada Mundo Nuevo, de apenas 30 habitantes.
Pero como en Mundo Nuevo los secuestradores no hallan hombres, amenazan a las mujeres mientras les roban lo poco que encuentran en las seis humildes viviendas.
Cuando han transcurrido siete horas, en San José de la Cruz priva la incertidumbre. Nada se sabe de las víctimas de los secuestradores. De pronto, a la distancia, se oyen ráfagas de metralleta.
Patricia Dávila
Amanece. Unos 30 hombres encapuchados y vestidos con uniforme tipo militar irrumpen en San José de la Cruz y se apoderan de esta ranchería, formada por unas 25 viviendas, con 125 habitantes.
Las primeras en asomarse son las mujeres.
“¡Que salga tu marido!”, exigen los intrusos mientras las encañonan con metralletas.
Conforme van apareciendo, los esposos son arrojados al piso a golpes y puestos boca abajo a empujones. Enseguida, con cinta canela les atan las manos por la espalda, cuando se escucha otro grito: “¡También esposen a los niños!”.
De cada vivienda van saliendo los pequeños azorados, y la orden se cumple.
Son las 7:00 de la mañana del último día de septiembre.
A los adultos los concentran afuera del pueblo. Ahí, liberan a algunos con una advertencia: “Vayan a su casa. Si salen, los matamos”.
Los demás son subidos a camionetas, propiedad de los mismos pobladores, y los trasladan al monte. Luego, los llevan a otra ranchería, llamada Mundo Nuevo, de apenas 30 habitantes.
Pero como en Mundo Nuevo los secuestradores no hallan hombres, amenazan a las mujeres mientras les roban lo poco que encuentran en las seis humildes viviendas.
Cuando han transcurrido siete horas, en San José de la Cruz priva la incertidumbre. Nada se sabe de las víctimas de los secuestradores. De pronto, a la distancia, se oyen ráfagas de metralleta.
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