Razones y efectos de la Independencia mexicana


Lorenzo de Zavala

Presentación

Por Chantal López y Omar Cortés / Via Antorcha Biblioteca Virtual

El escrito de Lorenzo de Zavala que aquí publicamos, corresponde a un pequeño texto introductorio de su monumental obra Ensayo crítico de las revoluciones de México desde 1808 hasta 1830.

Nos hemos visto en la necesidad de subdividir temáticamente este texto con el objeto de volverlo más accesible al lector.

En nuestra opinión resulta sorprendente la claridad en la visión política de Lorenzo de Zavala, quien expone en este escrito los problemas que marcarían definitivamente la existencia de México en cuanto República independiente.

En efecto, al señalar como problemas cuya solución llevaría muchísimo tiempo, los asuntos de la inequidad en el reparto agrario, del marginamiento de las poblaciones autóctonas y de la existencia de un sistema político-militarista basado en fueros y privilegios, Lorenzo de Zavala acierta de manera asombrosa.

Durante los siglos XIX y XX, la población mexicana ha debido encarar de manera sistemática estos asuntos. Las dos grandes revoluciones que se han producido en México, nos referimos a la de Reforma y al proceso de la Revolución Mexicana, mucho han logrado que se avance en la solución de esos añejos problemas, sin embargo aún no se han resuelto del todo.

Esos problemas continúan presentes. Tanto la inequidad en la distribución de la riqueza, al igual que la segregación de que son objeto las poblaciones indígenas, como la presencia de grupos sociales portadores de añejos privilegios, es algo innegable.

Por desgracia, la actitud que Lorenzo de Zavala tomaría en torno a la guerra entre México y Texas, que terminaría con la separación del territorio texano de la República mexicana y su posterior anexión a los Estados Unidos de Norteamérica, sería determinante para que su persona recibiera un tumulto de insultos y descalificaciones que, evidentemente, demeritarían su obra ante los lectores de la época y, sobre todo para las generaciones del futuro, perdiéndose de tan lamentable manera la claridad de sus advertencias.

Esperamos que este escrito sirva para reflexionar sobre el presente y el futuro de México, encarando sus problemas ancestrales, y no ignorándolos.

La conquista

Lorenzo de Zavala.

La conquista de los españoles en América redujo a los indios a tal estado de esclavitud, que cada hombre blanco se consideraba con el derecho de servirse de los indígenas sin que éstos tuviesen ni valor para oponerse, ni aún la capacidad de explicar algún derecho.

Los que escaparon a los efectos de las primeras matanzas, fueron distribuidos entre los conquistadores. No había en su principio mas que señores y siervos. Las autoridades no gobernaban por leyes, que no había, sino en nombre del Rey.

Posteriormente, se fueron dando esas ordenanzas que llamaron Leyes de Indias; que tenían por objeto modificar la tiranía de los descendientes de los conquistadores, y de los jefes que partían de España a gobernar aquellos países; pero como estas leyes o decretos reales sólo los tenían quienes debían ejecutarlos, en realidad no se hacía más que la voluntad de los Capitanes Generales, Virreyes o Gobernadores.

Las distribuciones de los terrenos fueron en parte convertidas en encomiendas que tuvieron por último resultado el pagar un tributo anual a los tenedores de ellas, que eran como borough-mongers de la Inglaterra.

Los Reyes redujeron después a estos privilegiados a recibir de la Real Tesorería la cantidad equivalente al producto anual de los tributos que cobraban de los indios que les tocaron en sus primeros repartimientos, quitando de este modo muchas vejaciones que se causaban en el modo de percibirlos; abuso que después fue adoptado por los Subdelegados y Corregidores encargados de cobrar las contribuciones de los indios, los cuales estaban obligados a entregarlas en especie, es decir, en tejidos ordinarios de algodón, que trabajaban sus mujeres o en otras manufacturas semejantes.

La organización jurídica impuesta por los conquistadores

Los indios tenían sus leyes especiales, sus jueces, sus procuradores y defensores que les nombraba el gobierno, porque eran legalmente considerados como menores de edad.

El estado de embrutecimiento en que se les mantuvo, los hacía en efecto inhábiles para representar ningún género de derechos, ni perfeccionar contratos de importancia en que se supusiese la necesidad de algunas ideas combinadas.

Los que han intentado defender la política del gobierno español con respecto a sus colonias, han alegado la existencia de ese Código de Indias que aparece formado como un baluarte de protección a favor de los indígenas. Pero los que examinan las cuestiones bajo un punto de vista filosófico, sólo han considerado esta instituta como un sistema de esclavitud establecido sobre las bases que parecían indestructibles y de cuyos efectos se resentirán todavía por algunos siglos aquellos gobiernos.

Estas leyes, en efecto, no son otra cosa que un método prescrito de dominación sobre los indios. Suponen en los monarcas que las dieron, derechos sobre los bienes y vidas de los conquistados, y por consiguiente todo acto que no era positivamente una opresión, se consideraba en ellas como una gracia, un beneficio del legislador.

Leyes había que determinaban el peso con que se les podía cargar; las distancias hasta donde podían ir; lo que se les había de pagar, etc.

Situación de la población autóctona

Para mantener este orden sistematizado de opresión, era necesario que los oprimidos nunca pudiesen entrar, por decirlo así, en el mundo racional, en la esfera moral en que viven los demás hombres. En la mayor parte de las provincias no sabían, ni saben aún, más que su idioma, el cual es diferente del de las otras por lo regular.

La lengua (sin exceptuar la mexicana, de la que han hecho pomposos elogios algunos romanticistas), es pobre, y carece de voces para expresar ideas abstractas. Las arengas supuestas por los historiadores o poetas en la boca de los Xicotencatls, Mexiscatzines y Colocolos, no son más verdaderas que las que Homero, Virgilio y Livio atribuyeron a los Agamenones, Turnos o Scévolas. Aquellos jefes indios eran tanto o tal vez más bárbaros que estos héroes griegos o romanos, y su idioma no podía prestarse a las bellezas oratorias que suponen una larga serie de siglos de civilización y gobiernos regulares.

Es cierto que la América española antes de la conquista estaba más poblada que hoy, y que los indios bajo sus gobiernos nacionales comenzaban a desenvolver algunas ideas.

Tenían nociones confusas sobre la inmortalidad del alma, habían hecho un corto número de observaciones, aunque sumamente imperfectas, sobre el curso de los astros, y no desconocían del todo el arte de elaborar los metales. Pero estaban estos conocimientos en su cuna, y ya se sabe cuantos siglos son necesarios para que los pueblos alcancen el grado de perfección que les haga merecer el título de civilizados.

La conquista destruyó enteramente este movimiento que comenzaba a dar vuelo al espíritu de invención entre aquellos indígenas. Un culto nuevo, así como un gobierno desconocido, los Cuautemotzines y Moctezumas. Las imágenes de los santos y dioses de los católicos romanos fueron colocadas en los lugares que anteriormente estaban ocupados por los horribles ídolos de los aztecas, y no podrán negar los defensores de los conquistadores, aunque sea penoso el confesarlo, que los indios tuvieron también sus mártires, sacrificados por el celo religioso de los sacerdotes romanos, por la adhesión constante de muchos de aquellos a su antiguo culto. Más la fuerza y el terror triunfaron, con el tiempo, del fanatismo por una religión que tenía contra sí el horroroso dogma de pedir víctimas humanas.

Por otra parte, los indios encontraban imágenes mucho más perfectas que sus monstruosos ídolos, y no fue muy difícil el cambio, trasladando a nuestros santos las ceremonias y homenajes que tributaban a sus dioses. Se ocurrió al auxilio de los milagros, y una multitud de apariciones celestiales vinieron a favor del nuevo culto, con lo que los indios sorprendidos, no podían dejar de creer que sus dioses, como sus monarcas, habían sido vencidos en justa guerra.

La labor del clero

Se dirigieron misioneros que con el auxilio de las tropas hacían conversiones prodigiosas. Los religiosos construían sus conventos en lugares elevados a manera de fortalezas, y daban a estos edificios toda la solidez necesaria para resistir en caso de ataque. Son muy raros los templos y casas de los curas que no indiquen las razones que determinaron a los fundadores a hacer aquellas obras de fortificación. En ellas se encerraban durante la noche, y por el día se ocupaban en reunir los indios en poblaciones. Claro es que sus sermones y predicaciones no podían al principio causar ningún efecto; porque como no tenían el don de lenguas, no era fácil hacer entender a sus oyentes dogmas, misterios y doctrinas que suponen muchas lecciones preliminares.

Se formaron catecismos, y pequeños formularios en las lenguas del país, no para que leyesen los indios, pues no sabían, sino para repetirlos en los púlpitos y hacérselos aprender de memoria. No hay una sola versión de los libros sagrados en ningún idioma del país; no hay un libro elemental que contenga los fundamentos de la fe. Pero, ¿cómo habían de existir estas obras para los indios cuando sus mismos conquistadores no podían leerlas? Lo que quiero con esto manifestar, es que la religión no se enseñaba a aquellos hombres ni se les persuadía su origen divino con pruebas, o raciocinios; todo el fundamento de su fe era la palabra de sus misioneros, y las razones de su creencia las bayonetas de sus conquistadores.

La Inquisición no podía conocer en las causas de los indios. Era tal el estado de degradación de éstos, y tan fuerte la idea que se tenía de su incapacidad, que nunca pudieron persuadirse que un indio pudiese ser el inventor de alguna herejía, ni aún el sectario obstinado de una doctrina cualquiera. Se vendió como una protección, como un privilegio a favor de los indígenas esta excepción debida al juicio que se tenía formado de su imbecilidad.

Además del tributo que pagaban los indios al Real Erario o a sus encomenderos, se crearon otras contribuciones eclesiásticas con el nombre de obvenciones.

Estaban exceptuados del diezmo y de los derechos parroquiales, porque sus explotadores habían calculado muy bien que un hombre que nada posee, ni tiene más necesidad que las naturales, pocos diezmos podía pagar. El cálculo era muy exacto; porque en efecto los indios no poseían propiedades territoriales, ni ningún género de industria, hablando en lo general.

La vida cotidiana de los autóctonos en el mundo de los vencedores

Habitaban y habitan en chozas cubiertas de paja o de palmas, cuya extensión es regularmente de quince a dieciséis pies de longitud sobre diez o doce de latitud, en forma oval. Por de contado que ahí están reunidos los hijos, los animales domésticos, y un altar en donde están los santos o penates. En medio hay un fogón que sirve para calentar el agua en que cuecen el maíz, su único alimento, con pocas excepciones. No hay cinco entre ciento que tengan dos vestidos, que están reducidos a una camisa larga de manta ordinaria y unos calzoncillos; sus mujeres o hijas vestidas con igual sencillez o pobreza, no conocen esa inclinación tan natural a su sexo de parecer bien delante de los demás.

Con la misma proporción referida anteriormente, no hay propietarios, y se contentan con recoger treinta y cinco o cuarenta fanegas de maíz al año, con lo que viven satisfechos. Cuando por algún trabajo o jornal han ganado una pequeña porción de dinero, la destinan a hacer alguna fiesta al santo de su devoción, y consumen su miserable peculio en cohetes, en misas, comilonas y bebidas embriagantes. El resto del año lo pasan en la ociosidad, durmiendo muchas horas del día en las tierras calientes, o en divertimentos de su gusto en los deliciosos climas de las cordilleras. Dos entre ciento aprendían a leer; pero hoy se ha mejorado mucho su situación bajo este aspecto.

En varias Provincias los curas tenían tal dominio y ejercían tal autoridad sobre los indios, que mandaban azotarlos públicamente, cuando no pagaban las obvenciones a su tiempo, o cometían algún acto de desobediencia. Yo he visto azotar frecuentemente a muchos indios casados y a sus mujeres en las puertas de los templos, por haber faltado a la misa algún domingo o fiesta, ¡y este escándalo estaba autorizado por la costumbre en mi Provincia! Los azotados tenían obligación, después, de besar la mano de su verdugo.

Al hablar del influjo eclesiástico en el país, y de la situación moral de esta clase privilegiada, es imposible dejar de chocar con intereses sostenidos por la superstición y creados por el despotismo.

Los problemas que puso a descubierto la Independencia

El principio de soberanía nacional reconocido posteriormente en aquellos países, hubiera debido desarraigar preocupaciones destructoras de la libertad, y hacer desaparecer pretensiones a la obediencia pasiva, si bastasen por sí solas las declaraciones, aún las más solemnes, de doctrinas abstractas.

La fuerza de hábitos creados por tres centurias, será un obstáculo todavía para que en medio siglo las luces y la filosofía hayan de triunfar de ese coloso, después de una lucha terrible y obstinada.

Las personas de los obispos en aquellos países eran sin hipérbole tan reverenciadas como la del gran Lama entre los tártaros. A su salida a la calle se arrodillaban los indios, y bajaban las cabezas para recibir su bendición. Los frailes eran en los pueblos y aldeas distantes de las capitales, los maestros de la doctrina y los señores del común; en las ciudades grandes los directores de las conciencias de los propietarios y de las señoras. Los conventos de los dominicos y carmelitas poseían y poseen riquezas de mucha consideración, en bienes raíces rústicos y urbanos. Los conventos de religiosas en México, especialmente la Concepción, la Encarnación y Santa Teresa, tienen en propiedad al menos tres cuartas partes de los edificios particulares de la Capital y en proporción sucede lo mismo en las otras provincias. De manera que se puede asegurar, sin exageración, que los bienes que poseen los eclesiásticos y religiosos de ambos sexos, ascienden al producto anual de tres millones de renta. Póngase en el peso de la balanza con respecto a su influencia estos valores y se podrá calcular aproximadamente cuál será en una población pobre, en que las propiedades están muy mal distribuidas.

Ahora entro en otra materia delicada, que puede considerarse como uno de los elementos de discordia de aquellos países, y que ofrecerá grandes embarazos a sus legisladores, en proporción de que vayan abandonando cuestiones pueriles y frívolas y se ocupen más profundamente de los verdaderos intereses de su patria. Hablo de la distribución de tierras hecha por los españoles, y del modo como están repartidas en el día.

El gobierno español no podía dejar de hacer concesiones de tierras a aquellas personas que más habían contribuido a la Conquista de aquél rico y bello territorio. Naturalmente los conquistadores escogieron los terrenos mejor situados y más fértiles en el orden de que cada uno se creía o tenía el derecho de obtener esta clase de recompensas.

Las ricas y cuantiosas posesiones de los condes del Valle de Santiago, San Miguel de Aguayo, mariscal de Castilla, duque de Monteleone y otros, ocupan unos territorios inmensos y cultivables. Las otras fincas rústicas que rodean los pueblos y ciudades que pertenecen a los conventos y establecimientos piadosos han traído su origen de concesiones reales, otras de legados testamentarios, donaciones inter vivos, y algunas pocas provienen de contratos de compraventa. La tercera clase de grandes propietarios es la de las familias descendientes de ricos españoles, que compraron desde tiempos remotos tierras al gobierno o a los indios, cuando tenían un precio sumamente bajo, y fueron agregando sucesivamente hasta formar las haciendas que hoy valen desde medio millón de pesos hasta dos millones, como las de los Reglas, Vivancos, Vicarios, marqués del Jaral, Fagoagas, Alcaraces y otros. La cuarta clase es la de los pequeños propietarios que tienen fincas rústicas cuyo valor no excede de seis hasta quince mil pesos, adquiridas por compra o herencia u otro título semejante.

He aquí cómo están distribuidas la mayor parte de las tierras de la República mexicana, especialmente las que rodean las ciudades o las grandes poblaciones. Todas esas posesiones están en manos de los españoles o sus descendientes, y son cultivadas por los indios que sirven de jornaleros.

De siete millones de habitantes que ocuparán ahora aquel inmenso territorio, cuatro al menos son de indios o gentes de color, entre los cuales noventa centésimos están reducidos al estado que he dicho anteriormente. Por consiguiente, no existe en aquel país aquella gradación de fortunas que forma una escala regular de comodidades en la vida social, principio y fundamento de la existencia de las naciones civilizadas. Es una imagen de la Europa feudal, sin el espíritu de independencia, y el enérgico valor de aquellos tiempos.

Los males que como herencia dejó el colonialismo

Durante los trescientos años del gobierno colonial, estas clases reducidas a subsistir de su trabajo diario no tenían ningunas nociones de un estado mejor de vida, o al menos ni siquiera sospechaban el poder ser llamados a entrar en goces de otra especie que la existencia triste y miserable en que permanecían. Sus deseos, por otra parte, eran proporcionados a sus ideas, y éstas, como se ha dicho, ocupaban una esfera tan corta, que se puede decir con exactitud que solamente conocían lo físico de la vida. Aquellas acciones que los ponían en contacto con los blancos como la asistencia a los templos, y uno que otro, muy raro, concurso a algún acto público, eran puramente mecánicas, y era un fenómeno oír de la boca de estos seres degradados un raciocinio.

Muchos viajeros han dicho que los indígenas de América son reservados y silenciosos, equivocando lo que es sólo efecto de su ignorancia, con un estudio o cuidado en no hablar. Pero si por uno de los caprichos desconocidos de la naturaleza, sobresalía un genio, un carácter notable, en el momento hablaba a sus compañeros con el lenguaje de la desesperación, y exhortándolos a sacudir su esclavitud, era sacrificado por los opresores. Tupac-Amaru en el Perú, y Quisteil (Canek), en Yucatán, pueden citarse entre otros.

La igualdad o la desigualdad entre los diversos órdenes de ciudadanos, en una Nación nueva y semisalvaje, dice un ilustre escritor, depende especialmente de la distribución de propiedades territoriales; porque una Nación no civilizada no tiene comercio, ni capitales acumulados, ni manufacturas y artes; no puede, pues, poseer otras riquezas que las que produce la tierra. Ella es la única que alimenta a los hombres en un país sin comercio y sin riquezas acumuladas, y los hombres obedecen constantemente al que puede, a su arbitrio, darles o retirarles los medios de vivir y de gozar.

Una Nación, continúa el mismo autor, adquiere algunas veces sin revolución y sin conquista, un grado de civilización imperfecta, en la que las tierras son cultivadas sin que el comercio y las artes hayan hecho todavía ningunos progresos, entonces es probable que las tierras que pertenecen a esta Nación, fueron en su origen repartidas entre los ciudadanos en porciones poco más o menos iguales, o al menos que ninguno de ellos obtuvo de sus compatriotas el permiso de apropiarse una extensión de tierra sumamente desproporcionada a las fuerzas de la familia que debía cultivarla. Las haciendas podían ser más o menos grandes; pero nunca eran tanto como provincias, y la desigualdad que en este caso existía entre los particulares, no seria tal que pusiese a los unos en dependencia necesaria de los otros. Los ciudadanos desiguales únicamente en goces no olvidarían que eran iguales de origen, y todos serían libres.

Tal es la historia de la antigua Grecia y de la antigua Italia; y he aquí de donde provino que desde los más remotos tiempos se viesen en estas comarcas solamente gobiernos libres. En nuestros días, la distribución de las fortunas en las colonias de la América septentrional, conserva alguna analogía con el primer establecimiento de las Naciones agrícolas. Los colonos dan, es verdad, a sus haciendas una extensión más considerable que la que les damos en Europa; pero siempre son proporcionadas a las fuerzas de sus familias. Por consiguiente, existe entre ellos una especie de balanza territorial, como la llamaba Harrington en su obra de Océana, balanza que contribuye a mantener la libertad en los Estados Unidos del Norte. Por lo demás, aún sin esta balanza, pudiera haberse establecido aquella libertad; pues que los americanos tienen capitales acumulados, tienen comercio vasto y artes, encontrando los pobres, como los ricos, en su país, medios abundantes de subsistir con independencia.

Estas doctrinas de cuya exactitud no puede disputarse, prestan materia a reflexiones muy profundas después de los datos que he asentado en orden al estado de las riquezas territoriales de la República mexicana.

Más de tres millones de individuos llamados repentinamente a gozar de los derechos más amplios de ciudadanía, desde el estado de la más oprobiosa esclavitud, sin ninguna propiedad inmueble, sin conocimiento en ningún arte ni oficio, sin comercio ni industria alguna, ¿qué papel vienen a hacer en esta sociedad en que apareciendo repentinamente pueden considerarse como la generación de Deucalion y Pirra? ¿Cómo hemos de juzgarlos tan desprendidos del deseo de mejorar su suerte, que teniendo en sus manos usar de sus derechos políticos en las asambleas y magistraturas electivas, no se aprovechan de su posición?

Más claro: ¿qué deberán hacer las familias conquistadas sobre las que se han ejercido vejaciones de todos géneros por tres siglos, al verse incorporadas por las constituciones del país a la gran familia nacional?

Los inexpertos directores de aquellas sociedades, ¿cómo han podido olvidar o cerrar los ojos sobre lo que ha pasado en todas las Naciones? ¿Cuáles han sido los movimientos constantes de los radicales de Inglaterra, de los liberales en la Europa continental, y más que todo en la Francia, que cimentó su revolución del 89 sobre la distribución de las propiedades feudales?

El vuelo que ha tomado últimamente el proyecto de bill de Reforma en Inglaterra, ¿se cree por ventura que sea para tener unos cuantos diputados o electores de más?

Todo gobierno tiene su principio de existencia, que una vez descompuesto o desnaturalizado, debe ser substituido por otro análogo a los cambios ocurridos en el país.

Los logros y los retos del México independiente

El sistema colonial establecido por el gobierno español estaba fundado:

1º Sobre el terror que produce el pronto castigo de las más pequeñas acciones que pudiesen inducir a desobediencia, es decir, sobre la más ciega obediencia pasiva sin permitirse el examen de lo que mandaba ni por quién.

2º Sobre la ignorancia en que se debía mantener a aquellos habitantes, los que no podían aprender más que lo que el gobierno quería, y hasta el punto que le era conveniente.

3º Sobre la educación religiosa y principalmente sobre la más indigna superstición.

4º Sobre una incomunicación judaica con todos los extranjeros.

5º Sobre el monopolio del comercio, de las propiedades territoriales y de los empleos.

6º Sobre un número de tropas arregladas que ejecutaban en el momento las órdenes de los mandarines, y que más bien eran gendarmes de policía que soldados del ejército para defender al país.

Después de haber los mexicanos conseguido su independencia, ha desaparecido el terror que inspiraban las autoridades españolas, conservado por el hábito heredado de padres a hijos, y se han substituido las más amplias declaraciones de libertad y de igualdad.

La ignorancia, sin haber podido desaparecer, ha dado lugar a una charlatanería política, que se apodera de los negocios públicos y conduce al Estado al caos y a la confusión.

Sin dejar de existir la superstición popular, se ha introducido una porción de libros que corrompen las costumbres sin ilustrar el entendimiento.

Ya no hay monopolio de comercio, de empleos ni de propiedades territoriales, y este artículo necesita una larga explicación.

El comercio se ha abierto a todos los extranjeros, y los especuladores han sacado grandes utilidades como debía esperarse. Efectos conducidos por segunda, tercera y cuarta mano, pasando de la Europa septentrional a los comerciantes de Cádiz y de éstos a Veracruz y México, debían necesariamente llegar mucho más caros, especialmente no teniendo concurrencia en los mercados. Se ha mejorado mucho en esta parte la suerte del país, y se ven mucho menos gentes desnudas que en otro tiempo. Pero muy pocos son los extranjeros que después de haber hecho grandes ganancias permanezcan en el país, y se enlacen con familias mexicanas. Parece que se miran en él como en tiendas de campaña para levantarlas luego que hayan concluido sus asuntos. En este punto debe esperarse mucha mejora con el tiempo.

En cuanto al monopolio de los empleos, sólo existe entre las facciones que pelean entre sí y para obtenerlos; pero todos son mexicanos.

Las propiedades territoriales son uno de los grandes objetos que ocuparán la atención de aquellos gobiernos. Sobre esto ya he hablado cuanto baste a dar a conocer la delicada posición de los directores de aquellos pueblos, y no me he propuesto hacer un tratado de insurrecciones. Me reservo a dar mayor extensión a éstas ideas en Mis memorias, que deberé publicar en poco tiempo y que tengo entre manos.

Uno de los mayores males que afligirán por algún tiempo aquellos pueblos, es el de las tropas permanentes; así por los gastos inútiles que causan, como por que obrando por masas organizadas bajo la dirección de jefes ambiciosos, los gobiernos civiles no pueden oponerles resistencia, y son por consiguiente sus instrumentos o sus víctimas.

Diez o doce Coroneles de cuerpos regimentados, y cuatro o cinco Generales, formando un sistema combinado, oprimen al país, y sin alterar las fórmulas republicanas todo marcha bajo sus inspiraciones. Los negociantes extranjeros, que no pueden tener otro interés que sus ganancias, que dependen del estado de tranquilidad o de esclavitud, favorecen cuanto depende de ellos este sistema, se unen con los españoles que desean lo mismo, y es muy común el ver muchos liberales de Europa en México, alistados en las filas de los opresores. Esto explica el misterio porque algunos periódicos aún de los del partido de la libertad en Europa, hacen apologías de los gobiernos militares de América. Recibiendo las comunicaciones y noticias de los comisionistas de ultramar, y hablando éstos siempre en el sentido de sus ganancias o intereses, es claro que el partido militar debe ser considerado el más útil a sus especulaciones.

Pero no se deben nunca de perder de vista los principios que he asentado sobre los hechos notorios que también he referido.

El mayor y más peligroso error de los que dirigen los negocios públicos, es el no contar con las generaciones que nos vienen sucediendo, ni con sus adelantos y pretensiones, y en ninguna parte este error es susceptible de más fácil desengaño que en los nuevos Estados de América.

Desde el año de 1808 hasta 1830, es decir, en el espacio de una generación, es tal el cambio de ideas, de opiniones, de partidos, y de intereses que ha sobrevivido, cuanto basta a trastornar una forma de gobierno respetada y reconocida, y hacer pasar siete millones de habitantes desde el despotismo y la arbitrariedad hasta las teorías más liberales. Sólo las costumbres y hábitos que se transmiten en todos los movimientos, acciones y continuos ejemplos no han podido variarse, porque ¿cómo pueden las doctrinas abstractas hacer cambiar repentinamente el curso de la vida?

Por consiguiente, tenemos en contradicción con los sistemas teóricos de los gobiernos establecidos, esos agentes poderosos de la vida humana, y no podrán negar los fundadores de las formas republicanas, que sólo han vestido con el ropaje de las declaraciones de derechos y principios al hombre antiguo, al mismo cuerpo o conjunto de preocupaciones, a la masa organizada y conformada por las instituciones anteriores.

¿Qué han hecho para substituir usos y costumbres análogas al nuevo orden de cosas?

Hay, pues, un choque continuo entre las doctrinas que se profesan, las instituciones que se adoptan, los principios que se establecen, y entre los abusos que se sacrifican, las costumbres que dominan, derechos semifeudales que se respetan: entre la soberanía nacional, igualdad de derechos políticos, libertad de imprenta, gobierno popular, y entre intervención de la fuerza armada, fueros privilegiados, intolerancia religiosa, y propietarios de inmensos territorios.

Póngase siquiera en armonía los principios conservadores de un orden social cualquiera. Si se adopta por convencimiento, por raciocinio, por un juicio formado después de profundo examen, un sistema federal, que es lo que me parece más conforme a aquellos países, no por eso se debe copiar textualmente el de los vecinos del Norte, ni mucho menos artículos literales de la Constitución española.

El colmo del absurdo y la ausencia de todo buen sentido, es la sanción de los fueros y privilegios en un gobierno popular. Establézcase, si se quiere o se cree así útil al bien del país, una aristocracia eclesiástica, militar y civil; imítense, si se puede, las Repúblicas de Génova o Venecia; entonces que haya fueros y clases privilegiadas; que haya leyes para cada jerarquía, para cada corporación o para cada persona, si así se juzgare conveniente. Pero una Constitución formada sobre las bases de libertad más amplias, sobre el modelo de la de los americanos del Norte; conservando una religión del Estado sin tolerancia de otra; tropas privilegiadas y jefes militares en los mandos civiles; conventos de religiosos de ambos sexos instituidos conforme a los cánones de la Iglesia Romana; tres millones de ciudadanos sin ninguna propiedad, ni modo de subsistir conocido; medio millón con derechos políticos para votar en las elecciones sin saber leer ni escribir, tribunales militares juzgando sobre ciertas causas privilegiadas, por último, todos los estímulos de una libertad ilimitada y la ausencia de todas las garantías sociales, no pueden dejar de producir una guerra perpetua entre partes tan heterogéneas, y tan opuestos intereses. Hágase desaparecer ese conjunto de anomalías que se repelen mutuamente.

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