Francisco Rodríguez / Índice Político
HABRÁ QUE RECONOCÉRSELO. Felipe Calderón resultó ser un Fred Astaire (“a la purépecha”) de la política mexicana. Su danza, empero, es macabra. Miles de cadáveres regados por todo el territorio nacional lo confirman. Pero hay más todavía: son millones más los que literalmente están muriendo de hambre, al incrementarse en este sexenio la pobreza. Millones, también, quienes en las clases medias están en la insolvencia. Son centenares de miles los que, para salvaguardar sus vidas y patrimonios, tributan para que nos los maten.
Desde diciembre de 2006, aún desde antes –cuando se dieron a conocer, adulterados, los resultados electorales–, ¡Calderón nos llevó al baile a los mexicanos!
Y hoy recomienda que, para combatir el problema sanitario de la obesidad, nos pongamos a bailotear “media hora de cumbia… pues a los mexicanos les gusta…”
Nadie escapa de que Calderón “se lo lleve al baile”.
Ahora mismo, “baila” a los políticos priístas, quienes se zangolotean unos a otros dirimiendo si bajan o no un punto porcentual del IVA. Los diputados de la corriente Peña Nieto por el sí, el resto de los mandatarios estatales por el no.
Ni qué decir de sus aliados (sic) perredistas, a quienes exhibe con una grabación dizque ordenada por un juez –mera excusa: ¡tiene la fallida Administración registro de las conversaciones de todos!– como instrumentos, meros peleles, del crimen organizado. Queda demostrado: con dinero bailan “los chuchos”, no les importa nada más.
Desde marzo de 2006 ha “bailado” también a los panistas. Tomó el control del blanquiazul para hacerse cargo él mismo de su campaña, sustituyó o duplicó dirigencias legales y legítimas, y ya ocupando Los Pinos ha colocado al frente del organismo fundado por Gómez Morín a un par de títeres cuyos hilos mueve él mismo. Los baila, los cesa, los casa… Bailan Germán Martínez y César Nava al son que les toque Calderón. Y con ellos el resto de los militantes del PAN, claro está.
La danza de los millones es interminable. Tiene la Administración más de cien mil millones de dólares en las arcas del Banco de México, recauda cada vez más millones de pesos con todo tipo de impuestos, y todavía mes con mes incrementa las alcabalas que pagamos por los combustibles. Nada recibimos a cambio. Calderón “nos baila” a los mexicanos a quienes no nos brinda ni seguridad, ni nos construye las obras que necesitamos, ni siquiera nos brinda la esperanza de que las cosas pueden ir mejorando, pues el panorama que todos observamos es sombrío: el desorden nacional va in crescendo.
El baile de la muerte es cotidiano. Abducciones de personajes públicos de la talla de Diego Fernández de Cevallos –aún secuestrado, aunque insistan en que ya pagaron su millonario rescate y entregaron la información que sus captores demandaban–, ni siquiera ellos, nadie está seguro.
Sacan del desván de trebejos y cacharros inservibles a Carlos Salinas, lo placean por el IFE. Pretenden asustar con el petate del muerto. Sólo los medrosos bailan o tiritan de miedo.
La información de Héctor Beltrán Leyva sobre Nahum Acosta-Espino-Martha, invoca a Elton John para que en San Cristóbal bailen al ritmo de Elton John y al de la metralla. Fox ya recibió el mensaje: balacearon la camioneta de un empresario restaurantero –blindaje 7– enfrente de la escuela más popoff de esa ciudad del Bajío, la Miraflores.
Y el medroso “góber” de Tamaulipas en Washington, tratando de vacunarse, justo el día en el que Hillary Clinton no mandaba a México al baile, pero sí a paseo.
En Monterrey, mientras tanto, los empresarios dueños de la “Hoover” y el “Ariel” tratando de defenestrar a Rodrigo Medina. Un experimento, un ensayo, de lo que podrían hacer en el plano nacional.
Faltan todavía dos rondas de este baile.
Y la orquesta toque y toque.
Índice Flamígero: Segunda llamada, segunda. En menos de dos días Hillary Clinton, secretaria de Estado del gobierno de Barack Obama, ha hablado de cómo es que allá caracterizan a los desbordados delincuentes mexicanos. Ya no son “insurgentes”, ahora terroristas. Su discurso escala hacia la posibilidad de que, por razones de seguridad interna del vecino país del norte, en Washington tomen medidas drásticas. ¿Hacerse cargo, con marines, del desorden que aquí también asciende hasta las nubes?
HABRÁ QUE RECONOCÉRSELO. Felipe Calderón resultó ser un Fred Astaire (“a la purépecha”) de la política mexicana. Su danza, empero, es macabra. Miles de cadáveres regados por todo el territorio nacional lo confirman. Pero hay más todavía: son millones más los que literalmente están muriendo de hambre, al incrementarse en este sexenio la pobreza. Millones, también, quienes en las clases medias están en la insolvencia. Son centenares de miles los que, para salvaguardar sus vidas y patrimonios, tributan para que nos los maten.
Desde diciembre de 2006, aún desde antes –cuando se dieron a conocer, adulterados, los resultados electorales–, ¡Calderón nos llevó al baile a los mexicanos!
Y hoy recomienda que, para combatir el problema sanitario de la obesidad, nos pongamos a bailotear “media hora de cumbia… pues a los mexicanos les gusta…”
Nadie escapa de que Calderón “se lo lleve al baile”.
Ahora mismo, “baila” a los políticos priístas, quienes se zangolotean unos a otros dirimiendo si bajan o no un punto porcentual del IVA. Los diputados de la corriente Peña Nieto por el sí, el resto de los mandatarios estatales por el no.
Ni qué decir de sus aliados (sic) perredistas, a quienes exhibe con una grabación dizque ordenada por un juez –mera excusa: ¡tiene la fallida Administración registro de las conversaciones de todos!– como instrumentos, meros peleles, del crimen organizado. Queda demostrado: con dinero bailan “los chuchos”, no les importa nada más.
Desde marzo de 2006 ha “bailado” también a los panistas. Tomó el control del blanquiazul para hacerse cargo él mismo de su campaña, sustituyó o duplicó dirigencias legales y legítimas, y ya ocupando Los Pinos ha colocado al frente del organismo fundado por Gómez Morín a un par de títeres cuyos hilos mueve él mismo. Los baila, los cesa, los casa… Bailan Germán Martínez y César Nava al son que les toque Calderón. Y con ellos el resto de los militantes del PAN, claro está.
La danza de los millones es interminable. Tiene la Administración más de cien mil millones de dólares en las arcas del Banco de México, recauda cada vez más millones de pesos con todo tipo de impuestos, y todavía mes con mes incrementa las alcabalas que pagamos por los combustibles. Nada recibimos a cambio. Calderón “nos baila” a los mexicanos a quienes no nos brinda ni seguridad, ni nos construye las obras que necesitamos, ni siquiera nos brinda la esperanza de que las cosas pueden ir mejorando, pues el panorama que todos observamos es sombrío: el desorden nacional va in crescendo.
El baile de la muerte es cotidiano. Abducciones de personajes públicos de la talla de Diego Fernández de Cevallos –aún secuestrado, aunque insistan en que ya pagaron su millonario rescate y entregaron la información que sus captores demandaban–, ni siquiera ellos, nadie está seguro.
Sacan del desván de trebejos y cacharros inservibles a Carlos Salinas, lo placean por el IFE. Pretenden asustar con el petate del muerto. Sólo los medrosos bailan o tiritan de miedo.
La información de Héctor Beltrán Leyva sobre Nahum Acosta-Espino-Martha, invoca a Elton John para que en San Cristóbal bailen al ritmo de Elton John y al de la metralla. Fox ya recibió el mensaje: balacearon la camioneta de un empresario restaurantero –blindaje 7– enfrente de la escuela más popoff de esa ciudad del Bajío, la Miraflores.
Y el medroso “góber” de Tamaulipas en Washington, tratando de vacunarse, justo el día en el que Hillary Clinton no mandaba a México al baile, pero sí a paseo.
En Monterrey, mientras tanto, los empresarios dueños de la “Hoover” y el “Ariel” tratando de defenestrar a Rodrigo Medina. Un experimento, un ensayo, de lo que podrían hacer en el plano nacional.
Faltan todavía dos rondas de este baile.
Y la orquesta toque y toque.
Índice Flamígero: Segunda llamada, segunda. En menos de dos días Hillary Clinton, secretaria de Estado del gobierno de Barack Obama, ha hablado de cómo es que allá caracterizan a los desbordados delincuentes mexicanos. Ya no son “insurgentes”, ahora terroristas. Su discurso escala hacia la posibilidad de que, por razones de seguridad interna del vecino país del norte, en Washington tomen medidas drásticas. ¿Hacerse cargo, con marines, del desorden que aquí también asciende hasta las nubes?
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