Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Pudiera pensarse que los problemas de México son estrictamente de orden político. Nada más falso, pues mientras lo macroeconómico parece marchar como Dios manda, al monedero de las amas de casa se le hizo un agujero por el que se escurre el gasto doméstico, sin posibilidad alguna por recuperar el poder adquisitivo de los magros salarios.
Por momentos desespero y creo que el país no tiene remedio, pero pronto el optimismo gana en el estado de ánimo; sostengo con firmeza que la solución a los problemas nacionales está próxima, si no a la vuelta de la esquina, tampoco a 50 años de distancia, como hace unas semanas lo anticipó el presidente Felipe Calderón.
Sin embargo, para documentar el pesimismo, bajo de Internet un cable fechado en Washington, cuyo título es más que provocador. FMI advierte: vienen meses difíciles. El sumario no hace menos por inquietar: La crisis que arrancó en 2007 eliminó 30 millones de puestos de trabajo. Las elevadas tasas de desempleo tienen el potencial de generar “inestabilidad social” con amenazas a la democracia y a la paz.
Pienso de inmediato en lo que ocurre en este aterido país: transición postergada, desempleo, inseguridad pública, 30 mil muertos y 50 mil huérfanos debidos a la guerra contra la delincuencia organizada, y un conflicto social y político violento en formación, debido al esfuerzo que se realiza para restaurar un presidencialismo mexicano inservible para solucionar los enormes problemas de la sociedad mexicana, entre ellos el de la microeconomía, para disminuir la tasa de pobres alimentarios, de pobreza extrema y, lo más difícil, regresar el poder adquisitivo al salario para, al menos, vivir en la honrada medianía predicada por los que hoy gobiernan y cogobiernan, pero que ellos mismo se niegan a practicar, como lo muestra la adquisición del departamento de César Nava, quien en una auditoría hacendaria con toda seguridad no podría comprobar el origen del dinero con el que compró la casa a su flamante esposa.
Para esa élite gobernante no importa el que Dominique Strauss-Kahn, director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), advierta -como lo señala el cable bajado de Internet- que la recuperación económica probablemente no genere empleos porque es muy frágil; su carácter desigual hace que el mundo afronte “un futuro muy incierto” y exista el riesgo de perder a toda una generación.
Don Dominique informó también que la crisis iniciada en 2007 eliminó 30 millones de puestos de trabajo, que las elevadas tasas de desempleo tienen el potencial de generar “inestabilidad social” con amenazas a la democracia y a la paz.
“No nos engañemos, todavía no hemos salido de esta”, puntualizó, aunque admitió que la recuperación está en marcha y que el mundo vuelve a crecer aunque más en los países emergentes que en los desarrollados. El riesgo está vinculado con dos factores: que el crecimiento no sea lo suficientemente robusto como para crear trabajos y que el crecimiento elevado sea resultado de una productividad muy alta y tampoco cree empleos.
Como cereza en el pastel, el director del FMI para el Hemisferio Occidental, Nicolás Eyzaguirre, se refirió a la preocupación de la comunidad internacional financiera por el clima de violencia en México.
Para documentar nuestro optimismo, recupero partes de un texto de Federico Arreola, quien cuenta haber conversado en el vestíbulo del Hotel Majestic, de Barcelona, con un norteamericano, hombre de negocios retirado, que vive en Francia, habla muy buen español porque creció en California entre mexicanos.
Es alguien -escribió Arreola en su momento- que nos conoce y que, con evidente preocupación, preguntó cómo están las cosas en México: “No es bueno lo que leo en los periódicos sobre tu país”. Le contó de la molestia de la población por los nuevos impuestos y le transmitió sus temores de que en 2010, centenario de la Revolución, pueda haber inestabilidad social y política.
El real o ficticio interlocutor, le sostuvo: “Siempre he pensado que otra revolución es inevitable en México, porque no es un país viable”.
Lo demás del texto de Federico Arreola resulta superficial, porque los argumentos o razones de su interlocutor para explicar la inviabilidad de México, son conocidos por todos los preocupados por su destino hace muchos años, pero lo que no está contemplado es lo que cuenta a la periodista Luisa Corradini el historiador búlgaro Tzvetan Todorov. El título elegido por la mesa de redacción de La Nación para la entrevista de su corresponsal en Francia, es de suyo revelador de lo que está por caernos encima, por más que se considere que esos modelos políticos han sido superados y no regresarán a las casas de gobierno de las democracias: Los totalitarismos se nutren con la noción de enemigo.
La entrada de la nota fechada en París no deja nada a la imaginación: 'De su juventud en un régimen totalitario, Tzvetan Todorov conservó el pavor por la mala fe y una pasión por la democracia que lo incita a criticarla, porque se trata de un bien perecedero. “Los totalitarios se nutren con la noción de enemigo. Y cuando no hay nadie más para ocupar ese sitio, se coloca allí a la gente que se viste o que baila de manera diferente, que cuenta historias que hacen reír, que es insolente con un superior o con un policía…”, dice Todorov'.
Es momento de buscar una respuesta seria a la o las razones por los cuales el presidente constitucional de todos los mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa, decidió cambiar de proyecto de gobierno en cuanto vio que había logrado el triunfo por los pelos, y en cuanto se percató de lo dividido que estaba la sociedad después de la contienda electoral. Es cierto, desde 2006 se profundizó el encono entre clases sociales y se ensanchó la distancia cultural y política de los proyectos de nación presentados por el PRD y Acción Nacional.
Supongo que el entonces candidato, después presidente electo y finalmente presidente de la República pensó -no es sino una hipótesis- que para unir a los mexicanos después de tan verbalmente agresiva e injuriosa contienda por el poder, se requería de un enemigo común al cual enfrentar, pero hete aquí que la “guerra” contra la delincuencia organizada, concretamente contra el narcotráfico, desbarrancó en un caudal de 30 mil muertes, 50 mil huérfanos, daños colaterales sociales, económicos y culturales incuantificables, y hastío de los ciudadanos, sobre todo de aquellos beneficiados económicamente por un narcotráfico no violento.
No me refiero a los beneficiarios directos, sino a aquellos que en el impulso al desarrollo de las comunidades o de las economías domésticas por el lavado de dinero, vieron con simpatía una prosperidad ilegal, pero una prosperidad que a ellos y sus familias les daba un respiro ante los embates de la pobreza. Los desposeyeron de esos ingresos, pero no se los sustituyeron con empleo, ya no digamos con el zurcido invisible que requiere el tejido social.
Lo anterior no significa que sea partidario de acuerdos oscuros, como tampoco de la legalización de las drogas, que es como abrir las puertas a la estupidización de buena parte de nuestra juventud, pues nada seduce más que lo prohibido sea de pronto permitido, facilitado, abierto, tolerado. Lo que quiero decir es que una actividad ilícita que no va a desaparecer, porque es un negocio de cientos de miles de millones de dólares que reducen sensiblemente los malestares económicos de las naciones donde se lavan esas fabulosas ganancias, debe, como lo señaló Vicente Fox, ser administrada.
No nos rasguemos las vestiduras. El narcotráfico es un negocio concebido y operado desde Estados Unidos, para controlar lo que Herbert Marcuse definió como energía sobrante. En un parlamento de El padrino se explica bien el uso político y de ingeniería social que en esa nación dan al consumo de estupefacientes.
Todas estas dificultades e incertidumbres no han hecho sino mellar la microeconomía, porque lo macro, lo que está supervisado por los poderes fácticos y las corredurías bursátiles marcha muy bien, sin importar que el costo sea la tentación totalitaria, para reprimir, contener o suprimir la inestabilidad social que los expertos anticipan que puede darse. El éxito macroeconómico conduce, por lo pronto, al malestar micro, a la pobreza alimentaria y sus diferentes manifestaciones sociales, políticas y culturales.
Pudiera pensarse que los problemas de México son estrictamente de orden político. Nada más falso, pues mientras lo macroeconómico parece marchar como Dios manda, al monedero de las amas de casa se le hizo un agujero por el que se escurre el gasto doméstico, sin posibilidad alguna por recuperar el poder adquisitivo de los magros salarios.
Por momentos desespero y creo que el país no tiene remedio, pero pronto el optimismo gana en el estado de ánimo; sostengo con firmeza que la solución a los problemas nacionales está próxima, si no a la vuelta de la esquina, tampoco a 50 años de distancia, como hace unas semanas lo anticipó el presidente Felipe Calderón.
Sin embargo, para documentar el pesimismo, bajo de Internet un cable fechado en Washington, cuyo título es más que provocador. FMI advierte: vienen meses difíciles. El sumario no hace menos por inquietar: La crisis que arrancó en 2007 eliminó 30 millones de puestos de trabajo. Las elevadas tasas de desempleo tienen el potencial de generar “inestabilidad social” con amenazas a la democracia y a la paz.
Pienso de inmediato en lo que ocurre en este aterido país: transición postergada, desempleo, inseguridad pública, 30 mil muertos y 50 mil huérfanos debidos a la guerra contra la delincuencia organizada, y un conflicto social y político violento en formación, debido al esfuerzo que se realiza para restaurar un presidencialismo mexicano inservible para solucionar los enormes problemas de la sociedad mexicana, entre ellos el de la microeconomía, para disminuir la tasa de pobres alimentarios, de pobreza extrema y, lo más difícil, regresar el poder adquisitivo al salario para, al menos, vivir en la honrada medianía predicada por los que hoy gobiernan y cogobiernan, pero que ellos mismo se niegan a practicar, como lo muestra la adquisición del departamento de César Nava, quien en una auditoría hacendaria con toda seguridad no podría comprobar el origen del dinero con el que compró la casa a su flamante esposa.
Para esa élite gobernante no importa el que Dominique Strauss-Kahn, director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), advierta -como lo señala el cable bajado de Internet- que la recuperación económica probablemente no genere empleos porque es muy frágil; su carácter desigual hace que el mundo afronte “un futuro muy incierto” y exista el riesgo de perder a toda una generación.
Don Dominique informó también que la crisis iniciada en 2007 eliminó 30 millones de puestos de trabajo, que las elevadas tasas de desempleo tienen el potencial de generar “inestabilidad social” con amenazas a la democracia y a la paz.
“No nos engañemos, todavía no hemos salido de esta”, puntualizó, aunque admitió que la recuperación está en marcha y que el mundo vuelve a crecer aunque más en los países emergentes que en los desarrollados. El riesgo está vinculado con dos factores: que el crecimiento no sea lo suficientemente robusto como para crear trabajos y que el crecimiento elevado sea resultado de una productividad muy alta y tampoco cree empleos.
Como cereza en el pastel, el director del FMI para el Hemisferio Occidental, Nicolás Eyzaguirre, se refirió a la preocupación de la comunidad internacional financiera por el clima de violencia en México.
Para documentar nuestro optimismo, recupero partes de un texto de Federico Arreola, quien cuenta haber conversado en el vestíbulo del Hotel Majestic, de Barcelona, con un norteamericano, hombre de negocios retirado, que vive en Francia, habla muy buen español porque creció en California entre mexicanos.
Es alguien -escribió Arreola en su momento- que nos conoce y que, con evidente preocupación, preguntó cómo están las cosas en México: “No es bueno lo que leo en los periódicos sobre tu país”. Le contó de la molestia de la población por los nuevos impuestos y le transmitió sus temores de que en 2010, centenario de la Revolución, pueda haber inestabilidad social y política.
El real o ficticio interlocutor, le sostuvo: “Siempre he pensado que otra revolución es inevitable en México, porque no es un país viable”.
Lo demás del texto de Federico Arreola resulta superficial, porque los argumentos o razones de su interlocutor para explicar la inviabilidad de México, son conocidos por todos los preocupados por su destino hace muchos años, pero lo que no está contemplado es lo que cuenta a la periodista Luisa Corradini el historiador búlgaro Tzvetan Todorov. El título elegido por la mesa de redacción de La Nación para la entrevista de su corresponsal en Francia, es de suyo revelador de lo que está por caernos encima, por más que se considere que esos modelos políticos han sido superados y no regresarán a las casas de gobierno de las democracias: Los totalitarismos se nutren con la noción de enemigo.
La entrada de la nota fechada en París no deja nada a la imaginación: 'De su juventud en un régimen totalitario, Tzvetan Todorov conservó el pavor por la mala fe y una pasión por la democracia que lo incita a criticarla, porque se trata de un bien perecedero. “Los totalitarios se nutren con la noción de enemigo. Y cuando no hay nadie más para ocupar ese sitio, se coloca allí a la gente que se viste o que baila de manera diferente, que cuenta historias que hacen reír, que es insolente con un superior o con un policía…”, dice Todorov'.
Es momento de buscar una respuesta seria a la o las razones por los cuales el presidente constitucional de todos los mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa, decidió cambiar de proyecto de gobierno en cuanto vio que había logrado el triunfo por los pelos, y en cuanto se percató de lo dividido que estaba la sociedad después de la contienda electoral. Es cierto, desde 2006 se profundizó el encono entre clases sociales y se ensanchó la distancia cultural y política de los proyectos de nación presentados por el PRD y Acción Nacional.
Supongo que el entonces candidato, después presidente electo y finalmente presidente de la República pensó -no es sino una hipótesis- que para unir a los mexicanos después de tan verbalmente agresiva e injuriosa contienda por el poder, se requería de un enemigo común al cual enfrentar, pero hete aquí que la “guerra” contra la delincuencia organizada, concretamente contra el narcotráfico, desbarrancó en un caudal de 30 mil muertes, 50 mil huérfanos, daños colaterales sociales, económicos y culturales incuantificables, y hastío de los ciudadanos, sobre todo de aquellos beneficiados económicamente por un narcotráfico no violento.
No me refiero a los beneficiarios directos, sino a aquellos que en el impulso al desarrollo de las comunidades o de las economías domésticas por el lavado de dinero, vieron con simpatía una prosperidad ilegal, pero una prosperidad que a ellos y sus familias les daba un respiro ante los embates de la pobreza. Los desposeyeron de esos ingresos, pero no se los sustituyeron con empleo, ya no digamos con el zurcido invisible que requiere el tejido social.
Lo anterior no significa que sea partidario de acuerdos oscuros, como tampoco de la legalización de las drogas, que es como abrir las puertas a la estupidización de buena parte de nuestra juventud, pues nada seduce más que lo prohibido sea de pronto permitido, facilitado, abierto, tolerado. Lo que quiero decir es que una actividad ilícita que no va a desaparecer, porque es un negocio de cientos de miles de millones de dólares que reducen sensiblemente los malestares económicos de las naciones donde se lavan esas fabulosas ganancias, debe, como lo señaló Vicente Fox, ser administrada.
No nos rasguemos las vestiduras. El narcotráfico es un negocio concebido y operado desde Estados Unidos, para controlar lo que Herbert Marcuse definió como energía sobrante. En un parlamento de El padrino se explica bien el uso político y de ingeniería social que en esa nación dan al consumo de estupefacientes.
Todas estas dificultades e incertidumbres no han hecho sino mellar la microeconomía, porque lo macro, lo que está supervisado por los poderes fácticos y las corredurías bursátiles marcha muy bien, sin importar que el costo sea la tentación totalitaria, para reprimir, contener o suprimir la inestabilidad social que los expertos anticipan que puede darse. El éxito macroeconómico conduce, por lo pronto, al malestar micro, a la pobreza alimentaria y sus diferentes manifestaciones sociales, políticas y culturales.
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