Gobernantes reclaman a EUA

Eduardo Ibarra Aguirre

Por fin apareció alguien más sensato y autocrítico como el secretario de Gobernación, menos triunfalista que Felipe Calderón, su jefe y autor de las desafortunadas frases de “la ridícula minoría” y del “vamos ganando 7 a 1” la guerra contra el crimen organizado.

Dice Francisco Blake Mora: “Hay alrededor de 400 municipios que no cuentan con una policía, que por alguna u otra razón se debilitó y que es necesario reforzar ese espacio que ha quedado, digamos, vacío, y que entonces sí el crimen organizado lo ocupa”.

El diagnóstico es valiente aun cuando legisladores consideran que se queda corto, pero más indicativo es de la gravedad del estado en que se encuentra la guerra favorita sexenal, aunque se anuncie todo lo contrario, porque implica a uno de cada cinco municipios si nos atenemos a la formalidad, pero la correlación es mayor si registramos que sólo Oaxaca tiene 570 ayuntamientos.

En contrapartida, Calderón Hinojosa se refugió –al producirse la cuarta masacre de jóvenes en una semana-- en las equivocaciones del gobierno de Vicente Fox Quesada, quien al decir de su otrora empleado en Banobras y la Secretaría de Energía, no actuó a tiempo frente a los corporativos criminales. “Si México hubiera comenzado a luchar…”, dijo con desparpajo.

Tardó cuatro años el autodenominado Hijo desobediente para decir lo que no se atrevió durante 2000-2006, pero ocultó a la BBC de Londres que los hombres hoy claves en los aparatos de seguridad nacional y pública son los mismos que en el sexenio de la pareja presidencial.

Es el mismo lapso que tardó en exigir por medio de una iniciativa multilateral, como los integrantes del Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla, que “no puede promoverse la criminalización de esas actividades y, al mismo tiempo, la legalización abierta o velada de la producción y consumo de drogas en su territorio”.

A los representantes de los ocho países les sobran razones cuando denuncian, por medio del michoacano de Morelia, que Estados Unidos es el principal proveedor de armas a los narcotraficantes (90 por ciento), el abastecedor número uno de dinero y el mercado más grande de la aldea. Sólo omiten que las ganancias del rentable negocio se quedan también en EU.

Con energía un tanto retrasada, Calderón denunció que de los mil 400 millones de dólares prometidos por la Casa Blanca con la Iniciativa Mérida “ni siquiera ha llegado la mitad” en los pasados tres años, en tanto que México invierte 10 mil millones de dólares anuales. Y nuevamente puso en juego lo hipotético: si EUA hiciera la mitad de las acciones que realiza para detener migrantes –con la complicidad de su gobierno--, “otra cosa sería”.

Mientras los hubiera ocupan mayor espacio en el discurso presidencial azteca, el colombiano Juan Manuel Santos se quejó amargamente del referendo en California –la octava economía del mundo-- para legalizar la producción, venta y consumo de la mariguana, “mientras perdemos vidas e invertimos recursos. Tiene holgada razón el autor intelectual del asesinato de cuatro jóvenes universitarios mexicanos en Sucumbíos, Ecuador.

Tarde, más vale tarde que nunca, los gobernantes de los países latinoamericanos más cercanos a Washington adquieren conciencia de que la guerra que libran contra el narco les fue impuesta en su condición, relativa, de patio trasero del imperio, mientras éste privilegia el combate a las adicciones a los narcóticos como un asunto centralmente de salud pública y diversos estados de la Unión Americana liberalizan sus políticas hacia ciertas drogas.

En tanto que Felipe del Sagrado Corazón de Jesús no supera el enfoque moralista personal de “envenenan a los jóvenes” y retoma los Diálogos por la Seguridad sólo con sus partidarios y aliados.

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