Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Humberto Moreira asegura que nunca había pensado en buscar la presidencia del PRI hasta agosto, cuando el gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, le susurró al oído la oportunidad en puerta. ¿Por qué no? Moreira comenzó a explorar sus posibilidades. La llamada clave fue, como uno puede imaginárselo, al gobernador Enrique Peña Nieto, a quien le preguntó, a fin de palpar si no habría un veto, cómo “vería” que buscara la dirigencia del partido. Peña Nieto le dijo adelante.
Tenía la primera bendición formal pero necesitaba una más. Moreira se acercó entonces al senador Manlio Fabio Beltrones, otro de los polos de poder en el PRI, y a los pocos días el presidente del Senado comentaba que “el mejor perfil” para la dirigencia nacional se encontraba en el gobernador de Coahuila, porque no polarizaba a los priistas y hablaba con todos sus grupos.
Moreira, quien tomó la palabra de ellos al valor de la voz, no parece haber reparado que Peña Nieto se sentiría más a gusto con el gobernador de Hidalgo, Miguel Osorio Chong, al frente del partido durante la sucesión presidencial, y que Beltrones tiene como amigo generacional a otro aspirante fuerte al cargo, Emilio Gamboa. Tampoco mostró haber tomado precauciones en caso de que estos astutos políticos quisieran usarlo de parapeto para desgastarlo y, en su momento, jugar sus propias cartas en el PRI. El coahuilense, decidido, se abrió de capa.
Pocas semanas después de sus exploraciones con los factores del poder en el PRI, en una reunión de gobernadores con la actual dirigente Beatriz Paredes, Moreira dijo claramente que quería competir por la presidencia del partido. Paredes, que termina en marzo su mandato, no pareció gustarle lo adelantado del gobernador, pero no podía hacer nada realmente. Moreira tomó un gran pretexto para consolidar el proyecto moreirista que lleva años construyendo en Coahuila.
Humberto Moreira es uno de los políticos de la nueva generación en el PRI, que empezó su carrera profesional como profesor de secundaria en 1985 y desarrolló una prolífica carrera dentro del magisterio. Con el apoyo de la sempiterna dirigente del magisterio, Elba Esther Gordillo, fue electo en 2002 como presidente municipal de Saltillo, que ocupó efímeramente porque en julio de 2005 tomó protesta como gobernador de Coahuila.
Moreira sigue siendo el gobernador más cercano a la maestra Gordillo de toda la parrilla de priistas que son mandatarios estatales, lo que lo establece una relación no de pares, como tiene ella con otros gobernadores, sino de un pupilo con su mentora, con la que mantiene una relación de altibajos, pero al mismo tiempo, irrompible. Sin embargo, a diferencia de otros políticos que abrevan del establo de la maestra, Moreira tiene luz propia, con ambiciones particulares muy altas.
Quiere ser presidente del PRI, y que le permita construir una plataforma que lo convierta en jugador nacional en caso de la llegada de un priista a Los Pinos en el próximo sexenio, pero también abrir el camino para que su hermano Rubén, actualmente diputado federal, sea el candidato al gobierno de Coahuila el próximo año. La jugada del PRI parece el pretexto perfecto: si pide licencia para dirigir al partido, entraría un gobernador interino, quien en caso que el plan salga como lo tienen pensado los hermanos Moreira, sería el que entregaría el poder estatal.
La lógica es mundana, que no llegue un Moreira a sustituir a su hermano Moreira, que equivaldría en la cultura política mexicana como una reelección, aunque ni técnica ni legalmente lo sea. Esa posibilidad, que se ha venido armando desde hace casi un año, ha generado resistencias morales dentro de la clase política. Incluso, durante una plática no muy lejana, el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, le dijo al gobernador que dejar a su hermano iba a generar reacciones adversas a él. No está claro si el diagnóstico de Gómez Mont tendrá sustento, pues la cultura política mexicana, así como tiene viejas ataduras, también es bastante chiclosa, moldeable y permisiva.
En ese espacio se han venido moviendo los Moreira, que son operadores políticos muy eficientes, y que han construido con dinero un sistema de control político estatal con decenas de computadoras en Saltillo repleto de información política, profesional y en algunos casos personal del electorado coahuilense, que es actualizado todos los días. Ese aparato, que algunos priistas estiman costó cuando menos 100 millones de pesos echarlo a andar, fue diseñado por el diputado Moreira, a quienes no pocos, que conocen a los hermanos, consideran más inteligente que Humberto.
El gobernador, sin embargo, no es alguien para desestimar. Sabedor de que lo que le planteó Gómez Mont es algo que enfrentaría si Rubén se lanza por la candidatura, ha venido planteando una posición de rebeldía y confrontación desde el sexenio pasado. El primer ejemplo fue la tragedia minera de Pasta de Conchos, donde chocó con el gobierno de Vicente Fox y peleó –y prácticamente corrió- al entonces secretario de Trabajo, Francisco Salazar.
Con el presidente Felipe Calderón no ha sido tan estruendoso como lo fue en aquél momento trágico, pero sus escaramuzas tampoco han sido suaves. El gobernador Moreira ha venido edificando escenarios para que, en caso de que se materializara en el gobierno federal lo que le dijo Gómez Mont en su despacho, pueda alegar que hay un ataque al federalismo, un irrespeto a la soberanía del estado y convertir una escalada política al Everest, que es heredar a su hermano el poder, en una metáfora de la lucha contra el centralismo.
Si este diseño de llegada al poder y mantenerlo por un sexenio como una dinastía monárquica utilizando los recursos de la democracia se consuma, los hermanos Moreira construirán una maquinaria político-electoral a partir de Saltillo que se convertirá en una gran fuerza durante la próxima década. Están engañando con la verdad y no ocultan nada, ni siquiera las ambiciones políticas de ambos, que ya se metieron a jugar en las grandes ligas del PRI donde están enfrentando a políticos fogueados y sofisticados, entrenados con la mentalidad oriental de saber esperar a que sus adversarios se cansen para entonces, ponerles el pie encima. En los Moreira está que eso no pase con ellos ni con sus pretensiones políticas.
Humberto Moreira asegura que nunca había pensado en buscar la presidencia del PRI hasta agosto, cuando el gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, le susurró al oído la oportunidad en puerta. ¿Por qué no? Moreira comenzó a explorar sus posibilidades. La llamada clave fue, como uno puede imaginárselo, al gobernador Enrique Peña Nieto, a quien le preguntó, a fin de palpar si no habría un veto, cómo “vería” que buscara la dirigencia del partido. Peña Nieto le dijo adelante.
Tenía la primera bendición formal pero necesitaba una más. Moreira se acercó entonces al senador Manlio Fabio Beltrones, otro de los polos de poder en el PRI, y a los pocos días el presidente del Senado comentaba que “el mejor perfil” para la dirigencia nacional se encontraba en el gobernador de Coahuila, porque no polarizaba a los priistas y hablaba con todos sus grupos.
Moreira, quien tomó la palabra de ellos al valor de la voz, no parece haber reparado que Peña Nieto se sentiría más a gusto con el gobernador de Hidalgo, Miguel Osorio Chong, al frente del partido durante la sucesión presidencial, y que Beltrones tiene como amigo generacional a otro aspirante fuerte al cargo, Emilio Gamboa. Tampoco mostró haber tomado precauciones en caso de que estos astutos políticos quisieran usarlo de parapeto para desgastarlo y, en su momento, jugar sus propias cartas en el PRI. El coahuilense, decidido, se abrió de capa.
Pocas semanas después de sus exploraciones con los factores del poder en el PRI, en una reunión de gobernadores con la actual dirigente Beatriz Paredes, Moreira dijo claramente que quería competir por la presidencia del partido. Paredes, que termina en marzo su mandato, no pareció gustarle lo adelantado del gobernador, pero no podía hacer nada realmente. Moreira tomó un gran pretexto para consolidar el proyecto moreirista que lleva años construyendo en Coahuila.
Humberto Moreira es uno de los políticos de la nueva generación en el PRI, que empezó su carrera profesional como profesor de secundaria en 1985 y desarrolló una prolífica carrera dentro del magisterio. Con el apoyo de la sempiterna dirigente del magisterio, Elba Esther Gordillo, fue electo en 2002 como presidente municipal de Saltillo, que ocupó efímeramente porque en julio de 2005 tomó protesta como gobernador de Coahuila.
Moreira sigue siendo el gobernador más cercano a la maestra Gordillo de toda la parrilla de priistas que son mandatarios estatales, lo que lo establece una relación no de pares, como tiene ella con otros gobernadores, sino de un pupilo con su mentora, con la que mantiene una relación de altibajos, pero al mismo tiempo, irrompible. Sin embargo, a diferencia de otros políticos que abrevan del establo de la maestra, Moreira tiene luz propia, con ambiciones particulares muy altas.
Quiere ser presidente del PRI, y que le permita construir una plataforma que lo convierta en jugador nacional en caso de la llegada de un priista a Los Pinos en el próximo sexenio, pero también abrir el camino para que su hermano Rubén, actualmente diputado federal, sea el candidato al gobierno de Coahuila el próximo año. La jugada del PRI parece el pretexto perfecto: si pide licencia para dirigir al partido, entraría un gobernador interino, quien en caso que el plan salga como lo tienen pensado los hermanos Moreira, sería el que entregaría el poder estatal.
La lógica es mundana, que no llegue un Moreira a sustituir a su hermano Moreira, que equivaldría en la cultura política mexicana como una reelección, aunque ni técnica ni legalmente lo sea. Esa posibilidad, que se ha venido armando desde hace casi un año, ha generado resistencias morales dentro de la clase política. Incluso, durante una plática no muy lejana, el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, le dijo al gobernador que dejar a su hermano iba a generar reacciones adversas a él. No está claro si el diagnóstico de Gómez Mont tendrá sustento, pues la cultura política mexicana, así como tiene viejas ataduras, también es bastante chiclosa, moldeable y permisiva.
En ese espacio se han venido moviendo los Moreira, que son operadores políticos muy eficientes, y que han construido con dinero un sistema de control político estatal con decenas de computadoras en Saltillo repleto de información política, profesional y en algunos casos personal del electorado coahuilense, que es actualizado todos los días. Ese aparato, que algunos priistas estiman costó cuando menos 100 millones de pesos echarlo a andar, fue diseñado por el diputado Moreira, a quienes no pocos, que conocen a los hermanos, consideran más inteligente que Humberto.
El gobernador, sin embargo, no es alguien para desestimar. Sabedor de que lo que le planteó Gómez Mont es algo que enfrentaría si Rubén se lanza por la candidatura, ha venido planteando una posición de rebeldía y confrontación desde el sexenio pasado. El primer ejemplo fue la tragedia minera de Pasta de Conchos, donde chocó con el gobierno de Vicente Fox y peleó –y prácticamente corrió- al entonces secretario de Trabajo, Francisco Salazar.
Con el presidente Felipe Calderón no ha sido tan estruendoso como lo fue en aquél momento trágico, pero sus escaramuzas tampoco han sido suaves. El gobernador Moreira ha venido edificando escenarios para que, en caso de que se materializara en el gobierno federal lo que le dijo Gómez Mont en su despacho, pueda alegar que hay un ataque al federalismo, un irrespeto a la soberanía del estado y convertir una escalada política al Everest, que es heredar a su hermano el poder, en una metáfora de la lucha contra el centralismo.
Si este diseño de llegada al poder y mantenerlo por un sexenio como una dinastía monárquica utilizando los recursos de la democracia se consuma, los hermanos Moreira construirán una maquinaria político-electoral a partir de Saltillo que se convertirá en una gran fuerza durante la próxima década. Están engañando con la verdad y no ocultan nada, ni siquiera las ambiciones políticas de ambos, que ya se metieron a jugar en las grandes ligas del PRI donde están enfrentando a políticos fogueados y sofisticados, entrenados con la mentalidad oriental de saber esperar a que sus adversarios se cansen para entonces, ponerles el pie encima. En los Moreira está que eso no pase con ellos ni con sus pretensiones políticas.
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