El procurador invisible

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Arturo Chávez Chávez llegó a la Procuraduría General de la República en otoño de 2009 por la puerta de atrás al destrozado gabinete de seguridad. Servidor público que había trabajado con la anterior generación de panistas en el poder, Chávez Chávez no era el hombre que quería el presidente Felipe Calderón como el abogado de la nación, pero lo iba a usar como una pieza de sacrificio para colocar en el cargo a uno de sus incondicionales que le facilitara la politización de la justicia.

Calderón, quien durante casi un año no supo qué hacer con Eduardo Medina Mora, se decidió finalmente por el cambio tras la lucha fraticida entre el procurador y el secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna. El Presidente tenía en mente al secretario de Gobierno de Baja California, José Francisco Blake, su amigo desde que fue su escudero en la Cámara de Diputados, pero los senadores Alejandro González Alcocer del PAN, y Fernando Castro Trenti del PRI, alfil de Manlio Fabio Beltrones, vetaron su designación antes de nacer.

No se arriesgó el Presidente, pero alistó un gambito. Envió al Senado el nombre de Chávez Chávez, cuyo antecedente como procurador de Chihuahua durante el inicio de las llamadas Muertas de Juárez, lo hacían muy vulnerable ante la opinión pública y relativamente fácil para que los senadores lo rechazaran. Pero en el Senado, Beltrones leyó la jugada de Calderón. De haberlo rechazado, diría en ese momento uno de sus asesores, Calderón habría propuesto a su otro amigo y abogado, Juan Miguel Alcántara, un guanajuatense con fuertes cargas ideológicas, y como el Presidente, obsesionado contra todo que oliera al PRI.

Los priistas abrieron el camino para que llegara Chávez Chávez. “Era lo menos malo que veíamos”, dijo uno de los senadores priistas más influyentes. Con Alcántara anticipaban una gestión complicada, y sabían por boca de Medina Mora, que Calderón le perdonó el pleito con García Luna, pero no que se negara proceder contra los gobernadores priistas, Ismael Hernández Deras de Durango, y Eugenio Hernández de Tamaulipas, antes de las elecciones de 2009.

Chávez Chávez entró en esa coyuntura, que entró en una fase crítica días antes de que se anunciara públicamente su nombramiento, porque al saberse que él sería, la extrema derecha del PAN trató de descarrillar su eminente designación. El secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, que lo conocía bien porque trabajó como coordinador de asesores del entonces senador Diego Fernández de Cevallos, y luego como abogado en su despacho, le pidió que no se hiciera nada públicamente para evitar un sabotaje amigo. No le fue difícil hacerle de avestruz, que es una posición que lo ha caracterizado al frente de la PGR.

Chávez Chávez, que tiene la altura de un jugador de basquetbol –mide poco más de dos metros- y camina, quizás por una especie de complejo, encorvado, no se ve a sí mismo como un funcionario que viva escondiéndose en lugar de enfrentar la problemática del cargo. Lo que pretendía con su muy bajo perfil, confió hace tiempo uno de sus más cercanos asesores, era restaurar la credibilidad perdida durante el paso de Medina Mora, e inyectarle nuevamente fuerza a la institucionalidad.

Restaurar la moral y regresar al trabajo era su misión inmediata. Después de todo, había llegado a una PGR totalmente deshilachada. Medina Mora no pudo sacar adelante las reformas que le pidió el Presidente y todos los mandos superiores de la Subprocuraduría de Investigaciones Especializadas contra la Delincuencia Organizada, habían sido comprados por los cárteles de las drogas.

Su llegada, si bien con amortiguadores priistas, fue polémica en la sociedad. “Lo considero una de las nominaciones más incompetentes”, dijo en aquél momento Jaime Hervella, un defensor de derechos humanos en Ciudad Juárez. Mirelle Rocatti, quien desde la presidencia de la Comisión Nacional de Derechos Humanos lidió con Chávez Chávez cuando fue procurador en Chihuahua, recordó que las primeras revisiones en los expedientes de los casos de las Muertas de Juárez, tenían múltiples irregularidades”.

“En todos se encontraron patrones repetitivos de fallas, de irregularidades en la integración de esas averiguaciones previas”, dijo. “Encontramos casos como que algunos expedientes sólo tenían la carátula y el levantamiento de las osamentas pero nada más. El expediente estaba integrado por tres hojitas y la carátula”.

Ese pasado lo cruza con el presente, en la más grande paradoja que tiene Chávez Chávez. Insuficiencias similares al caso de las Muertas de Juárez, son las que se señalan en el polémico caso del michoacanazo. El procurador tuvo que salir a defender una investigación contre funcionarios y alcaldes michoacanos acusados de vínculos con el narcotráfico que fueron liberados, precisamente por irregularidades en los expedientes que entregó la PGR de Medina Mora a los juzgados.

Chávez Chávez no ha criticado a su antecesor, sino a los jueces que llevan el caso, convertido en el fiasco más importante hasta la fecha, en la lucha contra el narcotráfico.

El procurador es un hombre que exuda decencia cuando interactúa con externos a la PGR, aunque siempre parece estar bajo el manto de seguridad existencial en su oficina, come todos los días. Conocedor de sus temas, actúa con una prudencia tan extrema que se le ve en público como un timorato incompetente, y a rastras lo tienen que llevar los expertos en comunicación de Los Pinos para que hable ante los medios.

Les preocupa. Pese a su experiencia en temas políticos y jurídicos, es muy malo para comunicar. Habla con frases cortas, a veces inconexas para un iletrado en materia jurídica. En su nuevo encargo, le cayeron casos que lo rebasaron. El secuestro de su antiguo jefe Fernández de Cevallos fue uno del cual no recupera aún imagen pública, al haber claudicado como procurador a seguir de oficio un caso de secuestro de alto impacto. El michoacanazo es otro que lo rebasa.

La percepción sobre Chávez Chávez es que sólo está administrando la procuración de justicia, no que está tratando de imprimir su huella al paso por la PGR. Sin embargo, cuando se la ofreció el Presidente la vio como una oportunidad. Trabajó en silencio para tener un gran paso por la PGR, aunque a juzgar por los resultados hasta ahora, está en déficit con los mexicanos, con el gobierno, y con él mismo.

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