El polémico Vargas Llosa

Martha Anaya / Crónica de Política

Ocurrió hace dos décadas. Mario Vargas Llosa fue invitado a México para participar en una serie de conferencias y mesas redondas que había organizado la revista Vuelta. Ahí, en ese marco, el escritor peruano soltó la famosísima frase que calificaría a México y al Partido Revolucionario Institucional (PRI) como nadie antes lo había hecho: que en México se vivía una “dictadura perfecta”.

Aquellas declaraciones armaron tal revuelo en ese entonces –agosto de 1990–, tiempos en que gobernaba Carlos Salinas de Gortari, que al día siguiente de sus declaraciones Vargas Llosa abandonó el país de toda prisa y las últimas conferencias organizadas por Vuelta hubieron de suspenderse.

La polémica que desató el ya para entonces ex candidato presidencial –recién había perdido las elecciones en su país de origen, Perú, nada menos que frente a Alberto Fujimori—fue tal, que declaraciones, demandas, aplausos, gritos, injurias…¡de todo!, se dijo en ese momento del autor de “Conversación en la catedral”, “La ciudad de los perros”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La tía Julia y el escribidor”, “La guerra del fin del mundo”, “La fiesta del chivo”.

Pero cómo fue aquel episodio. Hubo un momento en la conversación entre los participantes –recuerdo a Octavio Paz, a Enrique Krauze y al propio Vargas Llosa— en la mesa “Del comunismo a la sociedad abierta”, en el que tanto Paz como Krauze presagiaban el fin del PRI, pero Paz precisó que a diferencia de países como la Unión Soviética, en México aún cuando había muchos problemas, se tenían libertades políticas, sociales y económicas.

Vargas Llosa alegó entonces que México tenía todas las características de una dictadura, de una dictadura camuflada que utilizaba como medio al PRI. A saber: la permanencia de un partido que es inamovible, una dictadura que además había creado una retórica de izquierda y que a lo largo de su historia reclutó, muy eficientemente, a los intelectuales.

“El partido único –dijo aquella vez– concede suficiente espacio para la crítica, en la medida que esa crítica le sirve porque confirma que es un partido democrático pero que suprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia”.

Aseveró además que la reivindicación que hizo la Revolución del pasado, también había sido otro de los instrumentos que utilizaba “el sistema dictatorial del PRI para eternizarse”; es más, agregaría: “ha sido otro argumento de esa gran demagogia retórica a lo largo de su historia del PRI que se ha prestado a muchas falsificaciones”.

Así de fuertes e incisivos fueron sus comentarios en aquel encuentro de intelectuales cuando el país venía de sufrir una de sus elecciones más polémicas, la de 1988, en la que se enfrentaron Cuauhtémoc Cárdenas y Carlos Salinas.

Cuando Vargas Llosa concluyó su intervención, Krauze alabó su “valentía” y mencionó la palabra “dicatablanda”. Paz, en cambio, se deslindó con un: “Yo hablé de sistema hegemónico de dominación…; yo, como escritor y como intelectual, prefiero la precisión. No se puede hablar de dictadura”.

Eso fue hace veinte años. Quién dijera lo que atestiguaríamos ahora: en lo que a México se refiere: el PRI dejó Los Pinos y ahora toca de nuevo a la puerta; ya no se habla de dictadura perfecta sino de democracia imperfecta o de Estado fallido. Y por lo que él toca, al propio Vargas Llosa, luego de haber perdido las elecciones frente a Alberto Fujimori, es distinguido ahora con el Premio Nobel de Literatura.

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