El ajedrecista

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Si hubiera sido una partida de ajedrez la que libró en Madrid hace unos días, Alonso Lujambio habría movido en el segundo movimiento a su alfil para amenazar al rey de Enrique Peña Nieto. Ahí lo acusó de rehuir al debate abierto, de dialogar sólo en spots y no deliberar, de encerrarse en lo que pueda pagar sin arriesgar un solo pelo. La intención fue provocarlo. El alfil pretendía descolocar su defensa, ponerlo nervioso, que empezara a mover sus piezas para ir sobre de él, hacia el jaque mate.

¿Provocación? Por supuesto, respondió Lujambio, quien arremetió contra el gobernador del estado de México porque canceló su participación en un foro donde debatirían. “Hay que decirle las cosas”, agregó. “Basta de protección. Tiene que responder y cuando empiece a hablar, lo vamos a acabar”.

Amenazante, Lujambio ya no hablaba como secretario de Educación, sino como un político metido de lleno a la lucha electoral. Antes de Madrid se le veía como un lejano aspirante a la candidatura panista a la Presidencia de 2012, detrás del favorito, el secretario de Hacienda Ernesto Cordero, y del caballo negro, el secretario de Desarrollo Socia Heribert Félix. Pero el primero, no da color público, mientras que el segundo ya se integró al grupo de secretarios de Estado más clandestinos que el EPR.

En Madrid, Lujambio se renovó y volvió a volar. No se le escuchaba un discurso político tan articulado desde que en noviembre pasado habló en el ITAM en el homenaje al ex rector Javier Beristáin, que estaba próximo a morir. Fue el ponente que sorprendió al público por su profundidad y alcance, superior a otro anterior alumno de Beristáin, quien también habló, Agustín Carstens, en ese entonces aún secretario de Hacienda.

Lujambio sabe muy poco de educación, cuya inexperiencia y desconocimiento ha demostrado reiteradamente ante la falta de un programa educativo propio –el que mantiene en la SEP es heredado de su antecesora Josefina Vázquez Mota-, en sus continuos desencuentros con los rectores de las universidades mexicanas, y en su relación a trompicones con la maestra Elba Esther Gordillo, presidente vitalicio del magisterio. Pero políticamente no es un improvisado.

Nacido en el seno de una familia conservadora, panista, es viejo amigo de Felipe Calderón, Lujambio cruzó en la última década por los pocos organismos de la transición democrática, el IFAI y el IFE, donde solidificó su relación política con su sinodal, Juan Molinar, y se le recuerda como un funcionario meticuloso.

Lujambio se educó y refinó políticamente bajo la tutela de Juan Linz, el teórico del autoritarismo, quien le dirigió su tesis de maestría en la Universidad de Yale, una de las instituciones del cerrado círculo de las Ivy League. La influencia de Linz en el pensamiento político de Lujambio es permanente, y en las condiciones actuales por las que atraviesa México, donde hay un debate sobre si el régimen presidencialista debe caminar hacia el parlamentarismo, es el mejor equipado dentro del gobierno calderonista, para discutirlo.

Su maestro, que inició la discusión en 1987, terminó inclinándose por el parlamentarismo, pero Lujambio pareció apuntar al fortalecimiento del régimen presidencialista. En Madrid sostuvo una elegante escaramuza con el ex consejero presidente del IFE, José Woldenberg, y desmenuzó la reforma política propuesta por el Presidente, de la cual es uno de los autores intelectuales, y refutó humor preguntas ingeniosas sobre el futuro del voto nulo y candidatos independientes.

A Lujambio no lo conocían muchos en el foro, y los dejó sorprendidos. En México se le respeta como teórico, pero no como secretario de Educación. Últimamente ha tenido que cargar con el lastre de la organización de los festejos del Bicentenario, y pagado el costo político de un despilfarro –que él no lo considera de esa forma, pero abrió al mismo tiempo auditorías- que le heredó su amiga, la ex jefa de Oficina de la Presidencia, Patricia Flores.

El Lujambio de Madrid, en términos del equipaje político y académico que tiene, no es diferente. Lo que sí ha cambiado significativamente desde que su carrera política comenzó a tener una nueva dirección y altura, es su comportamiento público, que pasa por su imagen personal. Se fueron las gafas y cambió aquellos trajes, entre académico y burócrata, por finos cortes hoy en día.

Para ser hay que parecer, es cierto, pero a veces se le pasa la mano a Lujambio y camina un poco fingido, con el pecho siempre erguido y la mirada alta, sin ver nunca para abajo. Esa sensación de lejanía, que veces parece déspota, no corresponde realmente a su trato ordinario, donde es relajado y amable, a veces hasta simpático.

En el establo de Calderón empieza a figurar por comportamiento en público. El secretario Félix lleva mucho tiempo perdido escondido, y cuando sale nadie lo conoce. El secretario Cordero, uno de los funcionarios más afables y humanos que se recuerdan en la administración pública en una generación, es demasiado bonachón e institucional para, cuando menos hasta ahora, crecer.

Lujambio los aventaja en prestancia y oficio político. No significa, por supuesto, que se haya convertido en el delfín de Calderón, o que sus momios hayan subido en las últimas semanas. Pero no va por mal camino. Institucional en lo formal, Lujambio dijo en Madrid, cuando lo presionaron sobre sus aspiraciones presidenciales, que se siente halagado –en ese tipo de respuestas, priistas, perredistas y panistas son uno mismo-, y que esperará los tiempos de su partido –exactamente lo que dicen todos los que quieren ser-. Pero en privado, Lujambio también se cuida.

Es uno de los panistas a quienes convocó el presidente Calderón para decirles que tienen que esperar los tiempos del partido -¿suena familiar?- antes de que arranquen su campaña presidencial. A los secretarios de Estado presentes en la reunión, les dijo que aguardaran y pararan sus motores. Pero advirtió que si alguno quería comenzar en ese momento, que lo hiciera, que la puerta era muy pequeña de entrada, pero muy grande de salida.

Lujambio, como todos los miembros del gabinete convidados a esa sesión para la sucesión presidencial, entendió el mensaje. Lo repitió en Madrid, aunque comenzó la pelea con Peña Nieto. Sabe bien. Si quiere subir en conocimiento nacional que lleve a preferencia electoral del 14% donde se encuentra ahora, no tiene que perder el tiempo con todos sus adversarios, sino con el puntero Peña Nieto, que es al único que le podría quitar puntos si es exitoso, y con el único rival con el cual puede probar, en preferencia electoral, si este secretario tiene alas para volar.

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