Raymundo Riva Palacio
Carlos Salinas reapareció en público después de 16 años de haber dejado la Presidencia, en la celebración de los 20 años del IFE, el órgano electoral que fue concebido durante su administración. El odio popular, por un lado, y la grilla por el otro, que lo repudia en automático o lo lleva a enfatizar su postura sobre la alternancia en el poder con el subtexto de sus vínculos con el gobernador Enrique Peña Nieto, ocultaron la relevancia de sus declaraciones, donde por primera vez, corrigiendo su propia historia pública, aceptó que las elecciones presidenciales de 1988 fueron sumamente competidas y dejaron sospechas de fraude sobre su triunfo.
Las palabras sin contexto carecen de sentido, pero el reconocimiento de lo que sucedió aquél 6 de julio, permite a colocar los momentos en su justo nivel, explicar muchas de las cosas que sucedieron posteriormente, y empezar a llenar algunas lagunas que todavía tienen nubarrones sobre la noche de aquél miércoles que comenzó a cambiar la historia política mexicana.
La sospecha de fraude llevó a Salinas a crear el IFE, como admitió esta semana, y a flexibilizar el control político, sobretodo a partir de 1994 –su último año de gobierno-, así como a negociar con el EZLN –que era postura de su canciller Manuel Camacho frente a la solución del secretario de Gobernación, Patrocinio González, que propuso pacificar Chiapas a un costo de 300 muertos-, aunque no para alcanzar la paz ante el levantamiento indígena, sino para que la guerrilla no desestabilizara al país que, en 1994, se encarrilaba a la siguiente elección presidencial. Entonces buscaba mejorar su imagen en la historia; ahora, igual.
Salinas llegó a la Presidencia como producto de un acuerdo de cúpulas en el PRI, acatando las instrucciones del entonces presidente Miguel de la Madrid, obligando al consenso a Fidel Velázquez, legendario líder de la CTM a quien no le gustaba la imposición, y después de una pasarela de seis precandidatos para darle un tamiz de inclusión al partido, que se había quebrado por la escisión en 1987 de la Corriente Democrática, encabezada por Rodolfo González Guevara, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Los dos últimos se fueron del PRI para integrar una coalición de izquierda llamado Frente Democrático Nacional, con la que contendieron a la Presidencia.
Las elecciones de 1988 llegaron en un momento de debilitamiento del tejido social. En 1982, tras la nacionalización de la banca, el país entró en una de las crisis de liquidez más profundas en la memoria, con un fuerte control de cambios y finanzas secas, que se agravó al año siguiente por un crack petrolero que derrumbó dramáticamente los precios del crudo. En 1985 el gobierno federal se paralizó ante los terremotos en la ciudad de México, cuyo despertar ciudadano fue similar a las Glasnost soviética: los gobernados le perdieron el miedo a los gobernantes y comenzó la rebelión política. La crisis interna del PRI se dio junto con el deterioro de las condiciones sociales y políticas en el país.
La noche del 6 de julio, tras una millonaria campaña electoral de Salinas y el fiasco de la campaña negra contra Cárdenas, con el apoyo de Emilio Azcárraga y Jacobo Zabludowsky en Televisa, el Frente Democrático Nacional (FDN) les inyecto pánico.
José Newman Valenzuela, director del Registro Nacional de Electores, quien procesaba en computadoras toda la información que iba recibiendo de las casillas, se la entregaba al secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, quien a su vez la compartía con De la Madrid y con los enlaces de Salinas: Camacho y José Córdoba, quien sería más adelante su tácito jefe de gabinete.
Los primeros datos arrojaban una ventaja considerable para Cárdenas, con lo cual el régimen priista se alteró. Todos sabían que esa información procedía de la zona metropolitana de la ciudad de México, que es anti priista, y no era concluyente. De cualquier forma, Bartlett ordenó a Newman Valenzuela que apagara las computadoras, acto que se conoce hoy como “la caída del sistema”. A partir de ahí se incubó la idea, aunque subjetiva, del fraude. La caída del sistema, en realidad, era irrelevante para efectos de resultados. Entonces, y ahora, el único dato válido es el cómputo que se hace en cada casilla y cuya boleta, firmada por todos los partidos, se pega sobre la puerta.
Bartlett, quien ha dicho a lo largo de los años que “el sistema se calló, no se cayó”, no ha revelado lo que realmente sucedió esa noche en Gobernación. El resultado oficial, calificado por el Colegio Electoral de la Cámara de Diputados, dio 50.7% del voto para Salinas, 31% para Cárdenas y 16.8 para el panista Manuel Clouthier, pero Óscar de Lassé, uno de los operadores electorales de Bartlett, le dijo a la periodista Martha Anaya en una entrevista para su libro “1988: el año que calló el sistema”, que los porcentajes reales fueron: 43% para Salinas y 40% para Cárdenas.
Es probable que este sea el resultado verdadero de la elección de 1988, por la reacción que hubo en el equipo de Salinas. La misma noche del 6 de julio Camacho, que era el jefe de campaña del candidato, juntó a un grupo de corresponsales extranjeros y les dijo que Salinas reconocería la victoria de Cárdenas, en el Distrito Federal, Morelos, Michoacán y Guerrero. En ese momento, las bases militantes del FDN estaban presionando a Cárdenas para tomar Palacio Nacional, mientras este discutía con Clouthier y otra candidata menor, Rosario Ibarra, qué estrategia seguir. Marcharon hacia Palacio Nacional, en efecto, pero no para tomarlo por asalto.
Cárdenas contuvo la presión ante el temor de la violencia. Esa noche no se convirtió en una amenaza para el sistema, sino en un opositor responsable. El equipo de Salinas no lo agradeció. Sólo reconocieron -manipulando a la mayoría priista en el Congreso- senadurías en el Distrito Federal y Michoacán, y durante todo el sexenio se afanaron en demoler a esa fuerza de izquierda naciente, mientras iniciaba una cohabitación tropical con el PAN. Hoy Salinas elogia a los panistas de aquellos años y a Cárdenas, con quien se obsesionó y buscó acabar. No pudo hacerlo, ni al FDN, ni a su creación el PRD. Pero cuando menos, que finalmente acepte que estuvo a punto de perder la elección, para un Presidente tan autoritario como fue Salinas, ya es un enorme avance en beneficio de nuestra historia política.
Carlos Salinas reapareció en público después de 16 años de haber dejado la Presidencia, en la celebración de los 20 años del IFE, el órgano electoral que fue concebido durante su administración. El odio popular, por un lado, y la grilla por el otro, que lo repudia en automático o lo lleva a enfatizar su postura sobre la alternancia en el poder con el subtexto de sus vínculos con el gobernador Enrique Peña Nieto, ocultaron la relevancia de sus declaraciones, donde por primera vez, corrigiendo su propia historia pública, aceptó que las elecciones presidenciales de 1988 fueron sumamente competidas y dejaron sospechas de fraude sobre su triunfo.
Las palabras sin contexto carecen de sentido, pero el reconocimiento de lo que sucedió aquél 6 de julio, permite a colocar los momentos en su justo nivel, explicar muchas de las cosas que sucedieron posteriormente, y empezar a llenar algunas lagunas que todavía tienen nubarrones sobre la noche de aquél miércoles que comenzó a cambiar la historia política mexicana.
La sospecha de fraude llevó a Salinas a crear el IFE, como admitió esta semana, y a flexibilizar el control político, sobretodo a partir de 1994 –su último año de gobierno-, así como a negociar con el EZLN –que era postura de su canciller Manuel Camacho frente a la solución del secretario de Gobernación, Patrocinio González, que propuso pacificar Chiapas a un costo de 300 muertos-, aunque no para alcanzar la paz ante el levantamiento indígena, sino para que la guerrilla no desestabilizara al país que, en 1994, se encarrilaba a la siguiente elección presidencial. Entonces buscaba mejorar su imagen en la historia; ahora, igual.
Salinas llegó a la Presidencia como producto de un acuerdo de cúpulas en el PRI, acatando las instrucciones del entonces presidente Miguel de la Madrid, obligando al consenso a Fidel Velázquez, legendario líder de la CTM a quien no le gustaba la imposición, y después de una pasarela de seis precandidatos para darle un tamiz de inclusión al partido, que se había quebrado por la escisión en 1987 de la Corriente Democrática, encabezada por Rodolfo González Guevara, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Los dos últimos se fueron del PRI para integrar una coalición de izquierda llamado Frente Democrático Nacional, con la que contendieron a la Presidencia.
Las elecciones de 1988 llegaron en un momento de debilitamiento del tejido social. En 1982, tras la nacionalización de la banca, el país entró en una de las crisis de liquidez más profundas en la memoria, con un fuerte control de cambios y finanzas secas, que se agravó al año siguiente por un crack petrolero que derrumbó dramáticamente los precios del crudo. En 1985 el gobierno federal se paralizó ante los terremotos en la ciudad de México, cuyo despertar ciudadano fue similar a las Glasnost soviética: los gobernados le perdieron el miedo a los gobernantes y comenzó la rebelión política. La crisis interna del PRI se dio junto con el deterioro de las condiciones sociales y políticas en el país.
La noche del 6 de julio, tras una millonaria campaña electoral de Salinas y el fiasco de la campaña negra contra Cárdenas, con el apoyo de Emilio Azcárraga y Jacobo Zabludowsky en Televisa, el Frente Democrático Nacional (FDN) les inyecto pánico.
José Newman Valenzuela, director del Registro Nacional de Electores, quien procesaba en computadoras toda la información que iba recibiendo de las casillas, se la entregaba al secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, quien a su vez la compartía con De la Madrid y con los enlaces de Salinas: Camacho y José Córdoba, quien sería más adelante su tácito jefe de gabinete.
Los primeros datos arrojaban una ventaja considerable para Cárdenas, con lo cual el régimen priista se alteró. Todos sabían que esa información procedía de la zona metropolitana de la ciudad de México, que es anti priista, y no era concluyente. De cualquier forma, Bartlett ordenó a Newman Valenzuela que apagara las computadoras, acto que se conoce hoy como “la caída del sistema”. A partir de ahí se incubó la idea, aunque subjetiva, del fraude. La caída del sistema, en realidad, era irrelevante para efectos de resultados. Entonces, y ahora, el único dato válido es el cómputo que se hace en cada casilla y cuya boleta, firmada por todos los partidos, se pega sobre la puerta.
Bartlett, quien ha dicho a lo largo de los años que “el sistema se calló, no se cayó”, no ha revelado lo que realmente sucedió esa noche en Gobernación. El resultado oficial, calificado por el Colegio Electoral de la Cámara de Diputados, dio 50.7% del voto para Salinas, 31% para Cárdenas y 16.8 para el panista Manuel Clouthier, pero Óscar de Lassé, uno de los operadores electorales de Bartlett, le dijo a la periodista Martha Anaya en una entrevista para su libro “1988: el año que calló el sistema”, que los porcentajes reales fueron: 43% para Salinas y 40% para Cárdenas.
Es probable que este sea el resultado verdadero de la elección de 1988, por la reacción que hubo en el equipo de Salinas. La misma noche del 6 de julio Camacho, que era el jefe de campaña del candidato, juntó a un grupo de corresponsales extranjeros y les dijo que Salinas reconocería la victoria de Cárdenas, en el Distrito Federal, Morelos, Michoacán y Guerrero. En ese momento, las bases militantes del FDN estaban presionando a Cárdenas para tomar Palacio Nacional, mientras este discutía con Clouthier y otra candidata menor, Rosario Ibarra, qué estrategia seguir. Marcharon hacia Palacio Nacional, en efecto, pero no para tomarlo por asalto.
Cárdenas contuvo la presión ante el temor de la violencia. Esa noche no se convirtió en una amenaza para el sistema, sino en un opositor responsable. El equipo de Salinas no lo agradeció. Sólo reconocieron -manipulando a la mayoría priista en el Congreso- senadurías en el Distrito Federal y Michoacán, y durante todo el sexenio se afanaron en demoler a esa fuerza de izquierda naciente, mientras iniciaba una cohabitación tropical con el PAN. Hoy Salinas elogia a los panistas de aquellos años y a Cárdenas, con quien se obsesionó y buscó acabar. No pudo hacerlo, ni al FDN, ni a su creación el PRD. Pero cuando menos, que finalmente acepte que estuvo a punto de perder la elección, para un Presidente tan autoritario como fue Salinas, ya es un enorme avance en beneficio de nuestra historia política.
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