Martha Anaya / Crónica de Política
La respuesta de Andrés Manuel López Obrador a Felipe Calderón no tardó en llegar. Antes incluso de entrar de lleno a hablar sobre su libro en la Alameda Central, pidió al auditorio dejarle leer el texto que traía escrito para responder a las “expresiones” de Calderón.
“¡Duro! ¡Duro!” gritó la multitud –más de doscientos asistentes– congregada en la Feria Alternativa del Libro, y el tabasqueño –situado en el estrado entre Paco Ignacio Taibo II, Armando Bartra y Jesús Ramírez—comenzó su lectura de cinco puntos.
Comenzó así: “Con absoluta seriedad y bajo protesta de seguir actuando con honestidad afirmo que si no me hubieran robado la Presidencia de la República, no sería Brasil el ejemplo a seguir, sino nuestro querido México… Si se hubiera respetado el voto, en el país habría crecimiento económico, bienestar, seguridad pública…”
Las miradas se clavaban en él. Diego Valadés, quien momentos antes había ocupado la misma silla bajo la carpa para hablar sobre “El estado de la Nación” observaba de lejos la escena culminante de la tarde-noche en la que López Obrador citaba la famosa que le atribuyeron los panistas en 2006: “Es un peligro para México”, y devolvía:
Es increíble que Felipe Calderón (rechifla del respetable), “quien fue impuesto por una funesta camarilla, en vez de pedir perdón siga optando por la mentira, la confrontación y la ofensa” a muchos mexicanos.
-¡Que pida perdón el espurio!-, gritaron sus seguidores.
López Obrador siguió sin inmutarse: Esa frase acuñada por Antonio Solá fue para “manipular e infundir miedo en algunos sectores” a través de algunos medios, especialmente por Televisa, porque ellos manipulan opinión pública “como en la época de Adolfo Hitler”.
La frase, subrayó luego, “es burda, ofensiva y sin ninguna relevancia”; ni siquiera yo me atrevería a usarla en contra de Calderón “a pesar de que han perdido la vida cerca de treinta mil mexicanos por su irresponsabilidad e ineptitud”.
“Por mi parte, les digo –agregó Andrés Manuel–: yo no odio porque considero que sólo con amor, hablando con la verdad y haciendo el bien a los demás, se puede ser feliz”.
Era la parte medular de su texto. Volvería luego a mirar hacia adelante, a decirse convencido de que “el cambio vendrá y no lo van a impedir ni el PRI, ni el PAN, ni sus voceros, ni sus políticos paleros.”
Aplausos y carcajadas bajo la carpa y más allá de ella donde se atiborraba la gente. Pero el ex candidato a la Presidencia todavía añadiría algo más en su respuesta: “Estoy seguro, lo he pensado mucho, de que más temprano que tarde habrá un despertar ciudadano más fuerte y poderoso que sus opresores. Esa es mi convicción. Muchas gracias.”
¡Ese es mi gallo!, gritaron entre la multitud. Y entonces seguiría la presentación formal del libro “La mafia que se adueñó de México… y el 2012”, hasta concluir con la firma de libros –como diría Taibo– “hasta que le duela la mano”.
La arena estaba calientita. La cercanía con López Obrador –a unos cuantos metros de distancia, a diferencia de los grandes mítines del zócalo—entusiasmaba a los ahí presentes que, retrepados incluso en jardineras cercanas le seguían. Y él sonreía.
La respuesta de Andrés Manuel López Obrador a Felipe Calderón no tardó en llegar. Antes incluso de entrar de lleno a hablar sobre su libro en la Alameda Central, pidió al auditorio dejarle leer el texto que traía escrito para responder a las “expresiones” de Calderón.
“¡Duro! ¡Duro!” gritó la multitud –más de doscientos asistentes– congregada en la Feria Alternativa del Libro, y el tabasqueño –situado en el estrado entre Paco Ignacio Taibo II, Armando Bartra y Jesús Ramírez—comenzó su lectura de cinco puntos.
Comenzó así: “Con absoluta seriedad y bajo protesta de seguir actuando con honestidad afirmo que si no me hubieran robado la Presidencia de la República, no sería Brasil el ejemplo a seguir, sino nuestro querido México… Si se hubiera respetado el voto, en el país habría crecimiento económico, bienestar, seguridad pública…”
Las miradas se clavaban en él. Diego Valadés, quien momentos antes había ocupado la misma silla bajo la carpa para hablar sobre “El estado de la Nación” observaba de lejos la escena culminante de la tarde-noche en la que López Obrador citaba la famosa que le atribuyeron los panistas en 2006: “Es un peligro para México”, y devolvía:
Es increíble que Felipe Calderón (rechifla del respetable), “quien fue impuesto por una funesta camarilla, en vez de pedir perdón siga optando por la mentira, la confrontación y la ofensa” a muchos mexicanos.
-¡Que pida perdón el espurio!-, gritaron sus seguidores.
López Obrador siguió sin inmutarse: Esa frase acuñada por Antonio Solá fue para “manipular e infundir miedo en algunos sectores” a través de algunos medios, especialmente por Televisa, porque ellos manipulan opinión pública “como en la época de Adolfo Hitler”.
La frase, subrayó luego, “es burda, ofensiva y sin ninguna relevancia”; ni siquiera yo me atrevería a usarla en contra de Calderón “a pesar de que han perdido la vida cerca de treinta mil mexicanos por su irresponsabilidad e ineptitud”.
“Por mi parte, les digo –agregó Andrés Manuel–: yo no odio porque considero que sólo con amor, hablando con la verdad y haciendo el bien a los demás, se puede ser feliz”.
Era la parte medular de su texto. Volvería luego a mirar hacia adelante, a decirse convencido de que “el cambio vendrá y no lo van a impedir ni el PRI, ni el PAN, ni sus voceros, ni sus políticos paleros.”
Aplausos y carcajadas bajo la carpa y más allá de ella donde se atiborraba la gente. Pero el ex candidato a la Presidencia todavía añadiría algo más en su respuesta: “Estoy seguro, lo he pensado mucho, de que más temprano que tarde habrá un despertar ciudadano más fuerte y poderoso que sus opresores. Esa es mi convicción. Muchas gracias.”
¡Ese es mi gallo!, gritaron entre la multitud. Y entonces seguiría la presentación formal del libro “La mafia que se adueñó de México… y el 2012”, hasta concluir con la firma de libros –como diría Taibo– “hasta que le duela la mano”.
La arena estaba calientita. La cercanía con López Obrador –a unos cuantos metros de distancia, a diferencia de los grandes mítines del zócalo—entusiasmaba a los ahí presentes que, retrepados incluso en jardineras cercanas le seguían. Y él sonreía.
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