Brasil: logros y retos

Olga Pellicer

La atención internacional está pendiente de lo que ocurra en Brasil. Se esperaba el triunfo en primera vuelta de la candidata oficial Dilma Rousseff, quien sólo obtuvo 46.7% de los votos. En cambio, sorprendió Marina Silva, candidata del Partido Verde, quien ganó 19% de los sufragios, convirtiéndose en fiel de la balanza para decidir si, en la segunda vuelta, José Serra, el opositor de Dilma, sube del 32% que alcanzó.

Es poco probable que Marina pida a sus seguidores votar por Serra; se espera que permanezca neutral. Pero el electorado puede dar sorpresas y actuar por cuestiones como el aborto que, según algunos, es favorecido por Dilma y le habría costado el triunfo en la primera vuelta. Sin embargo, apuesto por ella porque representa la continuidad, el “lulismo sin Lula”, y Lula es el líder más querido en Brasil durante los últimos tiempos; tiene 80% de popularidad después de ocho años de ejercer el poder.

Lo que interesa, entonces, es preguntarse sobre la herencia de Lula, sobre lo que deja este líder que siempre mantuvo la capacidad de hablar con el pueblo de manera directa, emotiva y convincente. ¿Cuáles son sus éxitos y debilidades? ¿Cuáles los retos que deja a su sucesora?

La mayoría de los analistas coinciden en señalar tres grandes éxitos que sostienen la popularidad de Lula. El primero, el mejoramiento de la situación de las clases populares a través del programa Bolsa Familia, que sacó de la pobreza a millones de familias brasileñas, mediante la creación de 13 millones de empleos y el alza del salario mínimo. El crecimiento de la economía obedece, en gran medida, a la incorporación de estos grupos al mercado interno.

El segundo éxito es la consolidación de las grandes empresas brasileñas, entre las que destaca Petrobras, conocida por su eficiencia, su dominio de tecnologías de punta para incursionar en la explotación y producción de petróleo en aguas profundas, y la equilibrada participación de capital público y privado que mantiene.

El tercer éxito ampliamente reconocido es el pragmatismo político que permitió al presidente escapar de los dogmas de la izquierda –a la que pertenece Lula– y de la enemistad que le profesaban los empresarios. Los éxitos de Lula no se explican sin tomar en cuenta que logró obtener la simpatía de los más ricos y los más pobres. Mejoró la situación de los últimos, pero no realizó la reforma agraria que tanto alarmaba al poderoso sector agroindustrial.

Pero hay otros logros a tomar en cuenta, como los resultados favorables en la política exterior. El más evidente es el reconocimiento internacional de Brasil como una de las economías emergentes del siglo XXI que, según se espera, será junto con China e India el motor del crecimiento de la economía internacional en las próximas décadas. Una rápida revisión de los numerosos reportajes sobre Brasil durante los últimos años confirma hasta dónde el éxito brasileño ha cautivado la imaginación de analistas, académicos y líderes políticos en el mundo.

El siguiente logro relacionado con el exterior es la atinada diversificación de las relaciones económicas de Brasil para no perder su lugar como uno de los destinos de la inversión extranjera más atractivos y, al mismo tiempo, para convertirse en uno de los proveedores principales de materias primas, industria manufacturera y cooperación tecnológica para los países del sur. La presencia brasileña en África, Asia y América Latina es muy grande. Lo dicen su número de embajadas, las cifras de comercio y la cooperación que brinda. Esto le ha permitido ser considerado un vocero legítimo de los países en desarrollo y ser un interlocutor reconocido en los foros multilaterales de carácter económico, como la OMC o el G-20.

Otro logro son las relaciones con China. Brasil se ha convertido en un importante proveedor de materias primas para el enorme mercado de ese país, lo cual contribuye al buen crecimiento de su sector agrícola y minero. Asimismo, ha suscrito acuerdos significativos de cooperación en áreas de alta tecnología, como la espacial.

Ahora bien, las debilidades también están allí: el intento de participar en pie de igualdad con las grandes potencias en asuntos de seguridad internacional no ha tenido éxito; los esfuerzos de Brasil para dar una alternativa al tratamiento del problema de Irán fueron simplemente ignorados dentro del Consejo de Seguridad de la ONU. A pesar de su activismo diplomático, no ha conseguido la reforma de ese órgano con el objetivo de hacer de Brasil uno de sus miembros permanentes. En este caso, la resistencia principal no proviene de los países más poderosos, sino de sus pares en América Latina, como Argentina y México.

Las acciones brasileñas para incidir en el manejo de problemas llevados a la atención del sistema interamericano fueron erráticas y poco efectivas. No se entiende la defensa tan enfática que se hizo a favor del expresidente Zelaya, su asilo en la embajada brasileña en Tegucigalpa y el empeño en retrasar el reconocimiento de las elecciones que permitían el retorno a la normalidad democrática en Honduras.

La apuesta más costosa de Brasil respecto a la seguridad en América Latina es su papel sobresaliente en la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití. Los resultados de la misma son modestos; no han sido suficientes para que Brasil sea el actor de mayor peso en la creación de una entidad coordinadora que conduzca la reconstrucción de ese país; otros poderes y otros intereses han relativizado la influencia brasileña.

La sucesora de Lula tiene la tarea de convertir la imagen triunfalista de Brasil en un poder que incida más efectivamente en asuntos políticos internacionales. Es uno de los retos que deja en su herencia uno de los líderes más admirables de América Latina.

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