Abren fuego en el PRD

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

La sucesión presidencial para 2012, en el PRD, arrancó con violencia retórica.

Andrés Manuel López Obrador, líder de la izquierda social, emplazó: que los líderes nacionales del PRD se quiten la máscara y digan cuáles son los acuerdos que contrajeron con Felipe Calderón en materia de alianzas electorales, porque el partido nació para transformar la vida pública de México y “no para ser palero de la mafia de la política”.

Jesús Zambrano, dirigente de Nueva Izquierda, respondió: López Obrador ha caído en un discurso irresponsable, maniqueo, vulgar y mesiánico, con el que busca descalificar las alianzas promovidas por el presidente del PRD. “Autoritario”, lo llamó Jesús Ortega, líder del PRD. “La alianza con el PAN, si es que se da en el estado de México, no tiene nada que ver con el 2012. Yo le pediría a López Obrador que se serene”.

Marcelo Ebrard, jefe de gobierno del Distrito Federal, sin una corriente perredista homogénea suficiente para llevarlo a la candidatura presidencial, terció: yo sí estoy con las alianzas. O sea, contra López Obrador pero sin epítetos.

El campo de batalla visible es la elección para gobernador en el estado de México el próximo año, donde se abre la posibilidad de una nueva alianza entre el PAN y el PRD contra el PRI y el gobernador Enrique Peña Nieto. En un extremo está López Obrador, empecinado en impedir alianzas de su partido con el PAN, a cuyo jefe político, Felipe Calderón, no reconoce como Presidente. En el otro Nueva Izquierda, que controla el aparato burocrático del PRD, y empeñada en forjarlas alianzas. En el fondo, lo que se debate es la sucesión presidencial. Es la lucha del poder por el poder en el PRD.

El discurso de Zambrano, fundador como Ortega de Nueva Izquierda, mejor conocida como Los Chuchos, es idéntico al del PAN y al de un sector de la prensa marcadamente anti lópezobradorista: “Quienes se oponen a una alianza opositora en el estado de México se convierten, de manera fáctica, en instrumentos del PRI y del gobernador Enrique Peña Nieto”.

El silogismo que se ha empleado, por definición tramposo, es sin embargo efectivo en medios: si López Obrador está contra las alianzas y Peña Nieto también, entonces López Obrador y Peña Nieto son lo mismo. Juegos retóricos son lo que abundan. López Obrador, en otro reduccionismo ramplón, se refirió a Peña Nieto como un “mandatario medio y ladrón” al servicio de “los 30 barones del dinero” que tiene al ex presidente Carlos Salinas como “jefe de campaña”.

Ningún discurso se sostiene, pero eso no es realmente lo que importa sino cómo se están blandiendo las espadas por el control de la izquierda y la conquista de la candidatura presidencial para 2012. López Obrador, el más zorro de todos, no tiene ninguna representación legal, pero sí una fuerza política importante. Su decisión de hacer campaña por el PT y no por el PRD en las elecciones de 2009 derrumbó a 27% la fuerza del partido en la ciudad de México, su principal bastión, y generó tanta confusión que en 10 estados el Partido Verde superó al PRD como fuerza política.

López Obrador no tiene, hoy en día, los números que le permitirían ganar una elección presidencial. Para llegar a 2012 en condiciones de competencia, necesitaría tener cuando menos el 28% del piso que tiene el PAN. Actualmente tiene 19% de preferencia, pero es el político con mayor número de negativos entre el electorado: 65% del electorado dice que nunca votaría por él. Sin embargo, cualquier candidato de izquierda en las condiciones actuales, sin el respaldo de López Obrador, tampoco estaría en condiciones de competir por la Presidencia.

De ahí emana el pacto entre él y Ebrard de que quien esté mejor colocado en las encuestas para dentro de un año, será el candidato presidencial de la izquierda. Pero ese acuerdo es muy frágil, porque Ebrard está obligado a tejer sus propias alianzas dentro del partido. No tiene hoy a nadie consolidado, salvo Alejandra Barrales, presidenta de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, por lo que ha tenido que acercarse a Los Chuchos.

No son confiables políticamente, pero es lo único que tiene para ir creciendo interna y externamente frente a López Obrador. La corriente de Los Chuchos, como ha sugerido López Obrador, es oportunista. Se alió al PAN en seis candidaturas a gobiernos este año para enfrentar al PRI, y quiere hacer lo mismo en el estado de México. En el fondo, el pragmatismo de Los Chuchos tiene que ver con el oxigeno que le dio el PAN y el gobierno de Calderón a Ortega, para contrarrestar a López Obrador.

Las victorias lo animaron a incumplir el acuerdo en el partido para adelantar su salida de la dirigencia, y el aferramiento al cargo desató conflictos internos y censuras en los últimos días. Ortega y Nueva Izquierda tienen el control del aparato político, pero su liderazgo no proporciona gobernabilidad. La gobernabilidad tiene como eje, para dolor de muchos, a López Obrador, quien es el que la está estirando en este momento.

La postura de López Obrador es ideológica y choca frontalmente con la de Los Chuchos e inclusive con la de Ebrard. La lógica de las alianzas la sugería como la única forma para derrotar a los priistas, que funcionó en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, donde el partido estaba profundamente enraizado, pero no se aplica igual en el estado de México, donde López Obrador ganó el voto en la elección presidencial en 2006 y Vicente Fox en 2000. Es decir, sin alianzas y con buenos candidatos, la oposición derrota al PRI.

Si los datos muestran fragilidad en los argumentos aliancistas en el estado de México, ¿qué hay detrás? Como dice López Obrador, aunque niega Ortega, el 2012. Es la candidatura presidencial entre él y Ebrard -aliado este con Los Chuchos y alejándose cada vez más del tabasqueño-, y de Nueva Izquierda en busca del control de la ciudad de México, a través de Navarrete. A Ebrard no le alcanza la fuerza para ir por la candidatura presidencial e imponer candidato en el Distrito Federal. Por ello necesita a Los Chuchos. López Obrador, con su enorme capacidad de sobrevivencia, tiene la fuerza para sabotear a todos, pero no para alcanzar la Presidencia.

El dilema del PRD es profundo, pero se irá aclarando en todas las batallas por venir. O también, se podrá ir desbarrancando hasta su auto aniquilación.

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