Alberto Barranco / Empresa
En lo que constituyó una de sus primeras acciones tras su nombramiento como secretario de Economía, Bruno Ferrari le llamó a su homólogo, el secretario de Comercio Exterior y Turismo de Perú, Martín Pérez, para urgirlo a reactivar la negociación para un Tratado de Libre Comercio.
La posibilidad se había abierto hace dos años, cuando México le había pedido al país andino una segunda prórroga para el Acuerdo de Complementación Económica firmado por los dos países, cuya vigencia se agotaba el 31 de diciembre de 2008.
Días después, el ex director general del organismo promotor de comercio exterior e inversiones conocido como ProMéxico salía al ruedo a anunciar que antes de fin de año los negociadores mexicanos se sentarán con sus contrapartes de Brasil para pactar los compromisos hacia un acuerdo mercantil.
El paralelo, bajo el agua la dependencia reactivó la posibilidad de una tercera ronda de negociaciones con Corea hacia un escenario similar, por más que la posibilidad había caído en punto muerto a partir de octubre del 2008, en que se celebró la segunda ronda.
La mesa se había instalado originalmente en diciembre de 2007.
Se diría, pues, que la meta del funcionario sería pasar a la historia como el gran promotor del libre comercio, el paladín de las fronteras abiertas, el héroe del intercambio mercantil.
El problema es que no hay consenso.
En contraste con el lanzamiento de fanfarrias y campanas al vuelo de los funcionarios públicos cuando anuncian el advenimiento de otro acuerdo mercantil, el sector privado exhibe caras largas.
De hecho, hasta hoy son 12 ya las ramas productivas que le han dicho no, gracias al gobierno en la posibilidad de participar en la negociación con Brasil, a título de cuarto de junto.
La razón es simple: Hasta hoy México no ha sabido, podido o querido aprovechar los 11 tratados celebrados con 43 países, lo que ha derivado en una absoluta cadena de desequilibrios en las balanzas comerciales.
De las 43 naciones en concierto, con 35 tenemos déficit, es decir les compramos más de los que les vendemos, con la novedad de que en varios casos el país era superavitario antes de las negociaciones.
Digamos que lo que parecía varita mágica para impulsar la creación de cadenas de exportación, empleos, desarrollo y competitividad, se convirtió en bumerang.
Si antes de los TLCs firmados con Costa Rica, Chile y Uruguay el saldo del intercambio era positivo para el país, hoy nos ganan de calle.
En paralelo, el tradicional déficit con la Unión Europea a partir de la entrada en vigor del acuerdo mercantil con el bloque, casi se duplicó, al pasar de nueve mil 886 millones de dólares a 16 mil 606 millones el año pasado.
Y si le seguimos, México reporta un saldo negativo con el bloque de Estados de la Asociación de Libre Comercio, conformado por el Principado de Liechtenstein, el Reino de Noruega y la Confederación Suiza.
El déficit pasó en el 2009 de 460 a 916 millones de dólares.
Más allá, durante los primeros cinco meses del año actual, el desequilibrio de la balanza comercial con Japón creció 40 por ciento; con la Unión Europea 12.1, y con Israel 18.1.
Se diría, pues, que México abrió sus fronteras sin una estrategia que le permitiera el tú y tú, con la novedad de que en algunos casos aceptó reglas inequitativas, como en el caso de Estados Unidos y Canadá.
La paradoja del asunto es que se habló de una eventual integración de los países, cuando la base era la complementación.
Naturalmente, tampoco hay una brújula que defina las prioridades de los países que se constituyen como contrapartes del nuestro, en afán de diversificar las exportaciones y se les otorgue mayor valor agregado.
Lo grave del caso, además, es que gran parte de los insumos que se importan son exportados a su vez a Estados Unidos con un mínimo de valor agregado.
De ahí el clamor de las cúpulas empresariales por que se ordene la casa antes de recibir nuevos invitados.
¿Tres TLCs al hilo?
En lo que constituyó una de sus primeras acciones tras su nombramiento como secretario de Economía, Bruno Ferrari le llamó a su homólogo, el secretario de Comercio Exterior y Turismo de Perú, Martín Pérez, para urgirlo a reactivar la negociación para un Tratado de Libre Comercio.
La posibilidad se había abierto hace dos años, cuando México le había pedido al país andino una segunda prórroga para el Acuerdo de Complementación Económica firmado por los dos países, cuya vigencia se agotaba el 31 de diciembre de 2008.
Días después, el ex director general del organismo promotor de comercio exterior e inversiones conocido como ProMéxico salía al ruedo a anunciar que antes de fin de año los negociadores mexicanos se sentarán con sus contrapartes de Brasil para pactar los compromisos hacia un acuerdo mercantil.
El paralelo, bajo el agua la dependencia reactivó la posibilidad de una tercera ronda de negociaciones con Corea hacia un escenario similar, por más que la posibilidad había caído en punto muerto a partir de octubre del 2008, en que se celebró la segunda ronda.
La mesa se había instalado originalmente en diciembre de 2007.
Se diría, pues, que la meta del funcionario sería pasar a la historia como el gran promotor del libre comercio, el paladín de las fronteras abiertas, el héroe del intercambio mercantil.
El problema es que no hay consenso.
En contraste con el lanzamiento de fanfarrias y campanas al vuelo de los funcionarios públicos cuando anuncian el advenimiento de otro acuerdo mercantil, el sector privado exhibe caras largas.
De hecho, hasta hoy son 12 ya las ramas productivas que le han dicho no, gracias al gobierno en la posibilidad de participar en la negociación con Brasil, a título de cuarto de junto.
La razón es simple: Hasta hoy México no ha sabido, podido o querido aprovechar los 11 tratados celebrados con 43 países, lo que ha derivado en una absoluta cadena de desequilibrios en las balanzas comerciales.
De las 43 naciones en concierto, con 35 tenemos déficit, es decir les compramos más de los que les vendemos, con la novedad de que en varios casos el país era superavitario antes de las negociaciones.
Digamos que lo que parecía varita mágica para impulsar la creación de cadenas de exportación, empleos, desarrollo y competitividad, se convirtió en bumerang.
Si antes de los TLCs firmados con Costa Rica, Chile y Uruguay el saldo del intercambio era positivo para el país, hoy nos ganan de calle.
En paralelo, el tradicional déficit con la Unión Europea a partir de la entrada en vigor del acuerdo mercantil con el bloque, casi se duplicó, al pasar de nueve mil 886 millones de dólares a 16 mil 606 millones el año pasado.
Y si le seguimos, México reporta un saldo negativo con el bloque de Estados de la Asociación de Libre Comercio, conformado por el Principado de Liechtenstein, el Reino de Noruega y la Confederación Suiza.
El déficit pasó en el 2009 de 460 a 916 millones de dólares.
Más allá, durante los primeros cinco meses del año actual, el desequilibrio de la balanza comercial con Japón creció 40 por ciento; con la Unión Europea 12.1, y con Israel 18.1.
Se diría, pues, que México abrió sus fronteras sin una estrategia que le permitiera el tú y tú, con la novedad de que en algunos casos aceptó reglas inequitativas, como en el caso de Estados Unidos y Canadá.
La paradoja del asunto es que se habló de una eventual integración de los países, cuando la base era la complementación.
Naturalmente, tampoco hay una brújula que defina las prioridades de los países que se constituyen como contrapartes del nuestro, en afán de diversificar las exportaciones y se les otorgue mayor valor agregado.
Lo grave del caso, además, es que gran parte de los insumos que se importan son exportados a su vez a Estados Unidos con un mínimo de valor agregado.
De ahí el clamor de las cúpulas empresariales por que se ordene la casa antes de recibir nuevos invitados.
¿Tres TLCs al hilo?
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