Alberto Barranco / Empresa
La posibilidad, esbozada por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y desmentida por la firma aérea, de que Aeroméxico integraría al fin a su causa a Mexicana de Aviación o lo que queda de ella, habría desnudado una inaudita mascarada a que se prestó el gobierno para simular la venta de la empresa aérea.
La llamada Tenedora K no es la dueña de la compañía, por más que en la desesperación por mantener el valor de la marca le haya inyectado 12 millones de dólares.
Creada ex profeso para evitar que Mexicana se fuera a pique, la compañía serviría de puente para abrir el escenario al comprador real, y de pasadita le quitaría los reflectores de la cara al presidente de la empresa, Gastón Azcárraga Andrade, acusado abiertamente ante la opinión pública de administración fraudulenta, al pretender matar Mexicana fortaleciendo a sus filiales Click y Link… con las que se quedaría.
La maniobra la urdió el fondo Advent Internacional, contratado por ésta como banco de inversión para ordenar las finanzas, dar la cara frente al concurso mercantil al que ayer se le dio luz verde, y cerrar finalmente la transacción.
Colocadas en la mesa tres opciones, dos de ellas de intermediarias de los Estados Unidos, la elección recayó en Advent, dados sus intereses en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México, como propietaria de la Inmobiliaria Fumisa, dueña de los espacios mercantiles de las terminales I y II, además de Aeroplazas de México.
Digamos que Advent Internacional mataría doble pájaro con una sola bala, al ganarse una comisión con la venta, y de pasadita evitar un eventual desastre comercial por la salida del aire de Mexicana… lo que finalmente ocurriría.
No es extraño por ello, con ello, que los principales socios de la Tenedora K tuvieran como común denominador participar en el Consejo de Administración de Fumisa, que preside Juan Carlos Torres Carretero.
La tarea de la Tenedora K sería limpiar la empresa para hacerla atractiva hacia los nuevos compradores, vía, de entrada, negociar condiciones leoninas para los trabajadores, imponiéndoles, así nadamás, trocar olímpicamente, es decir sin liquidación al calce, el contrato colectivo por el que opera Click, lo que implicaría renunciar a una larga larga cadena de prestaciones.
La carta de cambio sería la entrega del cinco por ciento del capital de la empresa, es decir la misma oferta que se le hizo al Sindicato Minero a la privatización de Mexicana de Cobre y Mexicana de Cananea durante el sexenio salinista, que luego trocaría el grupo Minero México por 55 millones de dólares.
Naturalmente, en el camino habría una reducción drástica del personal, otorgándoles como finiquito o pago de marcha a los afectados 90 días de salario más 12 días de doble salario mínimo del D.F. por año laborado.
Los trabajadores se desistirían de cualquier reclamación ante los tribunales laborales, vía una carta-compromiso que firmarían la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores y la Asociación Sindical de Sobrecargos de Aviación.
Naturalmente, los 12 millones de dólares que colocó en la mesa la Tenedora K, es decir Advent Internacional, servirían para mantener las rutas y los slots, es decir espacios de salidas y llegadas de los aviones.
El problema, naturalmente, es la forma burda en que se simuló la operación en la que aparecieron como actores principales Andres Rozental y Vicente Ariztegui, director el primero de Ocean Wilsens Holdings y ex director de Duty Free Latinoamérica y México, y actual director de esta firma el segundo.
De entrada, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes no habría podido avalar la operación, dada la carencia total de experiencia de la Tenedora K en la materia. Más allá, ésta debió tener el visto bueno de la Comisión Federal de Competencia, y si le seguimos, de acuerdo con la Ley de Concursos Mercantiles, no se podía traspasar la propiedad de una empresa estando en trámite la posibilidad de una quiebra ordenada.
El caso es que la cuerda se reventó antes de tiempo, colocando a Advent en el peor problema de su historia, dado que la Tenedora K negoció con los principales acreedores, es decir el Banco Nacional de Comercio Exterior, el Banco Mercantil del Norte y la paraestatal Aeropuertos y Servicios Auxiliares.
Su empresa de paja, pues, está obligada a responder frente a las arrendadoras de sus aviones con quienes sigue corriendo la renta; los salarios caídos de los trabajadores; la pérdida de rutas de la empresa aérea…
El tiro, pues, le salió por la culata a Advent.
Por lo pronto, la gran pregunta es si el gobierno mantendría intacta la farsa para que la Tenedora K firmara en el sueño idílico en calidad de vendedor en una eventual operación con Aeroméxico, por más que el precio sería simbólico, o se obligaría a Gastón Azcárraga Andrade a sacar la cabeza del agujero.
La comedia, pues, aún aguarda sorpresas.
La posibilidad, esbozada por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y desmentida por la firma aérea, de que Aeroméxico integraría al fin a su causa a Mexicana de Aviación o lo que queda de ella, habría desnudado una inaudita mascarada a que se prestó el gobierno para simular la venta de la empresa aérea.
La llamada Tenedora K no es la dueña de la compañía, por más que en la desesperación por mantener el valor de la marca le haya inyectado 12 millones de dólares.
Creada ex profeso para evitar que Mexicana se fuera a pique, la compañía serviría de puente para abrir el escenario al comprador real, y de pasadita le quitaría los reflectores de la cara al presidente de la empresa, Gastón Azcárraga Andrade, acusado abiertamente ante la opinión pública de administración fraudulenta, al pretender matar Mexicana fortaleciendo a sus filiales Click y Link… con las que se quedaría.
La maniobra la urdió el fondo Advent Internacional, contratado por ésta como banco de inversión para ordenar las finanzas, dar la cara frente al concurso mercantil al que ayer se le dio luz verde, y cerrar finalmente la transacción.
Colocadas en la mesa tres opciones, dos de ellas de intermediarias de los Estados Unidos, la elección recayó en Advent, dados sus intereses en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México, como propietaria de la Inmobiliaria Fumisa, dueña de los espacios mercantiles de las terminales I y II, además de Aeroplazas de México.
Digamos que Advent Internacional mataría doble pájaro con una sola bala, al ganarse una comisión con la venta, y de pasadita evitar un eventual desastre comercial por la salida del aire de Mexicana… lo que finalmente ocurriría.
No es extraño por ello, con ello, que los principales socios de la Tenedora K tuvieran como común denominador participar en el Consejo de Administración de Fumisa, que preside Juan Carlos Torres Carretero.
La tarea de la Tenedora K sería limpiar la empresa para hacerla atractiva hacia los nuevos compradores, vía, de entrada, negociar condiciones leoninas para los trabajadores, imponiéndoles, así nadamás, trocar olímpicamente, es decir sin liquidación al calce, el contrato colectivo por el que opera Click, lo que implicaría renunciar a una larga larga cadena de prestaciones.
La carta de cambio sería la entrega del cinco por ciento del capital de la empresa, es decir la misma oferta que se le hizo al Sindicato Minero a la privatización de Mexicana de Cobre y Mexicana de Cananea durante el sexenio salinista, que luego trocaría el grupo Minero México por 55 millones de dólares.
Naturalmente, en el camino habría una reducción drástica del personal, otorgándoles como finiquito o pago de marcha a los afectados 90 días de salario más 12 días de doble salario mínimo del D.F. por año laborado.
Los trabajadores se desistirían de cualquier reclamación ante los tribunales laborales, vía una carta-compromiso que firmarían la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores y la Asociación Sindical de Sobrecargos de Aviación.
Naturalmente, los 12 millones de dólares que colocó en la mesa la Tenedora K, es decir Advent Internacional, servirían para mantener las rutas y los slots, es decir espacios de salidas y llegadas de los aviones.
El problema, naturalmente, es la forma burda en que se simuló la operación en la que aparecieron como actores principales Andres Rozental y Vicente Ariztegui, director el primero de Ocean Wilsens Holdings y ex director de Duty Free Latinoamérica y México, y actual director de esta firma el segundo.
De entrada, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes no habría podido avalar la operación, dada la carencia total de experiencia de la Tenedora K en la materia. Más allá, ésta debió tener el visto bueno de la Comisión Federal de Competencia, y si le seguimos, de acuerdo con la Ley de Concursos Mercantiles, no se podía traspasar la propiedad de una empresa estando en trámite la posibilidad de una quiebra ordenada.
El caso es que la cuerda se reventó antes de tiempo, colocando a Advent en el peor problema de su historia, dado que la Tenedora K negoció con los principales acreedores, es decir el Banco Nacional de Comercio Exterior, el Banco Mercantil del Norte y la paraestatal Aeropuertos y Servicios Auxiliares.
Su empresa de paja, pues, está obligada a responder frente a las arrendadoras de sus aviones con quienes sigue corriendo la renta; los salarios caídos de los trabajadores; la pérdida de rutas de la empresa aérea…
El tiro, pues, le salió por la culata a Advent.
Por lo pronto, la gran pregunta es si el gobierno mantendría intacta la farsa para que la Tenedora K firmara en el sueño idílico en calidad de vendedor en una eventual operación con Aeroméxico, por más que el precio sería simbólico, o se obligaría a Gastón Azcárraga Andrade a sacar la cabeza del agujero.
La comedia, pues, aún aguarda sorpresas.
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