-Detesto depender de Guerrero – dice, con voz grave, Agustín de Iturbide en plena confidencia con su esposa Ana Huarte .
-Pero, él te será útil –afirma la esposa-confidente-Maquiavelo.
Comienza un monólogo de Iturbide de donde le surge la idea de formar el ejército trigarante que consuma la Independencia.
Corte de escena.
En un lugar de la selva en el estado que llevará su nombre, frente a su padre, Vicente Guerrero discute.
-Entiéndelo m’hijo, ya no tenemos insurrección… Acepta la propuesta del virrey.
-La respuesta está tomada, padre –afirma Vicente Guerrero.
-Te matarán!
-La patria es primero –replica Guerrero, como si recitara en la Rotonda de las Frases Ilustres.
Corte de escena.
Como éstas, la mayoría de las escenas de la serie Gritos de Muerte y Libertad, la superproducción de Televisa, pretenden transformar a los personajes de bronce del santoral cívico mexicano, en personajes de una trama más humana, más descarnada.
La apuesta ha sido ambiciosa. Y se nota en el formato y en la producción un estilo diferente a las tradicionales telenovelas de Televisa. Cada uno de los 13 capítulos tuvo un costo promedio de 3 millones de pesos. Durante más de 10 meses rodaron escenas en locaciones de Hidalgo, Puebla, Morelos, Veracruz, Estado de México. Está filmada en alta definición, al estilo de las grandes series históricas de HBO, History Channel o Universal Pictures.
La dirección estuvo a cargo de Mafer Suárez, hermana de la actriz Cecilia Suárez, y de Gerardo Trott. El director de arte fue Carlos Herrera y los diseñadores de vestuario y caracterización fueron Josefina Echeverría (ganadora del Ariel 2010) y Pedro Kóminik. El guión final estuvo a cargo de Catalina Aguilar, aunque se aclara que existió un “comité de historiadores” formado por Héctor Aguilar Camín, Javier Garciadiego, Enrique Florescano, Rafael Rojas y Juan Ortiz Escamilla.
El elenco conjugó a actores de amplia experiencia teatral y cinematográfica como Alejandro Tommasi (el cura Hidalgo), Daniel Giménez Cacho (en el papel de Agustín de Iturbide que prácticamente se roba la serie con su interpretación), Julio Bracho (Ignacio Allende), Ricardo Blume (como el virrey Ruiz de Apodaca), Lumi Cavazos (doña Josefa Ortiz de Domínguez), Cecilia Suárez (Leona Vicario), María Rojo, Rosa María Bianchi, Claudia Ramírez y algunas estrellas de Televisa, como Alberto Estrella (en el papel de José María Morelos) y Diego Luna que reapareció en la pantalla comercial interpretando a Guadalupe Victoria.
La factura de cada uno de los 13 capítulos de 25 minutos es muy cuidada en sus detalles, espectacular y bien editada, preparada para comercializarse en DVD, aunque tenga altibajos dependiendo del cuadro de actores y de la ambición de recrear pasajes históricos, a partir de recursos como diálogos poco creíbles o monólogos pretenciosos.
“Superior a The Tudors”
“No tengo empacho en expresar que estamos a la altura o superior a The Tudors, dadas las condiciones que nosotros trabajamos”, afirmó con un dejo de modestia Mafer Suárez, en la rueda de prensa de presentación de la serie.
No por nada, uno de los dos productores ejecutivos, Leopoldo Gómez, vicepresidente de Noticias de Televisa, presumió que Gritos de Muerte y Libertad es una “apuesta nueva, distinta” a las telenovelas históricas que produjo en los años sesenta y setenta Ernesto Alonso porque “nuestro anclaje es lo histórico, con cierta ficción en ciertos diálogos que nos tratamos de imaginar, cuando la novela histórica está anclada en la ficción e inserta en su contexto lo histórico”.
Gritos de Muerte y Libertad constituye la apuesta principal de la nueva generación al frente de Televisa por marcar su propio sello. El otro productor ejecutivo es Bernardo Gómez, vicepresidente y mano derecha de Emilio Azcárraga Jean desde que éste tomó el mando de la compañía, en abril de 1997.
La apuesta hizo a un lado al equipo tradicional de la producción de melodramas. Por esta razón la serie está vinculada a Noticieros Televisa. De hecho, El Noticiero, conducido por Joaquín López Dóriga, prácticamente cambió su formato inicial para empatar con el tono bélico y grandilocuente de las escenas de Gritos de Muerte y Libertad.
Sin embargo, la espectacularidad y la buena factura de la serie no dejan de tener el “sello Televisa”, es decir, la historia subordinada a los ritmos y premisas del rating. Y a su peculiar manera de “dramatizar” o hacer ficción con los personajes históricos.
Aún cuando contaron con un elenco de guionistas, historiadores y actores de primer nivel, los personajes no pierden ese estilo del teleprompter cuando recitan frases célebres o simplemente cuando se ignoran a personajes, tan ficticios como los diálogos, como ocurrió con el caso de El Pípila.
La historia de bronce, que nos recetó la anterior Televisa con La Tormenta, Maximiliano y Carlota, La Constitución o El Carruaje, se transforma así en una historia espectacular, ambiciosa en su apuesta por el rating, aunque poco clara para las audiencias masivas, acostumbradas al melodrama Televisa.
Televisa, su Propia Historia
En esencia, Televisa siempre ha tratado sus series históricas como superproducciones, facturadas al nulo compromiso del Estado mexicano por financiar otro tipo de iniciativas, a partir de la propia televisión pública.
La Tormenta, su primera novela histórica, realizada en 1967, pretendió mezclar el entretenimiento con la educación. Su presupuesto fue de 800 mil dólares, la mitad financiados por el Instituto Mexicano del Seguro Social. Tuvo 91 capítulos de media hora y fue vista por 26 millones de mexicanos, la mitad de la población en ese entonces.
Si bien no pretendió desplazar a series como The Tudors, La Tormenta quiso emular hazañas fílmicas como Lo que el Viento se Llevó. El guionista de esta película, David O. Selznick, le recomendó a Miguel Alemán Velasco, el productor y artífice de esa primera telenovela que utilizara un enfoque similar al melodrama que contó la historia de la guerra civil estadounidense: una historia de amor ficticio que fuera el eje conductor del drama histórico, sin perder de vista los hechos y personajes históricos.
La Tormenta reunió en su momento al poeta Eduardo Lizalde, al productor Miguel Sabido y al entonces joven cineasta Raúl Araiza.
En su momento, Sabido afirmó que esta superproducción “rompió los cánones de comunicación priistas y abrió las puertas a una telenovela verdaderamente democrática”.
Lo curioso fue que muchos críticos, en su momento, señalaron que La Tormenta venía a reforzar la idea de una historia de bronce, con personajes que le hablaban al libro de texto, aún con la ventaja del melodrama.
Un año después, en 1968, la revuelta estudiantil dejó en el olvido la gran apuesta de reinventar la historia patria para acercarla a las nuevas generaciones.t
Después de La Tormenta, Miguel Alemán produjo Los Caudillos y La Constitución, esta última producida en 1969, con la participación de la diva María Félix. Ni el atractivo de contar con La Doña eliminó el tono de estampita histórica que tuvo la serie.
Algo similar puede ocurrirle a Gritos de Muerte y Libertad: una superproducción que encaja con los nuevos tiempos de revisión histórica y de búsqueda de nuevos enfoques, pero que no deja de ser una apuesta para una televisión cuyo elemento fundamental es el rating, no la experimentación o la apuesta por un enfoque creativo.
La mayoría de los comentarios que se han realizado en torno a la serie del Bicentenario alude a su buena factura, a los vestuarios, a la recreación de la historia, a las buenas actuaciones –que contrastan, por supuesto, con la maquila de telenovelas tradicional-, pero no logra involucrar a las audiencias en un entusiasmo por la nueva historia.
Por supuesto, en contraste con la ausencia absoluta de TV Azteca en estas fechas del bicentenario –su mayor apuesta es un reality show patético llamado La Academia Bicentenario- o con la producción menor de Canal 28 sobre la vida de Emiliano Zapata, Gritos de Muerte y Libertad es un despliegue de recursos, de grandeza televisiva, pero sin alma ni continuidad.
Ojalá y la búsqueda de nuevos enfoques en las series históricas llevara a Televisa a financiar producciones independientes, historias menos grandilocuentes, sin toda la Rotonda de Personajes Ilustres, pero una golondrina difícilmente hace verano en un corporativo que depende cada vez más de la fuerza efímera del rating.
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