Porfirio Muñoz Ledo
Hay palabras que desencadenan la imaginación y la memoria. Así la expresión “insurgencia” empleada por la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, para definir la transformación que ha sufrido en México y Centroamérica la acción armada del narcotráfico. En la víspera del bicentenario de la lucha insurgente por la independencia, la referencia pareció inapropiada y aterradora.
Tratándose de una funcionaria de alto nivel, el uso del lenguaje debiera ser cuidadoso, pero en una respuesta a botepronto podría entenderse como reflejo espontáneo -pero intencional- de un análisis más profundo. Recuerdo la analogía entre México e Irán establecida por el presidente del Consejo norteamericano de seguridad, Zbigniew Brzezinski, poco después de la revolución fundamentalista.
La declaración rasgó el velo retórico de los discursos oficiales de ambas partes, que de inmediato intentaron zurcirlo y devolverlo a su apariencia habitual -tan falsa como inmutable. Ocurrió poco más tarde de que el Ejecutivo, en su informe de gobierno, hiciera caso omiso de la inmensa pérdida de soberanía interna y externa que ha significado el avance territorial del narcotráfico.
El escándalo reside en el alcance de la palabra “insurgencia”. Los diccionarios hablan de “revuelta”, “sublevación” o “levantamiento”, algunos añaden “contra el orden establecido” –lo que en el caso es cierto- y sólo uno anota “con objeto de remover al gobierno”. Por ello el pulcro subsecretario de Estado, Arturo Valenzuela, puntualiza: “estamos hablando de una escalada de violencia, no de una insurgencia por motivos políticos”.
La comparación con Colombia armó el revuelo, ya que la naturaleza de las FARC como fuerza beligerante ha justificado la “cooperación militar” y el establecimiento de bases norteamericanas. La óptica “insurreccional” revelada por Hillary sugeriría una estrategia semejante prevista para México. “El plan Colombia fue controvertido, pero funcionó y fue bipartidista”.
Las reacciones de la oposición mexicana reconocieron (PT) que la “dura calificación” refleja la situación nacional y equivale a una declaratoria de “Estado fallido”, con intenciones “injerencistas”. El vocero del PRI denunció que existe un plan norteamericano que “pretende segregar un pedazo de territorio en el istmo de Tehuantepec, para establecer un cerco fronterizo Sur”.
El gobierno pataleó como felino acorralado. El secretario del Consejo de Seguridad fue perjuro al señalar como diferencia con Colombia “la penetración de las organizaciones criminales en su sistema político”; en contradicción con afirmaciones oficiales sobre el involucramiento de 60% de los municipios con el narco. Ignoró además las revelaciones de Miguel de la Madrid en torno a la “complicidad” de su sucesor con el crimen.
Había que cubrir la encuerada verdad. Obama intervino para no dejar a su homólogo en ridículo. Con el mismo aplomo que en Irak, asentó que “México es una democracia amplia y una economía creciente” y por tanto “no puede compararse con lo que sucedió en Colombia hace veinte años”. A falta de asesores a mano, olvidó que ese país no era considerado una dictadura y crecía al doble que el México de hoy.
Para rematar, Calderón se ufana, “modestia aparte” de que en sus enfrentamientos con las bandas del crimen los militares “siempre salen ganando”. Una historia de policías y ladrones: el colmo de un reduccionismo inaceptable. No hay nada que corregir, sólo balear, hasta que llegue otro más poderoso a defendernos. El Estado falla también por la mente.
El suceso trascenderá la anécdota. Una responsable política -que fue esposa de un Presidente y candidata al Ejecutivo- no la baila sin información. Está en la cocina un proyecto de intervención a gran escala que pudiera ser el Plan B, pero que el curso lamentable de los hechos podría volver ineluctable. Sería nuestro regalo de aniversario.
A los mexicanos corresponde revertir ese riesgo mayor: exigir la desmilitarización del país y convenir una estrategia integral para el rescate de la sociedad y de la nación. La decisión no aguarda. Para el 2012 podría haber ya ocurrido la rendición.
Hay palabras que desencadenan la imaginación y la memoria. Así la expresión “insurgencia” empleada por la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, para definir la transformación que ha sufrido en México y Centroamérica la acción armada del narcotráfico. En la víspera del bicentenario de la lucha insurgente por la independencia, la referencia pareció inapropiada y aterradora.
Tratándose de una funcionaria de alto nivel, el uso del lenguaje debiera ser cuidadoso, pero en una respuesta a botepronto podría entenderse como reflejo espontáneo -pero intencional- de un análisis más profundo. Recuerdo la analogía entre México e Irán establecida por el presidente del Consejo norteamericano de seguridad, Zbigniew Brzezinski, poco después de la revolución fundamentalista.
La declaración rasgó el velo retórico de los discursos oficiales de ambas partes, que de inmediato intentaron zurcirlo y devolverlo a su apariencia habitual -tan falsa como inmutable. Ocurrió poco más tarde de que el Ejecutivo, en su informe de gobierno, hiciera caso omiso de la inmensa pérdida de soberanía interna y externa que ha significado el avance territorial del narcotráfico.
El escándalo reside en el alcance de la palabra “insurgencia”. Los diccionarios hablan de “revuelta”, “sublevación” o “levantamiento”, algunos añaden “contra el orden establecido” –lo que en el caso es cierto- y sólo uno anota “con objeto de remover al gobierno”. Por ello el pulcro subsecretario de Estado, Arturo Valenzuela, puntualiza: “estamos hablando de una escalada de violencia, no de una insurgencia por motivos políticos”.
La comparación con Colombia armó el revuelo, ya que la naturaleza de las FARC como fuerza beligerante ha justificado la “cooperación militar” y el establecimiento de bases norteamericanas. La óptica “insurreccional” revelada por Hillary sugeriría una estrategia semejante prevista para México. “El plan Colombia fue controvertido, pero funcionó y fue bipartidista”.
Las reacciones de la oposición mexicana reconocieron (PT) que la “dura calificación” refleja la situación nacional y equivale a una declaratoria de “Estado fallido”, con intenciones “injerencistas”. El vocero del PRI denunció que existe un plan norteamericano que “pretende segregar un pedazo de territorio en el istmo de Tehuantepec, para establecer un cerco fronterizo Sur”.
El gobierno pataleó como felino acorralado. El secretario del Consejo de Seguridad fue perjuro al señalar como diferencia con Colombia “la penetración de las organizaciones criminales en su sistema político”; en contradicción con afirmaciones oficiales sobre el involucramiento de 60% de los municipios con el narco. Ignoró además las revelaciones de Miguel de la Madrid en torno a la “complicidad” de su sucesor con el crimen.
Había que cubrir la encuerada verdad. Obama intervino para no dejar a su homólogo en ridículo. Con el mismo aplomo que en Irak, asentó que “México es una democracia amplia y una economía creciente” y por tanto “no puede compararse con lo que sucedió en Colombia hace veinte años”. A falta de asesores a mano, olvidó que ese país no era considerado una dictadura y crecía al doble que el México de hoy.
Para rematar, Calderón se ufana, “modestia aparte” de que en sus enfrentamientos con las bandas del crimen los militares “siempre salen ganando”. Una historia de policías y ladrones: el colmo de un reduccionismo inaceptable. No hay nada que corregir, sólo balear, hasta que llegue otro más poderoso a defendernos. El Estado falla también por la mente.
El suceso trascenderá la anécdota. Una responsable política -que fue esposa de un Presidente y candidata al Ejecutivo- no la baila sin información. Está en la cocina un proyecto de intervención a gran escala que pudiera ser el Plan B, pero que el curso lamentable de los hechos podría volver ineluctable. Sería nuestro regalo de aniversario.
A los mexicanos corresponde revertir ese riesgo mayor: exigir la desmilitarización del país y convenir una estrategia integral para el rescate de la sociedad y de la nación. La decisión no aguarda. Para el 2012 podría haber ya ocurrido la rendición.
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