Martha Anaya / Crónica de Política
La escena resulta desconcertante. En plena presentación ante los medios, luego de su detención –con las manos esposadas sobre el pantalón de mezclilla y una camiseta verde botella de manga corta en la que se leía LONDON y el número 2 resaltaba en blanco–, La Barbie reía.
Desde que bajó del Hummer en el Centro de Mando de la Policía Federal en Iztapalapa, Edgar Valdés Villarreal –considerado uno de los narcotraficantes más sanguinarios, iniciador de los narcovideos hace cuatro años con el asesinato de cuatro Zetas en Guerrero— vio las cámaras y sonrió.
Custodiado por elementos fuertemente armados de la PFP, ubicado detrás del armamento que se les decomisó a él y a sus seis compañeros en el poblado de Salazar (cerca de la Marquesa), Estado de México, La Barbie escuchaba el relato de la labor de inteligencia que llevó de su detención y la risa asomaba cada vez más notoriamente a su rostro, al grado que parecía que de un momento a otro estallaría en carcajadas.
Frente a la voz de Facundo Rosas, comisionado general de la Policía Federal, y las preguntas de los reporteros, el texano de 37 años recién cumplidos el pasado día 11 por el que Estados Unidos ofrecía 2 millones de dólares de recompensa, echaba la mirada hacia arriba y volvía a bajarla sonriendo de nueva cuenta.
Otras veces parecía sumirse en pensamientos muy alejados de lo que acontecía en su derredor y volver luego al aquí y ahora en que se le presentaba como una de las grandes detenciones –sin duda lo es– del sexenio.
¿Qué pasaba en unos y otros momentos por la mente de este sujeto que llegó a ser uno de los hombres de confianza de Joaquín El Chapo Guzmán, que llegó a ser el jefe de sicarios de los hermanos Beltrán Leyva y que a ambos grupos traicionó? ¿Por qué se le veía tan contento, tan tranquilo? ¿De qué se reía La Barbie ahí frente a las cámaras?
Tal parecía que se reía de todos nosotros. De lo que ocurría, de lo que se decía, como si aquello fuera una puesta en escena, una farsa.
De ser así, probablemente se corroborará próximamente la versión que dio a conocer en su edición de ayer La Jornada en la que se cuenta que “en fuentes gubernamentales cercanas al gabinete de Seguridad Nacional circuló la versión de que La Barbie había entablado desde hace por lo menos ocho meses negociaciones con la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) y que se había convertido en informante de las autoridades de ese país”.
Según esa nota –firmada por Gustavo castillo, Alfredo Méndez y Jesús Aranda–, La Barbie se convirtió en una prioridad para la Secretaría de Marina tras la muerte de Arturo Beltrán Leyva y estaban convencidos de que esa dependencia lograría la captura.
Lo habían ubicado en la zona de Naucalpan y estaban a unas horas de cerrar el cerco, cuando la Policía Federal realizó un aparatoso despliegue sin obtener resultados. En el alto mando naval quedó la idea de que lo único que lograron los federales fue alertar y abrir el cerco que estaban por cerrar los marinos.
“En razón de lo anterior –finaliza la nota–, para algunos mandos navales resultó sospechoso que hubiera sido la Policía Federal y no la Armada ni el Ejército quien capturó a La Barbie, debido a que, al parecer, ya se había convertido en testigo protegido de la DEA”.
De ser así –que es ya testigo protegido de la DEA–, pronto veremos su deportación y entenderíamos la risa de La Barbie.
La escena resulta desconcertante. En plena presentación ante los medios, luego de su detención –con las manos esposadas sobre el pantalón de mezclilla y una camiseta verde botella de manga corta en la que se leía LONDON y el número 2 resaltaba en blanco–, La Barbie reía.
Desde que bajó del Hummer en el Centro de Mando de la Policía Federal en Iztapalapa, Edgar Valdés Villarreal –considerado uno de los narcotraficantes más sanguinarios, iniciador de los narcovideos hace cuatro años con el asesinato de cuatro Zetas en Guerrero— vio las cámaras y sonrió.
Custodiado por elementos fuertemente armados de la PFP, ubicado detrás del armamento que se les decomisó a él y a sus seis compañeros en el poblado de Salazar (cerca de la Marquesa), Estado de México, La Barbie escuchaba el relato de la labor de inteligencia que llevó de su detención y la risa asomaba cada vez más notoriamente a su rostro, al grado que parecía que de un momento a otro estallaría en carcajadas.
Frente a la voz de Facundo Rosas, comisionado general de la Policía Federal, y las preguntas de los reporteros, el texano de 37 años recién cumplidos el pasado día 11 por el que Estados Unidos ofrecía 2 millones de dólares de recompensa, echaba la mirada hacia arriba y volvía a bajarla sonriendo de nueva cuenta.
Otras veces parecía sumirse en pensamientos muy alejados de lo que acontecía en su derredor y volver luego al aquí y ahora en que se le presentaba como una de las grandes detenciones –sin duda lo es– del sexenio.
¿Qué pasaba en unos y otros momentos por la mente de este sujeto que llegó a ser uno de los hombres de confianza de Joaquín El Chapo Guzmán, que llegó a ser el jefe de sicarios de los hermanos Beltrán Leyva y que a ambos grupos traicionó? ¿Por qué se le veía tan contento, tan tranquilo? ¿De qué se reía La Barbie ahí frente a las cámaras?
Tal parecía que se reía de todos nosotros. De lo que ocurría, de lo que se decía, como si aquello fuera una puesta en escena, una farsa.
De ser así, probablemente se corroborará próximamente la versión que dio a conocer en su edición de ayer La Jornada en la que se cuenta que “en fuentes gubernamentales cercanas al gabinete de Seguridad Nacional circuló la versión de que La Barbie había entablado desde hace por lo menos ocho meses negociaciones con la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) y que se había convertido en informante de las autoridades de ese país”.
Según esa nota –firmada por Gustavo castillo, Alfredo Méndez y Jesús Aranda–, La Barbie se convirtió en una prioridad para la Secretaría de Marina tras la muerte de Arturo Beltrán Leyva y estaban convencidos de que esa dependencia lograría la captura.
Lo habían ubicado en la zona de Naucalpan y estaban a unas horas de cerrar el cerco, cuando la Policía Federal realizó un aparatoso despliegue sin obtener resultados. En el alto mando naval quedó la idea de que lo único que lograron los federales fue alertar y abrir el cerco que estaban por cerrar los marinos.
“En razón de lo anterior –finaliza la nota–, para algunos mandos navales resultó sospechoso que hubiera sido la Policía Federal y no la Armada ni el Ejército quien capturó a La Barbie, debido a que, al parecer, ya se había convertido en testigo protegido de la DEA”.
De ser así –que es ya testigo protegido de la DEA–, pronto veremos su deportación y entenderíamos la risa de La Barbie.
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