Alberto Híjar Serrano
El dominio de la tendencia Quico el irrefutable. ¡Chusma, chusma, chusma! proclamaron los estrafalarios vestidos y tocados diseñados por una modista cosmopolita. Disminuidos, músicos de a de veras lucieron tristes en los carros alegóricos sonorizados e iluminados para hacer oír y ver las contorsiones de cantantes famosas sin idea corporal del mambo, el bolero y los demás ritmos acompañados a pie por siete mil voluntarias y voluntarios muy serios entre las columnas de la chusma maquillada en exceso como para probar con sus máscaras y tocados, orlas, pantalones bombachos y enaguas incomodísimas, la necesidad de retocar los trajes de las culturas originarias poco lucidores para la ocasión, donde la sensoriedad sustituyó a la reflexión. Hizo falta Pablo Parga en lugar de la Micha y López para incorporar el sarcasmo de Folklorísimo, aquella puesta en crisis de las danzas típicas en los noventa con bailarinas sonrientes que al final recurrían a una gran boca pegada al rostro para no fatigar los músculos faciales exageradamente maquillados, acordes con los trajes almidonados y limpísimos para competir como equilibristas de vasos y botellas en las cabezas que la ganadora sustituía por un gran garrafón de agua electropura. Más que entonces haría falta ahora un crítico de la chusma maquillada propia de la televisión y los visitantes invitados, salvo los indeseables en la banquetas que lograron sortear el estado de sitio y no obedecieron las ominosas advertencias de guardarse en casa y ver todo por la tele.
Turistas mentales es la caracterización exacta para el Secretario de Educación Pública, tan guapo y elegante, y sus sicarios como el historiador Villalpando, distinguida cabeza de la tendencia Quico. Los productores de espectáculos para olimpiadas y otros eventos semejantes cumplieron sus millonarios contratos y no escatimaron recursos espectaculares. Resultó un show entre el Carnaval de Río y el Superbowl. Esta prueba más de la existencia del turismo mental alimenta la memoria de Sequeiros, quien así calificó a Diego Rivera cuando pelearon en 1934. Injusto para Diego, el calificativo fue acompañado por otros que son justos para la lamentable fiesta del centenario tales como la referencia a Asteklandia. Sólo hay que recordar a los danzantes con tocados de nopales o a la versión televisual de la serpiente emplumada como de Disney World. Para quienes se educaron en colegios confesionales donde aún llaman Juárez al excusado, asistieron puntuales a los boy scouts y las legiones marianas, peregrinaron al Cerro del Cubilete inflamados por la Cristiada, viajaron a Estados Unidos a completar su formación en inglés y sólo conviven con empresarios multimillonarios, el pueblo no existe. Hay en cambio chusma ignorante, atrasada y peligrosamente vandálica y por esto desde pequeños, practican el concepto mano dura y todo el peso de la ley, esa que los protege con escoltas y policías a su servicio incondicional. Reciben de ellas el nombramiento de don o patrón de quienes agradecen el ser tratados de tú como prueba de afecto al que responden con caravanas. Han construido una impunidad a toda prueba porque ni los tribunales internacionales ni la Suprema Corte de Justicia ni las comisiones de derechos humanos, logran más que recomendaciones no vinculantes que jamás tienen consecuencias inculpatorias, pese a las flagrancias de Tlatelolco, Aguas Blancas, Acteal, El Charco, San Juan Copala, Pasta de Conchos, Hermosillo, Lázaro Cárdenas. Impunidad y turismo mental van juntos y se aplican todo el tiempo y mucho más cuando la seguridad pública se pone a resguardo del Ejército y la Marina.
La chusma tiene que ser disciplinada y no le queda más que aplaudir desde lejos, acallada por el gran ruido de la industria del espectáculo a cargo de la política educativa del Estado. El Centro Histórico fue usado como set, la multitud como extras y los símbolos patrios fueron reducidos a señales sensoriales enemigas de la reflexión histórica. ¡Qué pena con los invitados extranjeros!
El dominio de la tendencia Quico el irrefutable. ¡Chusma, chusma, chusma! proclamaron los estrafalarios vestidos y tocados diseñados por una modista cosmopolita. Disminuidos, músicos de a de veras lucieron tristes en los carros alegóricos sonorizados e iluminados para hacer oír y ver las contorsiones de cantantes famosas sin idea corporal del mambo, el bolero y los demás ritmos acompañados a pie por siete mil voluntarias y voluntarios muy serios entre las columnas de la chusma maquillada en exceso como para probar con sus máscaras y tocados, orlas, pantalones bombachos y enaguas incomodísimas, la necesidad de retocar los trajes de las culturas originarias poco lucidores para la ocasión, donde la sensoriedad sustituyó a la reflexión. Hizo falta Pablo Parga en lugar de la Micha y López para incorporar el sarcasmo de Folklorísimo, aquella puesta en crisis de las danzas típicas en los noventa con bailarinas sonrientes que al final recurrían a una gran boca pegada al rostro para no fatigar los músculos faciales exageradamente maquillados, acordes con los trajes almidonados y limpísimos para competir como equilibristas de vasos y botellas en las cabezas que la ganadora sustituía por un gran garrafón de agua electropura. Más que entonces haría falta ahora un crítico de la chusma maquillada propia de la televisión y los visitantes invitados, salvo los indeseables en la banquetas que lograron sortear el estado de sitio y no obedecieron las ominosas advertencias de guardarse en casa y ver todo por la tele.
Turistas mentales es la caracterización exacta para el Secretario de Educación Pública, tan guapo y elegante, y sus sicarios como el historiador Villalpando, distinguida cabeza de la tendencia Quico. Los productores de espectáculos para olimpiadas y otros eventos semejantes cumplieron sus millonarios contratos y no escatimaron recursos espectaculares. Resultó un show entre el Carnaval de Río y el Superbowl. Esta prueba más de la existencia del turismo mental alimenta la memoria de Sequeiros, quien así calificó a Diego Rivera cuando pelearon en 1934. Injusto para Diego, el calificativo fue acompañado por otros que son justos para la lamentable fiesta del centenario tales como la referencia a Asteklandia. Sólo hay que recordar a los danzantes con tocados de nopales o a la versión televisual de la serpiente emplumada como de Disney World. Para quienes se educaron en colegios confesionales donde aún llaman Juárez al excusado, asistieron puntuales a los boy scouts y las legiones marianas, peregrinaron al Cerro del Cubilete inflamados por la Cristiada, viajaron a Estados Unidos a completar su formación en inglés y sólo conviven con empresarios multimillonarios, el pueblo no existe. Hay en cambio chusma ignorante, atrasada y peligrosamente vandálica y por esto desde pequeños, practican el concepto mano dura y todo el peso de la ley, esa que los protege con escoltas y policías a su servicio incondicional. Reciben de ellas el nombramiento de don o patrón de quienes agradecen el ser tratados de tú como prueba de afecto al que responden con caravanas. Han construido una impunidad a toda prueba porque ni los tribunales internacionales ni la Suprema Corte de Justicia ni las comisiones de derechos humanos, logran más que recomendaciones no vinculantes que jamás tienen consecuencias inculpatorias, pese a las flagrancias de Tlatelolco, Aguas Blancas, Acteal, El Charco, San Juan Copala, Pasta de Conchos, Hermosillo, Lázaro Cárdenas. Impunidad y turismo mental van juntos y se aplican todo el tiempo y mucho más cuando la seguridad pública se pone a resguardo del Ejército y la Marina.
La chusma tiene que ser disciplinada y no le queda más que aplaudir desde lejos, acallada por el gran ruido de la industria del espectáculo a cargo de la política educativa del Estado. El Centro Histórico fue usado como set, la multitud como extras y los símbolos patrios fueron reducidos a señales sensoriales enemigas de la reflexión histórica. ¡Qué pena con los invitados extranjeros!
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