José Clemente Orozco, notabilísimo creador de impactante belleza, llevada a lo sublime del arte en sus murales, murió en México un 7 de septiembre, hace 61 años
Álvaro Cepeda Neri
Omitamos las comparaciones, pero José Clemente Orozco Valladares, Orozco a secas, es el pensador mejor logrado desde la caricatura periodística hasta la maestría en el manejo del pincel con la grandiosidad de sus figuras en tercera dimensión, bañadas en una singular composición de colores que arrebatan el sentimiento y la voluntad de quienes miran su obra con los ojos del conocimiento a través de la sublime contemplación.
Sus frescos El hombre de fuego… ¡su Hidalgo!, su Cristo, su Cortés y la Malinche y, como caricaturista, su Victoriano Huerta (tan actual si miramos a Los Pinos donde ha vuelto la borrachera militar). Y su mural en el edificio de la Suprema Corte, La Justicia, cuando es el “yo acuso” de nuestros días a la prostitución del antro en que se ha convertido la actuación de los once ministros.
Los óleos, sus dibujos, sus lápices, sus tintas, sus carbones y sus murales en los que Orozco puso el drama nacional mexicano y sus grandiosidades colectivas e individuales, permanecen como creaciones de arte universal junto a sus pares: Rafael y Da Vinci…, y con Van Gogh, por la maravillosa ilusión óptica de la simultánea combinación y movimiento de los colores y las líneas.
Bastan tres libros para conocer la biografía de Orozco, biografía que es su obra y, secundariamente, su vida (la Autobiografía, primero publicada por la Revista de Occidente, y después por Ediciones Era). El texto de Raquel Tibol, José Clemente Orozco: una vida para el arte, en el Fondo de Cultura Económica; y la lograda vida y obra escrita por Alma Reed, la célebre musa de la canción Peregrina, la periodista y crítica de arte, con el título Orozco.
De entre la cuantiosa publicación que reproduce su obra mural, está el libro editado por el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, con el ensayo de Jorge Alberto Manrique, el texto de Antonio Rodríguez y la fotografía excelente de Enrique Franco Torrijos, reeditado en varias ocasiones.
Las lecturas sobre José Clemente Orozco apenas si nos dicen algo sobre el pintor. Es indispensable e ineludible mirar su trabajo que, mayormente, está en Guadalajara, la ciudad de México y Estados Unidos. Y existen, pues, las reproducciones. Esto, empero, no quita la oportunidad de leer a Tibol y Reed como al mismo Orozco, para enterarse de sus magistrales creaciones.
El libro mejor logrado es el de Alma Reed, con excelentes fotografías de las pinturas y demás obras de este notabilísimo creador de impactante belleza, llevada a lo sublime del arte en sus murales, casi todos de crítica social, vocación histórica y de permanente actualidad.
Un José Clemente Orozco (1883-1949) de quien, en las ilustraciones del libro de Alma Reed, nos ofrece la posibilidad de mirar-admirando, subyugados, sus pinturas de estética universal y quien, desde este Olimpo histórico, recrea su legado.
Álvaro Cepeda Neri
Omitamos las comparaciones, pero José Clemente Orozco Valladares, Orozco a secas, es el pensador mejor logrado desde la caricatura periodística hasta la maestría en el manejo del pincel con la grandiosidad de sus figuras en tercera dimensión, bañadas en una singular composición de colores que arrebatan el sentimiento y la voluntad de quienes miran su obra con los ojos del conocimiento a través de la sublime contemplación.
Sus frescos El hombre de fuego… ¡su Hidalgo!, su Cristo, su Cortés y la Malinche y, como caricaturista, su Victoriano Huerta (tan actual si miramos a Los Pinos donde ha vuelto la borrachera militar). Y su mural en el edificio de la Suprema Corte, La Justicia, cuando es el “yo acuso” de nuestros días a la prostitución del antro en que se ha convertido la actuación de los once ministros.
Los óleos, sus dibujos, sus lápices, sus tintas, sus carbones y sus murales en los que Orozco puso el drama nacional mexicano y sus grandiosidades colectivas e individuales, permanecen como creaciones de arte universal junto a sus pares: Rafael y Da Vinci…, y con Van Gogh, por la maravillosa ilusión óptica de la simultánea combinación y movimiento de los colores y las líneas.
Bastan tres libros para conocer la biografía de Orozco, biografía que es su obra y, secundariamente, su vida (la Autobiografía, primero publicada por la Revista de Occidente, y después por Ediciones Era). El texto de Raquel Tibol, José Clemente Orozco: una vida para el arte, en el Fondo de Cultura Económica; y la lograda vida y obra escrita por Alma Reed, la célebre musa de la canción Peregrina, la periodista y crítica de arte, con el título Orozco.
De entre la cuantiosa publicación que reproduce su obra mural, está el libro editado por el Fondo Editorial de la Plástica Mexicana, con el ensayo de Jorge Alberto Manrique, el texto de Antonio Rodríguez y la fotografía excelente de Enrique Franco Torrijos, reeditado en varias ocasiones.
Las lecturas sobre José Clemente Orozco apenas si nos dicen algo sobre el pintor. Es indispensable e ineludible mirar su trabajo que, mayormente, está en Guadalajara, la ciudad de México y Estados Unidos. Y existen, pues, las reproducciones. Esto, empero, no quita la oportunidad de leer a Tibol y Reed como al mismo Orozco, para enterarse de sus magistrales creaciones.
El libro mejor logrado es el de Alma Reed, con excelentes fotografías de las pinturas y demás obras de este notabilísimo creador de impactante belleza, llevada a lo sublime del arte en sus murales, casi todos de crítica social, vocación histórica y de permanente actualidad.
Un José Clemente Orozco (1883-1949) de quien, en las ilustraciones del libro de Alma Reed, nos ofrece la posibilidad de mirar-admirando, subyugados, sus pinturas de estética universal y quien, desde este Olimpo histórico, recrea su legado.
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