Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Ayer el inteligente Luis González de Alba sostiene que los mexicanos estamos insoportables, más allá del mal humor detectado por Héctor Aguilar Camín. El autor de La calle muestra su desconcierto porque todo parece mal a los habitantes de a pie de este país, a quienes ninguna explicación de que México está mejor deja satisfechos. Con justa razón, añadiría, porque los desequilibrios se cargaron en otros aspectos, pero fundamentalmente en uno: hay mayor libertad política, social, mejores oportunidades para adquirir instrucción pública, cultura, conocimiento, una diversidad de opciones electorales, pero están altamente restringidas las carencias económicas: hay más pobres extremos y más pobreza alimentaria que en 1968, menos posibilidades de vestirse con decoro, de viajar, de comprar libros, discos, de renovar el parque vehicular, de evitar el manoseo en el microbús y en el metro, de ser esclavo de los intereses del dinero de plástico.
Me atrevería a sostener que México está inmerso en la hipocresía, todo parece estar mejor cuando en realidad somos víctimas del andar del cangrejo en casi todos los aspectos del contrato social: el sistema de pensiones está en quiebra, la labor médico asistencial es deficiente y carece de muchos medicamentos, la educación en manos de Elba Esther Gordillo es vivo reflejo de la maestra milagrosa, los favores fiscales y las quiebras fraudulentas continúan, por mencionar aspectos de la vida nacional que más escozor causan a los que están de mal humor, insoportables, y hasta encabronados.
Primero Denise Dresser, luego Ángel Trinidad Zaldívar y Carlos Ferreyra Carrasco nos alertan sobre una ineficiente reedición del Fobaproa, o de la amenaza de la reincidencia de las crisis financieras, pues tienen la información de que han sido condonados 74 mil millones de pesos en créditos fiscales, sin mediar explicación alguna, cuando ese dinero que se va al caño es producto del pago de los impuestos, del producto del trabajo de los mexicanos. ¿Quién decidió esa maniobra, y quiénes son los beneficiados?
El nivel del monto obliga a establecer una única responsabilidad: perdonar ese pesado endeudamiento sólo puede hacerlo el titular del Ejecutivo, a menos de que Felipe Calderón Hinojosa haya sido engañado. Carece de importancia que el fraude fiscal en contra de los mexicanos que se está cometiendo, cuente con el aval de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que con presteza inusitada envía una recomendación al SAR o al titular de la Hacienda Pública, para que no se proporcionen los nombres de los beneficiarios del uso y abuso del dinero de los mexicanos, por un monto de 74 mil millones de pesos. Ahora se comprende la razón de la presidencia de Raúl Plascencia en la CNDH.
Otra de las hipocresías que indignan, es la que tiene que ver con la supuesta insolvencia de Luis Echeverría Álvarez, quien es un Creso; las propiedades que se le atribuyen son cuando mucho el diez por ciento de su verdadera fortuna. Como dijo su sucesor, José López Portillo, los acusamos de pillos, no de pendejos. Echeverría es un pillo y se conduce como tal, con el agravante de las consecuencias de la vejez. Quienes saben de eso, me explican que los ancianos se vuelven avaros, codiciosos, por inseguros. Consideran que sólo el atesoramiento de bienes puede salvarlos del paso que les falta: la muerte. Echeverría llegará a ella, con más pena que gloria.
El caso de Ernesto Zedillo Ponce de León es más sencillo de lo que han lucubrado los analistas y quienes se sienten agraviados. Desde que Zedillo vivió en Mexicali supo que su deseo era ser empleado de una gran corporación en Estados Unidos, y lo logró, aunque para ello tuviese que seguir el camino largo a través de la administración pública mexicana, cuya cúspide alcanzó para sustituir a un muerto: no hubo otro, fue el equivalente a la última coca en el desierto, al único hombre en la isla inhabitada.
En cuanto se terció la banda presidencial en el pecho, de inmediato hizo todo para lograr su objetivo: convertirse en empleado gringo, porque nunca supo ni estuvo acostumbrado a mandar, a él le gusta que lo llamen por teléfono o le envíen un mail para darle instrucciones. Fue invitado a los festejos del Bicentenario, pero se sentó a esperar unas instrucciones que nunca le llegaron, por eso no asistió a Palacio Nacional.
Su frase del sexenio: No cash, y es posible que esa sea su excusa, como la de Echeverría.
El tema de Genaro García Luna pudiera ser el más complicado de los asuntos de hipocresía, porque a ella ha sido inducido por Lizeth Parra, escudero fiel e ingeniosa comunicadora que ha tripulado la conciencia del Secretario de Seguridad Pública Federal en cuanto a materia de comunicación se refiere.
El reportero Gustavo Castillo García, de La Jornada, informa: “Efectivamente, los reporteros Alejandro Hernández Pacheco y Javier Canales estaban solos, corriendo, cuando fueron localizados. Nunca se dijo que habían sido encontrados dentro de la casa” el 31 de julio pasado, cuando la Policía Federal anunció su “rescate” en conferencia de prensa, reconocieron funcionarios de la Dirección de Comunicación Social de la Secretaría de Seguridad Pública Federal.
Insistieron: “hubo un operativo de búsqueda que abarcó varias colonias. Pero no se tenía la ubicación exacta de la casa donde los tenían cautivos. Durante el rastreo, los agentes se encontraron con los informadores, a unas calles de donde los tuvieron secuestrados”.
Puntualiza Gustavo Castillo: “Las declaraciones de los funcionarios de la SSP, en el sentido de que los comunicadores estaban solos, se dan 48 días después de que esa dependencia anunció en conferencia de prensa, realizada en el Centro de Mando de la Policía Federal, en la ciudad de México, que había “rescatado” a los informadores”.
Alguien tiene que aclarar lo que ocurre en México, porque mientras el Diario de Juárez busca respuestas a la muerte de periodistas a través de un editorial; mientras Zedillo goza de impunidad y Echeverría chochea, o Genaro García Luna cuenta otra de vaqueros, un prestidigitador de talla internacional hace desaparecer 74 mil millones de pesos en créditos fiscales sin mediar explicación y sin dar los nombres de los beneficiados.
Son de tal tamaño las hipocresías mexicanas, que Luis González de Alba tendría que modificar su opinión acerca de lo insoportable que puedan estar los mexicanos, porque más bien tienen razones suficientes como para estar encabronados.
Ayer el inteligente Luis González de Alba sostiene que los mexicanos estamos insoportables, más allá del mal humor detectado por Héctor Aguilar Camín. El autor de La calle muestra su desconcierto porque todo parece mal a los habitantes de a pie de este país, a quienes ninguna explicación de que México está mejor deja satisfechos. Con justa razón, añadiría, porque los desequilibrios se cargaron en otros aspectos, pero fundamentalmente en uno: hay mayor libertad política, social, mejores oportunidades para adquirir instrucción pública, cultura, conocimiento, una diversidad de opciones electorales, pero están altamente restringidas las carencias económicas: hay más pobres extremos y más pobreza alimentaria que en 1968, menos posibilidades de vestirse con decoro, de viajar, de comprar libros, discos, de renovar el parque vehicular, de evitar el manoseo en el microbús y en el metro, de ser esclavo de los intereses del dinero de plástico.
Me atrevería a sostener que México está inmerso en la hipocresía, todo parece estar mejor cuando en realidad somos víctimas del andar del cangrejo en casi todos los aspectos del contrato social: el sistema de pensiones está en quiebra, la labor médico asistencial es deficiente y carece de muchos medicamentos, la educación en manos de Elba Esther Gordillo es vivo reflejo de la maestra milagrosa, los favores fiscales y las quiebras fraudulentas continúan, por mencionar aspectos de la vida nacional que más escozor causan a los que están de mal humor, insoportables, y hasta encabronados.
Primero Denise Dresser, luego Ángel Trinidad Zaldívar y Carlos Ferreyra Carrasco nos alertan sobre una ineficiente reedición del Fobaproa, o de la amenaza de la reincidencia de las crisis financieras, pues tienen la información de que han sido condonados 74 mil millones de pesos en créditos fiscales, sin mediar explicación alguna, cuando ese dinero que se va al caño es producto del pago de los impuestos, del producto del trabajo de los mexicanos. ¿Quién decidió esa maniobra, y quiénes son los beneficiados?
El nivel del monto obliga a establecer una única responsabilidad: perdonar ese pesado endeudamiento sólo puede hacerlo el titular del Ejecutivo, a menos de que Felipe Calderón Hinojosa haya sido engañado. Carece de importancia que el fraude fiscal en contra de los mexicanos que se está cometiendo, cuente con el aval de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que con presteza inusitada envía una recomendación al SAR o al titular de la Hacienda Pública, para que no se proporcionen los nombres de los beneficiarios del uso y abuso del dinero de los mexicanos, por un monto de 74 mil millones de pesos. Ahora se comprende la razón de la presidencia de Raúl Plascencia en la CNDH.
Otra de las hipocresías que indignan, es la que tiene que ver con la supuesta insolvencia de Luis Echeverría Álvarez, quien es un Creso; las propiedades que se le atribuyen son cuando mucho el diez por ciento de su verdadera fortuna. Como dijo su sucesor, José López Portillo, los acusamos de pillos, no de pendejos. Echeverría es un pillo y se conduce como tal, con el agravante de las consecuencias de la vejez. Quienes saben de eso, me explican que los ancianos se vuelven avaros, codiciosos, por inseguros. Consideran que sólo el atesoramiento de bienes puede salvarlos del paso que les falta: la muerte. Echeverría llegará a ella, con más pena que gloria.
El caso de Ernesto Zedillo Ponce de León es más sencillo de lo que han lucubrado los analistas y quienes se sienten agraviados. Desde que Zedillo vivió en Mexicali supo que su deseo era ser empleado de una gran corporación en Estados Unidos, y lo logró, aunque para ello tuviese que seguir el camino largo a través de la administración pública mexicana, cuya cúspide alcanzó para sustituir a un muerto: no hubo otro, fue el equivalente a la última coca en el desierto, al único hombre en la isla inhabitada.
En cuanto se terció la banda presidencial en el pecho, de inmediato hizo todo para lograr su objetivo: convertirse en empleado gringo, porque nunca supo ni estuvo acostumbrado a mandar, a él le gusta que lo llamen por teléfono o le envíen un mail para darle instrucciones. Fue invitado a los festejos del Bicentenario, pero se sentó a esperar unas instrucciones que nunca le llegaron, por eso no asistió a Palacio Nacional.
Su frase del sexenio: No cash, y es posible que esa sea su excusa, como la de Echeverría.
El tema de Genaro García Luna pudiera ser el más complicado de los asuntos de hipocresía, porque a ella ha sido inducido por Lizeth Parra, escudero fiel e ingeniosa comunicadora que ha tripulado la conciencia del Secretario de Seguridad Pública Federal en cuanto a materia de comunicación se refiere.
El reportero Gustavo Castillo García, de La Jornada, informa: “Efectivamente, los reporteros Alejandro Hernández Pacheco y Javier Canales estaban solos, corriendo, cuando fueron localizados. Nunca se dijo que habían sido encontrados dentro de la casa” el 31 de julio pasado, cuando la Policía Federal anunció su “rescate” en conferencia de prensa, reconocieron funcionarios de la Dirección de Comunicación Social de la Secretaría de Seguridad Pública Federal.
Insistieron: “hubo un operativo de búsqueda que abarcó varias colonias. Pero no se tenía la ubicación exacta de la casa donde los tenían cautivos. Durante el rastreo, los agentes se encontraron con los informadores, a unas calles de donde los tuvieron secuestrados”.
Puntualiza Gustavo Castillo: “Las declaraciones de los funcionarios de la SSP, en el sentido de que los comunicadores estaban solos, se dan 48 días después de que esa dependencia anunció en conferencia de prensa, realizada en el Centro de Mando de la Policía Federal, en la ciudad de México, que había “rescatado” a los informadores”.
Alguien tiene que aclarar lo que ocurre en México, porque mientras el Diario de Juárez busca respuestas a la muerte de periodistas a través de un editorial; mientras Zedillo goza de impunidad y Echeverría chochea, o Genaro García Luna cuenta otra de vaqueros, un prestidigitador de talla internacional hace desaparecer 74 mil millones de pesos en créditos fiscales sin mediar explicación y sin dar los nombres de los beneficiados.
Son de tal tamaño las hipocresías mexicanas, que Luis González de Alba tendría que modificar su opinión acerca de lo insoportable que puedan estar los mexicanos, porque más bien tienen razones suficientes como para estar encabronados.
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