Grito secuestrado

Alejandro Encinas

Cuando la madrugada del 16 de septiembre de 1810 Hidalgo recorría las calles de Dolores incitando al levantamiento en contra de la autoridad virreinal, no imaginaba el impacto que causaría el llamamiento a la independencia de México desde el atrio del templo de esa población y el tañer de su campana. Hidalgo realizaba el acto fundacional de la nueva nación mexicana.

A partir de entonces, la celebración del Grito se ha convertido, más que un acto ritual, emblemático de nuestra historia, en un indicador político y en un acto de legitimación del gobierno en turno.

La primera vez en que se festejó el Grito fue el 16 de septiembre de 1812, cuando en Huichapan, hoy Hidalgo, Ignacio López Rayón realizó la ceremonia. Un año más tarde, Morelos estableció en los Sentimientos de la Nación: “Que se solemnice el día 16 de septiembre todos los años como el día del aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa Libertad comenzó”. El emperador Maximiliano de Habsburgo, en traje de charro, dio el Grito en Dolores, y sólo en 1847 la celebración se suspendió a causa de la invasión estadounidense.

A lo largo del siglo XIX, el Grito se conmemoró el 16 de septiembre, cuando se acostumbraba realizar una verbena popular que iniciaba la noche del día anterior y terminaba a las seis de la mañana del 16 de septiembre, hora en la que se daba el Grito. Sin embargo, Porfirio Díaz cambió la celebración para hacerla coincidir con la fecha y hora de su cumpleaños: el 15 de septiembre, a las 23 horas con 15 minutos.

En la etapa revolucionaria, la celebración se convirtió en un acto de apoyo a los caudillos revolucionarios y más adelante en el refrendo al presidencialismo absoluto. Fue hasta 1968 cuando una generación de jóvenes rebeldes cuestionó la ausencia de libertades políticas de un régimen autoritario y, en una imperdonable afrenta, Heberto Castillo dio el Grito en la explanada de Ciudad Universitaria.

Pese a todo, en los setenta, la ceremonia prevalecía como fiesta popular. “El pueblo” —como reseñaban los locutores de radio y televisión— se congregaba a refrendar su patriotismo y transitaba libremente por el Centro Histórico y la Plaza de la Constitución, celebrando sin puestos de control, vallas metálicas, arcos detectores, “cacheos”, ni francotiradores.

Los ochenta marcaron un hito. Tras los años de “administrar la abundancia”, la crisis económica sacudió al país y convirtió al Zócalo en foro de reclamo popular ante la incapacidad del gobierno, evidenciada en los sismos de 1985, así como por la inflación, la devaluación y el desempleo que trajo consigo la política privatizadora del priísmo.

En 1988, el reclamo a la crisis económica se transformó en demanda política. Las rechiflas a Salinas cuestionaban el fraude electoral y la brutal represión al descontento que dejó una estela de cientos de perredistas y otros disidentes asesinados.

El Grito de 2006 evitó el riesgo de un estallido social. Tras 47 días de plantón en el Paseo de la Reforma y una tensa negociación, el movimiento que surgió contra del fraude electoral se levantó —sin represión y sin que se hubiese roto un solo vidrio— tras un acuerdo que llevó, por primera vez en la historia, al Ejecutivo a ceder la plaza y dar el Grito en Dolores, Guanajuato, en tanto que el jefe de Gobierno, desde el Palacio del Ayuntamiento, reivindicó en el Grito la soberanía popular.

En el festejo bicentenario, la conmemoración se ha transformado. El derroche de 2 mil 900 millones de pesos pretende crear un ambiente festivo ajeno al interés de la gente. La violencia y el temor revisten la conmemoración. El clima de inseguridad provocó que en 14 ciudades del país se suspendan los festejos y en otros municipios se limiten o reprogramen.

El Grito ha sido secuestrado. El oropel del banquete que se servirá a la oligarquía en palacio se extenderá a la plancha del Zócalo, a la que habrá acceso restringido, luego de sortear cercos y retenes. El vulgo deberá encontrar acomodo en su casa o fuera del perímetro de seguridad para seguir a través de las televisoras la imagen del espectáculo preparado “igual al de las olimpiadas”, mientras elementos de las fuerzas armadas controlan la plaza. La verbena popular y el acto de legitimación de la autoridad de antaño han desaparecido entre la parafernalia y la debilidad del régimen y sus instituciones.

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