Rubén Cortés
En un entorno político nacional apegado a rancios ritos palaciegos para ocultar aun las intenciones más limpias, es de agradecer la honestidad de Javier Lozano al admitir su deseo de competir por la candidatura presidencial del PAN.
Porque el secretario del Trabajo es, junto con los titulares de la SSP, Genaro García Luna, y de Marina, almirante Francisco Saynez, el único de resultados tangibles entre los miembros del gabinete del Presidente Felipe Calderón.
“Sería ridículo, absurdo, irresponsable y mentiroso decir que alguien que ocupa una secretaría de Estado, que ha estado 20 años en la función pública como yo, no tiene una aspiración. Las aspiraciones son buenas, son legitimas y hasta son sanas”, es el argumento de Lozano.
Y no tiene sólo razón ética y moral, sino también méritos. Gracias a su decisiva ejecución se produjo el único logro en el intento que, en algún momento, tuvo este gobierno por desmantelar monopolios públicos: la liquidación de Luz y Fuerza del Centro.
Espoleada por su rémora, el SME, LyFC sangraba al erario con 42 mil millones de pesos anuales, a cambio de las tarifas más altas del continente y del servicio de peor calidad a hogares y empresas del DF y 132 municipios del Edomex, Hidalgo, Morelos y Puebla.
Para ello, empleaba a 44 mil trabajadores controlados absolutamente por el líder sindical Martín Esparza, que se autopagaba un sueldo de 372 mil pesos –163 mil pesos más alto que el del presidente Felipe Calderón– según la propia Tesorería del ya ex sindicato.
Y acumuló bienes por 18 mil millones de pesos, entre edificios, escuelas, centros vacacionales, gimnasios y hasta una duela de bambú de 103 millones de pesos, que únicamente existen en la NBA de Estados Unidos.
Lozano liquidó eso, enfrentando furias verbales de la crema nacional de la corrección política, violencias físicas de las “hordas divinas” del proyecto alternativo de nación y furibundas soflamas de las “buenas conciencias” de nuestra vida pública.
Pero todavía algunos no ven bien que uno de nuestros secretarios de Estado más eficaces airee sus aspiraciones a tiempo y sonriente. Porque, en cierta medida, seguimos siendo una sociedad de máscaras. Lo describió para siempre Octavio Paz:
“Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables… En suma, entre la realidad y su persona se establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también, de sí mismo”.
En un entorno político nacional apegado a rancios ritos palaciegos para ocultar aun las intenciones más limpias, es de agradecer la honestidad de Javier Lozano al admitir su deseo de competir por la candidatura presidencial del PAN.
Porque el secretario del Trabajo es, junto con los titulares de la SSP, Genaro García Luna, y de Marina, almirante Francisco Saynez, el único de resultados tangibles entre los miembros del gabinete del Presidente Felipe Calderón.
“Sería ridículo, absurdo, irresponsable y mentiroso decir que alguien que ocupa una secretaría de Estado, que ha estado 20 años en la función pública como yo, no tiene una aspiración. Las aspiraciones son buenas, son legitimas y hasta son sanas”, es el argumento de Lozano.
Y no tiene sólo razón ética y moral, sino también méritos. Gracias a su decisiva ejecución se produjo el único logro en el intento que, en algún momento, tuvo este gobierno por desmantelar monopolios públicos: la liquidación de Luz y Fuerza del Centro.
Espoleada por su rémora, el SME, LyFC sangraba al erario con 42 mil millones de pesos anuales, a cambio de las tarifas más altas del continente y del servicio de peor calidad a hogares y empresas del DF y 132 municipios del Edomex, Hidalgo, Morelos y Puebla.
Para ello, empleaba a 44 mil trabajadores controlados absolutamente por el líder sindical Martín Esparza, que se autopagaba un sueldo de 372 mil pesos –163 mil pesos más alto que el del presidente Felipe Calderón– según la propia Tesorería del ya ex sindicato.
Y acumuló bienes por 18 mil millones de pesos, entre edificios, escuelas, centros vacacionales, gimnasios y hasta una duela de bambú de 103 millones de pesos, que únicamente existen en la NBA de Estados Unidos.
Lozano liquidó eso, enfrentando furias verbales de la crema nacional de la corrección política, violencias físicas de las “hordas divinas” del proyecto alternativo de nación y furibundas soflamas de las “buenas conciencias” de nuestra vida pública.
Pero todavía algunos no ven bien que uno de nuestros secretarios de Estado más eficaces airee sus aspiraciones a tiempo y sonriente. Porque, en cierta medida, seguimos siendo una sociedad de máscaras. Lo describió para siempre Octavio Paz:
“Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables… En suma, entre la realidad y su persona se establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también, de sí mismo”.
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