Sergio Aguayo Quezada
Si las mayorías sueñan con el líder que salvará a la patria adolorida es porque Televisa ha inflado a Enrique Peña Nieto y para defenderlo intentan aplastar a quienes informan sobre la alianza entre empresa y político. Pese al protagonismo que le asignan las leyes, el Gobierno de Felipe Calderón se ha hecho el desentendido.
Somos un país contradictorio. Según la Encuesta Mundial de Valores, en 2006, ¡86% de la población! apoyaba un "sistema democrático" que supone la participación activa de la ciudadanía; en esa misma década 54% aprobaba al "líder fuerte". Cuán cómodo resulta creer en los hombres providenciales, en los estadistas que, según Hegel, ponen en "palabras los deseos de su época, le dice a ésta, cuál es su voluntad y la instrumenta". México ha tenido líderes que se acercan a esta definición: la grandeza de Miguel Hidalgo, Benito Juárez o Lázaro Cárdenas, radica en que actuaron pensando en el interés de la nación y de las mayorías.
Enrique Peña Nieto ya fue elevado a esa categoría y arrasaría si las elecciones se realizaran el día de hoy. Tiene ese nicho pese a su mediocre desempeño como gobernante y a su nula vocación democrática (temas que abordaré en columnas futuras). Su virtuosismo ha estado en lograr fusionar armónicamente los trucos y mañas de los políticos autoritarios mexicanos con las modernidades tecnológicas de una empresa, Televisa, capaz de levantar o destruir prestigios bombardeando a las mayorías con las imágenes transmitidas por la pantalla chica.
La construcción del caudillo ha sido tan exitosa porque hay sed y hambre de políticos eficaces y por la fragilidad de la cultura ciudadana. En diciembre de 2008, según una encuesta de Reforma, 66% de la población aprobaba el "trabajo de Felipe Calderón como presidente" por motivos muy poco científicos: "le está echando ganas", "se preocupa por los problemas de los mexicanos", "al presidente hay que apoyarlo incondicionalmente", "es una buena persona". Sólo 18% se apegaba a los criterios de una democracia y lo evaluaba por sus resultados.
El Grupo Reforma ha sido uno de los medios que han documentado la alianza estratégica entre Peña Nieto y Televisa. Es probable que ese fuera uno de los motivos tras la decisión de Televisa de lanzar una agresiva campaña contra Grupo Reforma por publicar anuncios clasificados en los que se ofrece un amplia variedad de servicios sexuales lo cual, en opinión de la televisora, es una forma de permitir la participación del crimen organizado. Se trata de acusaciones graves que requieren una distinción entre la libertad de expresión y la obligación de transmitir noticias de manera imparcial.
Puedo estar en desacuerdo con lo expresado por colegas de Televisa en programas que, como Tercer Grado, forman parte de la barra de opinión de la televisora. Sin embargo, es un espacio protegido por la libertad de expresión. Los noticieros se miden con otra vara. Televisa utiliza un bien público porque recibió una concesión de la nación a través del ejecutivo. Al aceptar el privilegio Televisa adquirió el compromiso de respetar leyes y reglamentos en las cuales se establece que la transmisión de las noticias debe guiarse por la veracidad y la objetividad.
La ofensiva de los noticieros de Televisa contra el Grupo Reforma es una posible violación a la concesión porque es profundamente parcial; no menciona, por ejemplo, que la oferta de servicios sexuales se hace en muchos otros medios, incluida la misma Televisa. No estamos ante un caso aislado, sino ante la confirmación de un patrón. Los partidos de futbol están tan repletos de publicidad que probablemente violan los límites legales, la programación está saturada con publicidad de productos milagrosos y desdeñan las peticiones de información de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios, (Cofepris).
La Secretaría de Gobernación ya debería haber intervenido porque entre sus funciones está garantizar el respeto de los títulos de concesión. No lo hará puesto que el panismo tiene la brújula ética hecha trizas. Ni ha llevado al país a la tierra prometida del Estado de Derecho ni ha construido ciudadanía, y cuando se recuerda su historia da pena verlos como siervos de Elba Esther Gordillo y de las televisoras. Sus presidencias han sido figuras de papel maché: brillo artificial en el exterior, oquedad en las entrañas.
El PRI tampoco tiene contenido. Su obsesión es regresar a Los Pinos y adoran al tele-caudillo, Peña Nieto, porque es quien garantiza el retorno. Carecen de proyecto de país y eso los coloca en una paradoja. El fraude electoral de 1910 desencadenó una violenta revolución que puso al PRI en el poder; si ahora recuperan la presidencia será por los cañonazos de Televisa. Así pues, celebremos los inicios de la Independencia y la Revolución reconociendo que pasamos del autoritarismo a las aspiraciones dictatoriales de una televisora y un caudillo sin haber disfrutado las mieles de la democracia.
Si las mayorías sueñan con el líder que salvará a la patria adolorida es porque Televisa ha inflado a Enrique Peña Nieto y para defenderlo intentan aplastar a quienes informan sobre la alianza entre empresa y político. Pese al protagonismo que le asignan las leyes, el Gobierno de Felipe Calderón se ha hecho el desentendido.
Somos un país contradictorio. Según la Encuesta Mundial de Valores, en 2006, ¡86% de la población! apoyaba un "sistema democrático" que supone la participación activa de la ciudadanía; en esa misma década 54% aprobaba al "líder fuerte". Cuán cómodo resulta creer en los hombres providenciales, en los estadistas que, según Hegel, ponen en "palabras los deseos de su época, le dice a ésta, cuál es su voluntad y la instrumenta". México ha tenido líderes que se acercan a esta definición: la grandeza de Miguel Hidalgo, Benito Juárez o Lázaro Cárdenas, radica en que actuaron pensando en el interés de la nación y de las mayorías.
Enrique Peña Nieto ya fue elevado a esa categoría y arrasaría si las elecciones se realizaran el día de hoy. Tiene ese nicho pese a su mediocre desempeño como gobernante y a su nula vocación democrática (temas que abordaré en columnas futuras). Su virtuosismo ha estado en lograr fusionar armónicamente los trucos y mañas de los políticos autoritarios mexicanos con las modernidades tecnológicas de una empresa, Televisa, capaz de levantar o destruir prestigios bombardeando a las mayorías con las imágenes transmitidas por la pantalla chica.
La construcción del caudillo ha sido tan exitosa porque hay sed y hambre de políticos eficaces y por la fragilidad de la cultura ciudadana. En diciembre de 2008, según una encuesta de Reforma, 66% de la población aprobaba el "trabajo de Felipe Calderón como presidente" por motivos muy poco científicos: "le está echando ganas", "se preocupa por los problemas de los mexicanos", "al presidente hay que apoyarlo incondicionalmente", "es una buena persona". Sólo 18% se apegaba a los criterios de una democracia y lo evaluaba por sus resultados.
El Grupo Reforma ha sido uno de los medios que han documentado la alianza estratégica entre Peña Nieto y Televisa. Es probable que ese fuera uno de los motivos tras la decisión de Televisa de lanzar una agresiva campaña contra Grupo Reforma por publicar anuncios clasificados en los que se ofrece un amplia variedad de servicios sexuales lo cual, en opinión de la televisora, es una forma de permitir la participación del crimen organizado. Se trata de acusaciones graves que requieren una distinción entre la libertad de expresión y la obligación de transmitir noticias de manera imparcial.
Puedo estar en desacuerdo con lo expresado por colegas de Televisa en programas que, como Tercer Grado, forman parte de la barra de opinión de la televisora. Sin embargo, es un espacio protegido por la libertad de expresión. Los noticieros se miden con otra vara. Televisa utiliza un bien público porque recibió una concesión de la nación a través del ejecutivo. Al aceptar el privilegio Televisa adquirió el compromiso de respetar leyes y reglamentos en las cuales se establece que la transmisión de las noticias debe guiarse por la veracidad y la objetividad.
La ofensiva de los noticieros de Televisa contra el Grupo Reforma es una posible violación a la concesión porque es profundamente parcial; no menciona, por ejemplo, que la oferta de servicios sexuales se hace en muchos otros medios, incluida la misma Televisa. No estamos ante un caso aislado, sino ante la confirmación de un patrón. Los partidos de futbol están tan repletos de publicidad que probablemente violan los límites legales, la programación está saturada con publicidad de productos milagrosos y desdeñan las peticiones de información de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios, (Cofepris).
La Secretaría de Gobernación ya debería haber intervenido porque entre sus funciones está garantizar el respeto de los títulos de concesión. No lo hará puesto que el panismo tiene la brújula ética hecha trizas. Ni ha llevado al país a la tierra prometida del Estado de Derecho ni ha construido ciudadanía, y cuando se recuerda su historia da pena verlos como siervos de Elba Esther Gordillo y de las televisoras. Sus presidencias han sido figuras de papel maché: brillo artificial en el exterior, oquedad en las entrañas.
El PRI tampoco tiene contenido. Su obsesión es regresar a Los Pinos y adoran al tele-caudillo, Peña Nieto, porque es quien garantiza el retorno. Carecen de proyecto de país y eso los coloca en una paradoja. El fraude electoral de 1910 desencadenó una violenta revolución que puso al PRI en el poder; si ahora recuperan la presidencia será por los cañonazos de Televisa. Así pues, celebremos los inicios de la Independencia y la Revolución reconociendo que pasamos del autoritarismo a las aspiraciones dictatoriales de una televisora y un caudillo sin haber disfrutado las mieles de la democracia.
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