El factor Peña Nieto

Fernando Belaunzarán

Dicen que la televisión puede hacer de cualquiera un artista y, por lo visto, también un presidente. Quizás Enrique Peña Nieto sea un político con sustancia, ideas, liderazgo, visión de Estado, pero lo cierto es que eso nos es desconocido. Ha tenido, es verdad, algunos buenos resultados, pero también fallas. La entidad que gobierna muestra avances muy publicitados, mientras que sus rezagos y fallas, si bien no están ocultos, son opacados por la imagen aplastante de un personaje idealizado que aparenta ser la negación misma de los intereses que su trayectoria, afinidades y padrinazgos nos dice que representa: grupo Atlacomulco, el partido del viejo régimen, Montiel, Salinas, poderes fácticos, etc. Le ha servido más “fotografiar bien” que resolver problemas.
La popularidad de Peña Nieto no se debe a sus logros como gobernante, a su liderazgo político, a su historia o a sus planteamientos. Es una figura exitosa no por lo que hecho como político sino por lo que de él se ha proyectado como persona, como hombre trágicamente viudo que busca rehacer su vida y se preocupa por cumplir con su trabajo, con la gente con la que se comprometió y con su familia lastimada por la fatalidad de una pérdida irreparable. Busca la empatía no la convicción. Es el cuento de hadas que se quiere con final feliz y que cuenta incluso con su protagonista de telenovela; y es a la vez el melodrama de luchar contra la adversidad sin desfallecer, ese que recuerda a Pepe el Toro luchando por justicia, sufriendo por el Torito y unido a su Chorreada

La desconfianza me surge más que por lo que Peña Nieto haya hecho o dejado de hacer, por lo mucho que de él se desconoce. No es difícil vislumbrar sus agarraderas y pensarlo prisionero de sus compromisos hechos con quienes lo han promovido. Es el político de telepronter al que no le hemos escuchado su voz ni, creo, sus ideas porque nunca ha dejado de estar en campaña ni de ser el niño protegido dentro de un bien planeado trabajo de marketing. Suyo o ajeno, lo poco que ha mostrado es escaso de luces, corto de alcance y en buena medida conservador. Lo siento prisionero de los dos grandes ejes de su estrategia: decir lo que la gente quiere oír y mostrarse funcional a los intereses de los diversos poderes fácticos que lo promueven. Podría ser que una vez consiguiendo la presidencia se sacuda de sus ataduras y se vuelva reformador. No lo creo.

Después del 2006, ser puntero en las encuestas un año antes de la elección no es garantía de triunfo, pero a nadie incomoda. El aura de ser visto como “próximo presidente” mueve resortes que a pesar de su antigüedad y su relación con el viejo régimen siguen aceitados y se mantienen vigentes en la transición contradictoria del México de la alternancia. Ignoro quién bautizó ese fenómeno, pero encontró un concepto muy elocuente, didáctico y descriptivo. El 5º Informe de Gobierno de Enrique Peña Nieto fue diseñado para dejar en claro de qué lado está “la cargada”. Pero no sólo eso. La parte central de su discurso no fue dirigida a la sociedad, a los mexiquenses o a la clase política en general. Haciendo a un lado su cargo de gobernador, se asumió como representante y vocero del priísmo hoy dolido y supuestamente desengañado. Para ganarse a su partido, Peña Nieto enseñó el cobre.

La ventaja de tener el viento a favor y contar con la gracia de los principales consorcios y comunicadores que generan opinión pública es que se puede escupir al cielo sin temer mancharse. Que un distinguido líder del PRI, en un acto poco discreto de proselitismo, se ponga a dar clases de ética política, censure la “lucha del poder por el poder” y la utilización de las instituciones públicas para fines “particulares o partidistas” sin que, por supuesto, se haya distinguido en esos rubros de sus antecesores y correligionarios, es una estampa magnífica de la tragicomedia mexicana que nos regresa a épocas que presumíamos superadas. No pude sino rememorar el discurso de Juan Vargas en Donceles, aquel personaje pintoresco de la película de Luis Estrada, La Ley de Herodes, protagonizado magistralmente por Damián Alcazar.

No obstante lo anterior, y aunque cueste trabajo, debemos tomar en serio lo dicho por el mandatario. En un exceso retórico injustificable, Peña Nieto comparó el daño que generan las “alianzas contranatura” con el que ocasionan “las fuerzas criminales”. No es posible que un gobernador ponga en el mismo saco lo que se hace dentro la ley que lo que se hace contra ella, máxime cuando se está encargado de velar por el cumplimiento de la misma y que se respeten los derechos que de ella emanan. Pero aún olvidándonos de que hablaba con su investidura y, siendo indulgentes, entendiendo que fue un acto de precampaña apenas disimulado en la forma, su dicho no resiste el menor análisis y muestra un sesgo preocupante de autoritarismo e incluso de autismo. ¿Quién en su sano juicio puede decir que los oaxaqueños o los poblanos no estarán mejor sin la continuidad de cacicazgos tan vergonzosos para los mexicanos como los de Ulises Ruiz y Mario Marín?

Las alianzas son un instrumento legítimo y necesario de la democracia, no sólo entre partidos afines sino también entre lo que no lo son. En todas ellas hay un ingrediente pragmático, inherente a la política, el cual, por cierto, es el único que se vislumbra en las alianzas PRI-PVEM. Por ley existe la obligación de entregar una plataforma electoral de las coaliciones en los institutos electorales correspondientes. Por desgracia, en México esas cuentan poco y, al margen de que haya alianzas o no, al margen de cual sea el partido que los postuló, por regla general los gobernantes ejercen su cargo sin control partidario e imponen no sólo su estilo personal de gobernar sino también sus convicciones particulares.

Si un partido es paradigmático en su laxitud ideológica es precisamente el PRI. Históricamente en ese partido ha cabido (casi) todo. Ahora mismo, presume estar en la Internacional Socialista, y sin embargo promovió la aprobación de leyes antiaborto en 18 estados del país. El principal impulsor de esas legislaciones fue precisamente Enrique Peña Nieto que en recompensa fue recibido por el Papa en el Vaticano para enterarle de la trascendental noticia de un imponente acto de campaña en forma de boda. Y mientras Manlio Fabio Beltrones propone cambios al régimen presidencial estableciendo equilibrios institucionales para favorecer acuerdos con un Congreso dividido, el gobernador mexiquense plantea que al Presidente se le garantice mayoría en ambas cámaras. La identidad ideológica no queda resuelta por compartir un membrete.

En lo que acierta Peña Nieto, pero sin querer y errando el tiro, es en su crítica a la “lucha del poder por el poder”. Esa descarnada competencia de ganar “haiga sido como haiga sido” existe en el conjunto de la clase política y no depende de que se presenten o no alianzas. Todo acuerdo entre partidos busca incrementar la fuerza electoral, pero ese es un recurso legal y legítimo. El problema es cuando se viola la ley y se hace uso de recursos indebidos para ganar. No hay partido libre de pecado en ese sentido. Recordemos la intervención de Fox en el 2006 o la de López Obrador en el proceso interno del 2008. Pero sin ninguna duda, nadie supera al PRI en mañas, trucos, trampas e ilegalidades para imponerse. En ese partido sigue estando la mejor escuela del fraude y del agandalle. Al lanzar tamaña acusación contra un instrumento de la democracia, Peña Nieto se mostró falso, cínico y desmemoriado.

Es verdad que con su discurso claramente faccioso y partidista, Peña Nieto creció en el sentimiento de los priístas, pero mostró su debilidad. Su cruzada contra las alianzas llevada hasta el paroxismo mostró el temor que éstas le despiertan. No las ataca porque “amenacen a la democracia” sino porque con ellas perdió el PRI en el 2010 y él puede perder el estado que gobierna en el 2011. Ganó en cohesión interna, pero a costa de mostrarse apanicado. Con ese gesto se volvió promotor involuntario de la alianza en el Estado de México que quiso exorcisar con anatemas delirantes.

Pero también, al centrar su discurso en contra de la alianza opositora, evitó tomar distancia institucional a la elección en su estado para meterse a ella de lleno y poner su futuro político en mantener el gobierno del Estado de México. Aceptó vencer o perder personalmente en el resultado electoral del próximo año. Por eso, es evidente que tratará de evitar dicha alianza mediante la única salida que le queda: que las disidencias del PRD y el PAN la aborten desde dentro. Por eso es que sus mejores aliados estratégicos son, en este momento, Manuel Espino y Andrés Manuel López Obrador. Los compañeros de viaje encontrarán la manera de ayudarse.

Los spots de Peña Nieto están pensados para conmover, no para informar. En realidad son mensajes de campaña, pero sintetizan muy bien lo que hasta ahora representa el mandatario mexiquense: mucha imagen, poco contenido. El caso Paulette lo pinta muy bien. Por necesidades mediáticas le da vuelo al asunto y por las mismas razones, en virtud de los errores cometidos por su procuraduría, lo deciden cerrar, hacer control de daños obsequiando impunidad para poderle echar tierra a un asunto cuya resolución ofende a la inteligencia. Pero así, y a pesar de todo, Peña Nieto tiene muchas posibilidades de ser presidente y sería necio negarlo. Y, en este caso por desgracia, no siempre el que tiene la elección en la bolsa termina por perderla.

Ser su crítico no me impide reconocer que si Enrique Peña Nieto es el candidato del PRI sería muy difícil de vencer. Sin embargo, existe tal posibilidad y más aún si se le pone enfrente a un candidato que pueda capitalizar el enorme desprestigio y decepción que ha generado la clase política en la población. Un candidato que surja de la sociedad, que sea capaz de sumar, incluir y revivir el entusiasmo por el cambio. Puede haber más, pero yo vislumbro a dos personas que podrían encabezar una propuesta de ese tipo: José Woldenberg y Juan Ramón de la Fuente.

De paso...

Golpismo. Después del triunfo de la estrategia política de las alianzas y cuando el PRD debe preocuparse y ocuparse de las elecciones en dos estados que gobierno a principios del próximo año, Andrés Manuel López Obrador pretende meter en crisis a su partido. Muy a su estilo, no da la cara, pero manda a las huestes de René Bejarano por delante para exigir la renuncia de la dirección nacional encabezada por Jesús Ortega. Conscientes de ser un grupo minoritario es previsible que hagan uso de la fuerza. El planteamiento que hacen es poco menos que suicida, pues planean una elección sin padrón para sustituir a los dirigentes, un año antes de que termine su mandato y sin ninguna legalidad. Es verdad que lo ideal es encontrar un relevo de consenso y adelantar el cambio para que tenga tiempo de organizar la elección del 2012. Eso se puede llevar a cabo después de las elecciones que están en puerta, pero requiere de unidad. Es esquizofrénico alegar un acuerdo político para elegir a una nueva dirección, pero ir a la guerra para redituar la desastrosa elección interna del 2008. Pero AMLO debe decidir si quiere transitar la ruta de los acuerdos o la del pleito; no se puede caminar por las dos al mismo tiempo. Si opta por la segunda, entonces se debe aplicar estrictamente la legalidad y llevarse la elección de dirigentes en diciembre del próximo año… Mal mensaje manda Andrés Manuel López Obrador con su afán golpista, pues si no es capaz, no busca, no le interesa, reconciliar a su partido, ¿qué le espera al país que requiere encontrar puntos de encuentro y cerrar filas para enfrentar sus problemas? Si sólo acepta la eliminación de sus adversarios internos con mayor razón va a querer hacer lo mismo con los otros. Lástima, pues si fuera un estadista sería un activo a favor de la unidad de la izquierda y vería hacia delante en lugar de quedarse estancado en la perniciosa y obsesiva pretensión de ajustar cuentas. Una pena que el hígado lo domine, pues mantiene una fuerza considerable y sigue teniendo un liderazgo en sectores importantes de la sociedad mexicana. Pero si es incapaz de unir y sumar, también es incapaz de ganar el 2012… Terrible los nuevos “daños colaterales”. Todo indica que una familia sufrió un ataque gratuito por parte del ejército en Nuevo León. Es bueno que la Secretaría de la Defensa haya aceptado su error y esperemos que repare, en la medida de lo posible, su trágica equivocación, así como que tome las medidas pertinentes para que estos “accidentes” no vuelvan a ocurrir. Estoy convencido que mientras no haya una policía que pueda hacerle frente al narco con eficacia, el ejército debe seguir haciendo esa labor en algunas zonas del país; pero es preciso que si hay delito que perseguir por afectación a la población, sean tribunales civiles los que tomen la justicia en sus manos… Patético e indignante el traslado de los cadáveres de los 72 migrantes asesinados en Tamaulipas a la Ciudad de México. Se puede entender un accidente, pero no la improvisación y la falta de profesionalismo… Gran película “El Infierno” de Luis Estrada. Vuelve a pegar duro con una parodia de tintes fársicos y ácido humor negro que hace más elocuente la vista de una realidad lacerante. Damián Alcazar tiene, otra vez, una actuación excepcional...

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