Álvaro Cepeda Neri
Como ha sostenido Tocquevielle (El antiguo régimen y la Revolución) y su hipótesis ha tenido verificación en la explicación de las Revoluciones de antes de 1789 y de las posteriores, la de 1848; las revoluciones mexicanas de 1810 y 1910; la de 1917 en la Rusia de los zares. La de 1680, que fue la Gloriosa Revolución Inglesa. La estadounidense consumada tras la Revolución francesa. Se trata en suma, de explicarlas como violentas manifestaciones populares, que se vienen gestando conforme los malos gobiernos, antirrepublicanos y antidemocráticos, provocan la acumulación de problemas y la escasez de soluciones o éstas son tan raquíticas que en lugar de ser respuestas se convierten en mayores problemas sociales. Es lo que ya está sucediendo en la Nación, cuando sus gobernantes se aprestan a celebrar, con luces de bengalas y fiestas de gran boato, el inicio de los estallamientos de 1810 y 1910.
Para este columnista, con perspectiva histórica para analizar el presente, por todo el país se están acumulando problemas de toda índole: laborales, porque el desempleo va en aumento por dos vías. La de los mexicanos sin trabajo desde hace al menos 22 años, a partir del salinismo, zedillismo y foxismo más lo que va del calderonismo. Y lo que ha venido siendo el despido intencional de trabajadores a partir del año 2000, cuando los panistas llegaron al poder con el sambenito de que serían lo contrario del priísmo ya de plano derechista con Salinas-Zedillo que arrastraron los resabios, entre populistas y demagógicos, del echeverriato al delamadridismo. Y resultaron, diez años después, lo peor de ese priísmo en corrupción, antilaicismo, intolerancia y mal gobierno por ineficacia, hasta hacerse indignos de gobernar (¡oh, Tocquevielle!).
Desempleo tradicional y despidos han acumulado más de 40 millones de mexicanos sin trabajo. El resto de los que están en lo que se llama la población económicamente activa, unos 15 millones o tal vez 18, ganando miserables salarios con entradas de dinero que no les alcanza en los mercados con precios en constante aumento y, con todas sus prestaciones los empleados de cuello blanco (en empresas, bancos, etc.).
Millones de jóvenes –dicen que siete– sin acceso a ningún nivel de educación pública ni trabajos y los que están en una plaza no reciben salarios, pues están a expensas de las propinas, en las gasolineras, por ejemplo. O los empacadores en los supermercados, etc. Por donde se vea hay problemas en el campo, abandonado a su suerte; reducción de inversiones en la industria, la minería, la agricultura, la pesca y así sucesivamente. Estamos como en 1810 y 1910, ya que los problemas sociales aumentan y el calderonismo no da respuestas ni soluciones. Y si las revueltas, al menos, se van gestando en ese caldo de cultivo, entonces la Nación con sus 100 millones (los otros 10 millones son los afortunados) presenta síntomas de rebelión. Y no es que la historia se repita. La actual es otra historia por darse y escribirse.
Como ha sostenido Tocquevielle (El antiguo régimen y la Revolución) y su hipótesis ha tenido verificación en la explicación de las Revoluciones de antes de 1789 y de las posteriores, la de 1848; las revoluciones mexicanas de 1810 y 1910; la de 1917 en la Rusia de los zares. La de 1680, que fue la Gloriosa Revolución Inglesa. La estadounidense consumada tras la Revolución francesa. Se trata en suma, de explicarlas como violentas manifestaciones populares, que se vienen gestando conforme los malos gobiernos, antirrepublicanos y antidemocráticos, provocan la acumulación de problemas y la escasez de soluciones o éstas son tan raquíticas que en lugar de ser respuestas se convierten en mayores problemas sociales. Es lo que ya está sucediendo en la Nación, cuando sus gobernantes se aprestan a celebrar, con luces de bengalas y fiestas de gran boato, el inicio de los estallamientos de 1810 y 1910.
Para este columnista, con perspectiva histórica para analizar el presente, por todo el país se están acumulando problemas de toda índole: laborales, porque el desempleo va en aumento por dos vías. La de los mexicanos sin trabajo desde hace al menos 22 años, a partir del salinismo, zedillismo y foxismo más lo que va del calderonismo. Y lo que ha venido siendo el despido intencional de trabajadores a partir del año 2000, cuando los panistas llegaron al poder con el sambenito de que serían lo contrario del priísmo ya de plano derechista con Salinas-Zedillo que arrastraron los resabios, entre populistas y demagógicos, del echeverriato al delamadridismo. Y resultaron, diez años después, lo peor de ese priísmo en corrupción, antilaicismo, intolerancia y mal gobierno por ineficacia, hasta hacerse indignos de gobernar (¡oh, Tocquevielle!).
Desempleo tradicional y despidos han acumulado más de 40 millones de mexicanos sin trabajo. El resto de los que están en lo que se llama la población económicamente activa, unos 15 millones o tal vez 18, ganando miserables salarios con entradas de dinero que no les alcanza en los mercados con precios en constante aumento y, con todas sus prestaciones los empleados de cuello blanco (en empresas, bancos, etc.).
Millones de jóvenes –dicen que siete– sin acceso a ningún nivel de educación pública ni trabajos y los que están en una plaza no reciben salarios, pues están a expensas de las propinas, en las gasolineras, por ejemplo. O los empacadores en los supermercados, etc. Por donde se vea hay problemas en el campo, abandonado a su suerte; reducción de inversiones en la industria, la minería, la agricultura, la pesca y así sucesivamente. Estamos como en 1810 y 1910, ya que los problemas sociales aumentan y el calderonismo no da respuestas ni soluciones. Y si las revueltas, al menos, se van gestando en ese caldo de cultivo, entonces la Nación con sus 100 millones (los otros 10 millones son los afortunados) presenta síntomas de rebelión. Y no es que la historia se repita. La actual es otra historia por darse y escribirse.
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