Al diálogo: ¿para qué?

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

En política, nada mejor que una nueva oportunidad, aunque lo difícil sea olvidar lo que quedó atrás. Es el cuento del gato escaldado, por eso la desconfianza y el recelo a las ofertas provenientes de dos de los tres Poderes de la República. Está la sociedad ante una nueva oferta de diálogo, es momento de que se pregunte y pregunte a los convocantes si ya están de acuerdo sobre la agenda que van a discutir: participantes y temas. Es lo primero que han de dar a conocer, para que se les empiece a tomar en serio.

Recapitulemos. Los presidentes del Congreso, el diputado Jorge Carlos Ramírez Marín y el senador Manlio Fabio Beltrones, convocan a un nuevo diálogo. Quien de inmediato acepta es Felipe Calderón Hinojosa, presidente de la República. El titular de la SCJN no ha dicho esta boca es mía, cuando la primera condición para que la transición se reinicie es que se requiere en este esfuerzo la participación de los tres Poderes, porque la reforma a la que se aspira ha de ser integral y total; es decir, pensar que el impasse de la transición sólo es responsabilidad del Ejecutivo y el Legislativo, es un error. Las funciones del Poder Judicial de la Federación son absoluta y eminentemente políticas. Una administración de justicia aséptica y estrictamente jurídica y judicial no existe en ningún país del mundo. Poner orden, evitar desmanes y dar seguridad a la persona, a los bienes y a los servicios, dar a cada quien lo suyo, son tareas de índole política, lo demás es el adorno.

Los participantes, entonces, son los tres Poderes. El Judicial no puede eludir su responsabilidad como lo ha hecho hasta ahora, escondido en su perniciosa endogamia. Lo dejó claro Jorge Carlos Ramírez Marín, aunque omitió a uno de los destinatarios cuando pidió al presidente Felipe Calderón “diálogo para avanzar y capacidad para escucharnos entre todos”, porque “este es el momento de elevar la mira, de demostrar altura y de pensar más allá de procesos electorales y de tiempo de elecciones”.

Si no coinciden en que son los tres Poderes los corresponsables de la situación en que han colocado al país, y los responsables de establecer una agenda para concluir una transición atorada, convertida en alternancia, nada podrá hacerse para sacarnos del marasmo.

Para enmarcar la manera en que ha de elegirse esa agenda para el diálogo, es oportuno y prudente retomar lo señalado por el senador Beltrones: “… las tareas de construcción de una patria libre y feliz no están concluidas. Hoy, tras 200 años de historia, los nuevos olvidados empuñan una espada de apatía e indiferencia a las convocatorias ante la falta de empleo, la delincuencia y la pobreza”; aquí haría una paráfrasis: ¿Así queremos ser escuchados? Debemos saber, como lo saben los mexicanos de a pie, que no hay futuro mejor si no es compartido en sus resultados.

Hay un problema adicional: escasez de tiempo, porque los peligros reales o ficticios no hubieran obligado a establecer un militarizado control del llenado de la plancha del zócalo como lo hicieron el 15 de septiembre durante el día, para respirar tranquilos durante el festejo nocturno. Por ello “la inaplazable tarea de nuestra generación consiste en reordenar y redefinir el rumbo de la nación a partir de la plena aceptación de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que queremos ser. Decididos esfuerzos en esa dirección ya los está haciendo el actual gobierno. Es menester reconocerlo”, puntualizó Manlio Fabio Beltrones.

Definido el número de los Poderes participantes, lo que corresponde es establecer un diagnóstico certero, porque de lo contrario sólo se pospondrán las soluciones y se incubará el huevo de la serpiente, de idéntica manera a como se aprecia en la película de Ingmar Bergman. Si no coinciden en que los males de esta nación proceden de un presidencialismo abusivo y acumulador de poderes metaconstitucionales, cuyo culmen se vivió durante el desarrollo estabilizador, y su declive se inicia en 1968 y concluye con la alternancia, la agenda que se establezca será equivocada; así, las soluciones propuestas únicamente funcionarán como analgésicos ante males mayores, crecerá el número de víctimas de la mal llamada guerra contra el narcotráfico, la inseguridad pública manifiesta en secuestros, trata de personas, desaparecidos y ejecuciones masivas como la ocurrida en San Fernando, Tamaulipas; se multiplicarán los desempleados, el número de mexicanos en situación de pobreza extrema y de pobreza alimentaria, y la administración de justicia se despeñará más en el desprestigio que ya la consume.

Apunta este enorme detalle el senador Beltrones: “No obstante, en esta conmemoración tenemos la obligación de llevar a cabo una autocrítica y una serena reflexión sobre los millones de mexicanos que carecen en efectivo del cumplimiento a sus derechos sociales… Retomemos el escepticismo constructivo del patriotismo criollo inspirador de la rebelión popular. Recordemos que desde entonces, somos una nación fragmentada por la desigualdad que busca reconciliarse consigo misma y con su historia”.

Establecido el diagnóstico, corresponde definir los temas de la agenda y los tiempos imprescriptibles en los que ésta ha de desahogarse, so pena de que al atorarse, México se reinstalará en el riesgo real de la violencia sin control.

El primer punto de la agenda debe ser evitar las confusiones, porque si insisten en vender a la sociedad el cuento de que una reforma política es sólo una reforma electoral, los representantes de los tres Poderes de la Unión caerán en el mismo error que incurrieron los connotados miembros de la clase ociosa, como oportunamente lo señaló Carlos Monsiváis: continuarán creyendo que lo grandote sustituye a lo grandioso.

El último 16 de septiembre pareció quedar establecido el qué hacer: “La sociedad nos exige sentar las bases de un nuevo acuerdo nacional para hacer efectivos los derechos sociales para todos los mexicanos. Nadie es propietario de la verdad, pero menos los que sólo monologan, ajenos a las dolorosas circunstancias que vivimos… Es nuestra obligación dejar atrás cualquier confrontación de grupo para impulsar acuerdos políticos y sociales que logren inaugurar un nuevo eje articulador que nos lleve a los cambios que resultan impostergables… El diálogo entre los poderes públicos es una gran oportunidad para superar la profunda brecha que hay entre el México real y el México ideal, entre el México bárbaro y el México moderno, entre la dura realidad de la desigualdad y la impunidad, y lo que establecen nuestras leyes”.

En la agenda, entonces, queda sólo otro punto a solucionar: una reforma política profunda para sustituir al disminuido presidencialismo mexicano, lo que requiere no de uno sino de muchos Adolfo Suárez, por dejar establecida una analogía del corte y del estilo de funcionarios públicos, de políticos que son necesarios para recuperar el optimismo y la confianza.

A la sociedad, a los analistas, a los estudiosos del quehacer político les ha de quedar claro que quienes trabajan en estas lides no son precisamente hermanas de la caridad, sino hombres tras el poder. Curiosamente, mientras el Ejército desfilaba y nos informaban de la existencia de 47 mil efectivos de la Policía Federal, modernamente equipados para detectar y sofocar cualquier susto, encontré en mi lectura la siguiente reflexión:

“… había aprendido con los años que el auténtico poder no es algo que pueda conquistarse teniendo el ejército más poderoso o las armas más mortíferas; el poder, según le había enseñado la experiencia, nunca es una cuestión de fuerza física ni de dinero en un banco seguro y menos aún de mero juego de influencias. Todo eso podía ayudar a mantener el control, pero que el poder real, el poder verdadero, el único poder efectivo era patrimonio exclusivo de aquellos que fueran capaces de anticiparse a los hechos”.

Hoy, en este momento y por lo que queda del sexenio, los representantes de los tres Poderes tienen en sus manos el destino de México. Veremos qué son capaces de hacer con tamaña responsabilidad.

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