Al mismo tiempo que amanecía en la Cuna de la Independencia Nacional, ante una plaza semivacía y sin librarse de las rechiflas, el presidente Felipe Calderón repitió las palabras que el cura Miguel Hidalgo y Costilla pronunció al anunciar el inicio del movimiento que culminó en la Independencia de México.
“¡Uleeeero…uleeeero!”, se escuchó entre el público impaciente, entre los que había muchos desvelados que durmieron en la misma plaza, minutos antes de la ceremonia que encabezó Calderón con su esposa Margarita Zavala y sus hijos en los escalones de la Parroquia de Dolores.
Un par de horas antes, en la misma plaza había concluido el baile con la Banda del Recodo y la Sonora Santanera, en un esfuerzo por mantener a la multitud reunida –y despierta- para el acto oficial.
Del otro lado de Calderón estuvieron el gobernador Juan Manuel Oliva; el senador priísta Francisco Arroyo Vieyra; el presidente de la Suprema Corte, Guillermo Ortiz Mayagoitia; el presidente de la mesa directiva de la Cámara federal ,Jorge Carlos Ramírez, así como los secretarios de Gobernación, Francisco Blake Mora y de Educación, Alonso Lujambio.
“Llegó el momento de nuestra emancipación, ha sonado la hora de nuestra libertad, y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos…pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los hombres que se precian de ser libres…los invito a cumplir este deber, de suerte que sin patria ni libertad, estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad”, leyó Calderón, al repetir las palabras de Hidalgo dichas hace 200 años según la versión de Pedro García, contemporáneo del prócer.
Y continuó: “Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis, y comenzar por algo que ha sido necesario, la causa es santa y Dios la protegerá…Viva pues la virgen de Guadalupe, viva la América por la cual vamos a combatir...”.
Frente a Calderón, por cierto, fueron acomodados en la primera fila de invitados del sector oficial los obispos de las diócesis de Celaya, Benjamín Castillo, y de Irapuato, José de Jesús Martínez Cepeda.
Después de esta lectura, el presidente vitoreó a los héroes, a algunos de los cuales agrupó de tres en tres en esta arenga:
“¡Vivan los héroes que nos dieron patria y libertad, viva Hidalgo, viva Morelos, viva Allende, viva Josefa Ortiz de Domínguez, vivan Aldama, Bravo y Matamoros, vivan Abasolo, Galeana y Jiménez; vivan Moreno, Mina y Rosales; vivan Vicente Guerrero, Leona Vicario y Guadalupe Victoria; vivan todos los héroes de la Independencia, viva la Independencia nacional, viva el bicentenario de la Independencia, viva el centenario de la revolución, viva México!”.
La gente que apenas ocupó una parte de la plaza logró responder, pero su entusiasmo fue más evidente cuando de entre ellos surgieron los gritos de “¡Viva Dolores Hidalgo!” y cuando comenzaron a corear las canciones de José Alfredo Jiménez, el compositor nacido en esta ciudad.
Mientras tanto, rodeado de funcionarios del gobierno estatal que fueron acomodados en el atrio de la parroquia y otros invitados, Felipe Calderón saludó a un contingente de niños de preescolar vestidos con faldas, rebozos, huaraches, sombreros y gabanes, que fueron acomodados en medio del atrio para que agitaran la paloma de hule espuma que sostenían en la mano.
Inmediatamente después de la arenga, ya con la luz del día sobre esta plaza, de entre la multitud surgieron otros gritos, los gritos de la realidad: “¡Viva el Chapo!”, “¡Muera el mal gobierno!”.
En cuanto el presidente terminó de saludar a su paso rumbo a los vehículos que lo esperaban para trasladarlo al helicóptero en el que volvió de inmediato a la Ciudad de México, los dolorenses y funcionarios se retiraron de la plaza.
Atrás quedaron las calles desiertas.
“¡Uleeeero…uleeeero!”, se escuchó entre el público impaciente, entre los que había muchos desvelados que durmieron en la misma plaza, minutos antes de la ceremonia que encabezó Calderón con su esposa Margarita Zavala y sus hijos en los escalones de la Parroquia de Dolores.
Un par de horas antes, en la misma plaza había concluido el baile con la Banda del Recodo y la Sonora Santanera, en un esfuerzo por mantener a la multitud reunida –y despierta- para el acto oficial.
Del otro lado de Calderón estuvieron el gobernador Juan Manuel Oliva; el senador priísta Francisco Arroyo Vieyra; el presidente de la Suprema Corte, Guillermo Ortiz Mayagoitia; el presidente de la mesa directiva de la Cámara federal ,Jorge Carlos Ramírez, así como los secretarios de Gobernación, Francisco Blake Mora y de Educación, Alonso Lujambio.
“Llegó el momento de nuestra emancipación, ha sonado la hora de nuestra libertad, y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos…pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los hombres que se precian de ser libres…los invito a cumplir este deber, de suerte que sin patria ni libertad, estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad”, leyó Calderón, al repetir las palabras de Hidalgo dichas hace 200 años según la versión de Pedro García, contemporáneo del prócer.
Y continuó: “Preciso ha sido dar el paso que ya sabéis, y comenzar por algo que ha sido necesario, la causa es santa y Dios la protegerá…Viva pues la virgen de Guadalupe, viva la América por la cual vamos a combatir...”.
Frente a Calderón, por cierto, fueron acomodados en la primera fila de invitados del sector oficial los obispos de las diócesis de Celaya, Benjamín Castillo, y de Irapuato, José de Jesús Martínez Cepeda.
Después de esta lectura, el presidente vitoreó a los héroes, a algunos de los cuales agrupó de tres en tres en esta arenga:
“¡Vivan los héroes que nos dieron patria y libertad, viva Hidalgo, viva Morelos, viva Allende, viva Josefa Ortiz de Domínguez, vivan Aldama, Bravo y Matamoros, vivan Abasolo, Galeana y Jiménez; vivan Moreno, Mina y Rosales; vivan Vicente Guerrero, Leona Vicario y Guadalupe Victoria; vivan todos los héroes de la Independencia, viva la Independencia nacional, viva el bicentenario de la Independencia, viva el centenario de la revolución, viva México!”.
La gente que apenas ocupó una parte de la plaza logró responder, pero su entusiasmo fue más evidente cuando de entre ellos surgieron los gritos de “¡Viva Dolores Hidalgo!” y cuando comenzaron a corear las canciones de José Alfredo Jiménez, el compositor nacido en esta ciudad.
Mientras tanto, rodeado de funcionarios del gobierno estatal que fueron acomodados en el atrio de la parroquia y otros invitados, Felipe Calderón saludó a un contingente de niños de preescolar vestidos con faldas, rebozos, huaraches, sombreros y gabanes, que fueron acomodados en medio del atrio para que agitaran la paloma de hule espuma que sostenían en la mano.
Inmediatamente después de la arenga, ya con la luz del día sobre esta plaza, de entre la multitud surgieron otros gritos, los gritos de la realidad: “¡Viva el Chapo!”, “¡Muera el mal gobierno!”.
En cuanto el presidente terminó de saludar a su paso rumbo a los vehículos que lo esperaban para trasladarlo al helicóptero en el que volvió de inmediato a la Ciudad de México, los dolorenses y funcionarios se retiraron de la plaza.
Atrás quedaron las calles desiertas.
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