Secuestrar periodistas equivale al suicidio

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Desconozco la idea que de la prensa tienen los barones de la droga mexicanos y el secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna, pero sí estoy seguro que ninguno de ellos desea enemistarse con la única ventana que tienen ante la sociedad. Por el contrario, tengo la certeza de que saben qué es el poder, cómo se acumula y para qué sirve.

Si estamos de acuerdo en lo anterior, la reflexión en torno al secuestro de cuatro periodistas, con el supuesto propósito de obligar a la prensa a difundir mensajes de la delincuencia organizada, puede resultar más fácil y menos controvertido, porque también se ha de aceptar que los criminales, los auténticos capo di tutti capi no están preocupados ni angustiados por obtener la aprobación social. Lo que buscan, lo que necesitan son funcionarios corrompibles, “pusher’s” y adictos de sus productos, porque lo demás les llegará de manera automática en la medida en que benefician a las comunidades en las que se mueven, y a los estratos sociales que necesitan para su protección. Recordemos la estrategia de Pablo Escobar Gaviria y Rafael Caro Quintero.

No sé de dónde sacó Genaro García Luna -es posible, pero no probable, que de Lizeth Parra- la peregrina idea de que es Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, quien está detrás del secuestro de esos cuatro periodistas. Recordemos los hechos históricos: “El Chapo” es acusado de ejecutar al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo. “El Chapo” tiene la protección, la habilidad y el poder de convencimiento suficiente para llegarse hasta la nunciatura apostólica, imponer su opinión a Girolamo Prigione en una de dos versiones: a) que mató al cardenal porque era necesario, y para obtener el perdón de la Santa Sede, que no de la Madre Iglesia, le entregó el desaparecido portafolios, y b) no es el responsable de dicha ejecución.

Es tal el poder de Joaquín “El Chapo” Guzmán, que de acuerdo a la información nunca desmentida, Prigione intervino ante el presidente de la República, Carlos Salinas, para que éste recibiera al -desde entonces enemigo público número uno- temible y poderoso narcotraficante. ¿De qué conversaron? ¿Por qué no fue detenido? El impoluto Jorge Carpizo parece ser copartícipe de ese secreto.

Años después, “El Chapo” es detenido y enviado a Puente Grande, de donde se escapa. Hoy, si ha de hacerse caso a la leyenda urbana, todo mundo conoce de los territorios donde se mueve, pero nadie es capaz de encontrarlo, porque Joaquín Guzmán Loera es un hombre de poder con enorme fortuna; porque es un nombre en la lista de Forbes. Pensar, creer, aceptar que está necesitado o urgido del apoyo de los medios, es como creer que está absolutamente necesitado de casas de inversión o banqueros que laven sus enormes ganancias. Con toda seguridad, los albos dueños de las corredurías bursátiles y los propietarios de los bancos se disputan la posibilidad de servir en la intermediación de sus inversiones y blanqueado de dólares.

Es cierto -no dudo de ello- que los periodistas fueron secuestrados, pero no por quienes las autoridades dicen que los privaron de su libertad, y tampoco por las razones esgrimidas como argumento con el propósito de intervenir la información para que los medios, como uno solo, dejen de analizar los resultados de la lucha gubernamental contra la delincuencia organizada, que guarden silencio, que las pantallas se vayan a negros, que los micrófonos enmudezcan, que las computadoras queden cargadas del virus de la censura, porque este gobierno desea proceder saltándose uno de los preceptos que dice respetar a rajatabla: la rendición de cuentas.

En cuanto releo la conferencia de prensa de Genaro García Luna del sábado 31 de julio; en cuanto recuerdo el arbitrario tutelaje informativo e ideológico a que lo tiene sometido Lizeth Parra, y también en cuanto recuerdo que la censura no ha desaparecido, no hago sino fortalecerme con lo escrito por Javier Marías:

“No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento…

“Callar, callar, es la gran aspiración que nadie cumple ni aún después de muerto, y yo el que menos, que he contado a menudo y además por escrito en informes, y aún más miro y escucho, aunque casi nunca pregunte ya nada a cambio…

“Calla, calla y no digas nada, ni siquiera para salvarte. Guarda la lengua, escóndela, trágala aunque te ahogue, como si te la hubiera comido el gato. Calla, y entonces sálvate…”

Si Genaro García Luna se hubiese abierto el tiempo necesario para leer Fiebre y lanza, con toda certeza no habría cometido la pifia de convertir en actriz de su propio drama a Florence Cassez, tampoco hubiera adquirido el compromiso de que si el Ejército dejaba de patrullar las calles de Ciudad Juárez habría zurcido el tejido social, y mucho menos hubiera inventado la improbable versión de que es “El Chapo” quien secuestra periodistas, para imponer en los medios su mensaje a la sociedad.

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