Lejos de dañar al narco

Jorge Alejandro Medellín / De orden superior

El operativo militar para intentar la captura del narcotraficante Ignacio “Nacho” Coronel Villarreal, fue un éxito y un golpe mediático para el gobierno de Felipe Calderón.

Se planeó con puntilloso detalle para que el circulo de seguridad de Nacho Coronel, tercer hombre en importancia en el cartel de Sinaloa y a la vez capo en ascenso en la estructura de la organización, creyera que le intenso movimiento militar en la zona de Zapopan se debía a la presencia de Estado Mayor Presidencial y no a los preparativos para detenerlo.

El jueves, día de la intervención militar, el presidente Felipe Calderón inauguraría por la noche el nuevo estadio de la Chivas. El despliegue militar en el municipio de Zapopan parecía a todas luces normal. Incluso los contactos de Coronel en las policías municipal y estatal y hasta en la Base Aérea de Zapopan le indicaron que el ir y venir de tropas era por la presencia del mandatario y cientos de invitados más.

Pero el operativo ya estaba en marcha y el convoy con 160 militares bajaba por la avenida Patria hacia Colinas de San Javier para sitiar los puntos de acceso y posible escape de Coronel Villarreal. Mientras esto ocurría, militares de civil ya habían instalado equipos israelíes y norteamericanos para anular señales de telefonía celular y de radiocomunicación y comenzaban a cortar la luz en las calles aledañas a la casa de Paseo de los Parques, en donde se escondía el capo.

Después, el núcleo de la operación duró no más de 20 minutos. Curiosamente la Sedena habla de disparos, de fuego entre militares e Ignacio Coronel quien intentó escapar y dio muerte e un Teniente que encabezaba el primer grupo de asalto a la casa.

Vecinos del lugar aseguran que no hubo tiros, aunque sí mucho movimiento de tropas en varias casas de la zona. Curiosamente el operativo del Ejército tuvo aspectos similares al de la Marina en Cuernavaca, en diciembre de 2009, cuando Fuerzas Especiales de la Armada intentaron capturar a Arturo Beltrán Leyva, “El Barbas”, y terminaron acribillándolo en la estancia de su departamento.

Algo muy parecido ocurrió con Ignacio Coronel, aunque con diferencia que hacen más llamativa la acción militar. Arturo Beltrán tuvo siempre con él a un numerosos gripo de sicarios fuertemente armados, que incluso usaron lanzagranadas de 40 milímetros para responder a la embestida naval.

Ignacio Coronel estaba acompañado únicamente por Irán Quiñónez, el escolta que usaba como única protección y con el que, de acuerdo con el Ejército, se manejaba con muy bajo perfil. La Sedena afirma que Ignacio Coronel abatió a un militar usando una pistola, pese a que en el casa se aseguraron varios rifles de asalto abastecidos y varias armas automáticas.

El cuerpo de Coronel quedó en la estancia de la casa, sobre un charco de sangre y cubierto con una manta o plástico azul. Su rostro nunca aparece en la única foto que circuló sólo unas horas en el sitio blogdelnarco.com.

Ambos capos de primerísimo nivel fueron abatidos por la Marina (Beltrán Leyva) y por el Ejército (Ignacio Coronel) en operativos que más bien han tenido tola la pinta de sendos mensajes de fuerza hacia los cárteles de la droga y sus jefes, para que quede constancia de que navales y militares saben cómo hacerlo, saben llegar al objetivo y eliminarlo sin importar quién sea.

La pregunta inevitable es ¿por qué hasta ahora si, en el caso de Arturo Beltrán, se sabía que había elegido desde hace cinco años la ciudad de Cuernavaca como centro de operaciones, con un condominio localizado a unas calles de la Zona Militar?

Y en el caso de Ignacio Coronel, el capo vivió a finales de los noventa en una casa ubicada en la exclusiva zona de Puerta de Hierro, más cercana a la Base Aérea de Zapopan, de donde se cambió a Durango tras la captura de cuatro integrantes de los Beltrán que se la acababan de unir.

Luego regresó esporádicamente hasta que se estableció en Colinas de San Javier, a unos kilómetros de Puerta de Hierro.

Pese a su contundencia, espectacularidad y oportunidad, el operativo en el que cayó Coronel Villarreal no va a desmoronar ni mucho menos al cartel de Sinaloa. Obligará a una urgente y profunda recomposición debido a la cantidad y calidad de información que le fue asegurada en una laptop, y encarnizará la lucha regional entre sicarios de otros grupos para hacerse de espacios que controlaba el capo. Nada más.

Los verdaderos golpes fatales contra el narco interviniendo cuentas bancarias, empresas, casas de bolsa, grupos y facciones políticas, relaciones dentro y fuera del país, no han llegado.

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