La pobreza: ¿causa o consecuencia del narco?

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Sólo conocí a una familia que padeciera hambre: la de mi padre, que recién terminada la lucha armada llegó a instalarse a la colonia Guerrero, del Distrito Federal, desde San Francisco, Estado de México. Primero en las vecindades aledañas a las vías y bajo el puente de Nonoalco, luego a la calle de Mosqueta; de ahí, a conquistar una moderada independencia económica.

Fue más tarde cuando me enteré de la verdadera hambre de mi padre, a través de las cartas que él dirigió al doctor Mariano Azuela y que su hijo Antonio me facilitó hace cuatro años y a instancias de su sobrino Mariano Azuela Güitrón.

Cuenta mi padre, quien se fue a España con una mano adelante y otra atrás, que sus primeros meses en Madrid fueron malos, pésimos, y que en sus acostumbrados paseos por las calles de esa ciudad solía pararse en los aparadores de las pastelerías para soñar despierto que saciaba su hambre y hasta pasteles comía.

Triunfó y nos educó a siete hermanos, lo que a mi me ha permitido ser testigo de las necesidades primarias de otros, de los estragos causados en el cuerpo humano y en la sociedad por el hambre, y de la urgencia de saciar ese vacío en el estómago causado por la pobreza alimentaria.

He visto cómo niños muy pequeños pelean con los zopilotes por la comida podrida que encuentran en los tiraderos de basura; en Ciudad Altamirano, Guerrero, hube de caminar entre inmundicias para atestiguar que los desayunos escolares eran echados a la basura sin siquiera haber sido abiertos; nunca pude saber si se debía a que no eran entregados a los niños, o porque llegaban caducados a su destino.

Hoy, Lilia Alcántara, de El Universal, da cuenta de que cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) registran 14 millones 900 mil jóvenes pobres en todo el país, la mitad de la población juvenil total que hay en México. Abunda la reportera y nos informa: “Organismos nacionales, internacionales y expertos advierten que los jóvenes que viven en situaciones de marginalidad y de falta de recursos, en su vida adulta reproducen la misma situación de pobreza, generando un círculo del cual es difícil salir”.

En medio del combate a la delincuencia organizada en que hoy se encuentra la nación, también asediada por el desempleo y ante la imposibilidad de huir a Estados Unidos para buscar un salario decoroso en trabajos a veces humillantes, debido a las políticas antimexicanas promovidas por un racismo fomentado por razones electorales, los jóvenes de este lado no se sentarán a esperar bendiciones ni el resultado de las políticas públicas de empleo, porque el mundo en el que viven, el ámbito en el que se mueven les meten por los ojos y los oídos el sinnúmero de satisfactores que los hedonistas de la publicidad ponen al alcance de todo ensueño juvenil.

Motiva la lectura de su nota la reportera Alcántara, quien nos cuenta que “en un informe sobre la situación de los jóvenes en México, el Consejo Nacional de la Población (Conapo) señala que uno de cada cinco jóvenes tiene problemas para satisfacer sus necesidades de salud y educación. Alerta que esta situación de marginación tiende a reproducirse en las siguientes generaciones, ya que al llegar a la edad productiva la persona carece de vínculos con el mercado de trabajo, lo cual dificulta la generación de recursos para sobrevivir”.

Nos informa también que un reporte de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) menciona que la vulnerabilidad social se agrava por la atracción que representa ingresar a la delincuencia, y que Marisa Delgado, investigadora de la UNAM, se queja de que la falta de una política de Estado propicie un elevado nivel de desencanto y desorientación entre los jóvenes.

De allí que sea tan fácil encontrar sicarios, o pushers, u observadores, pájaros en los alambres, para avisar de los movimientos de la policía. Mientras el hambre presione las decisiones de los jóvenes, éstos tomarán el camino equivocado y, en su ansia de tenerlo todo aunque sea por unos días, semanas o meses, se sumarán a los cárteles que puedan saciar las más elementales de sus necesidades; lo harán con la complicidad de todos sus familiares, pues a sus miembros llegará el beneficio de ese dinero negro.

Una larga, extensa cita de Roberto Saviano, para facilitarnos la comprensión de la conducta de nuestros propios adolescentes y la de las consecuencias de esta política económica: “Ser el centro de toda acción, el centro del poder. Usarlo todo como medio y a sí mismos como fin. Los que dicen que es amoral, que no puede haber vida sin ética, que la economía posee límites y reglas que hay que seguir, son solo los que no han conseguido mandar, los que han sido derrotados por el mercado. La ética es el límite del perdedor, la protección del derrotado, la justificación moral para aquellos que no han conseguido jugárselo todo y ganarlo todo. La ley tiene sus códigos establecidos, pero la justicia es harina de otro costal. La justicia es un principio abstracto que afecta a todos, que permite, según cómo se interprete, absolver o condenar a todo ser humano: culpables los ministros, culpables los papas, culpables los santos y los herejes… Culpables todos ante el tribunal universal de la moral histórica y absueltos por el de la necesidad… El resto no es más que religión y confesionario. El imperativo económico está modelado por esta lógica. No son los camorristas (léase delincuencia organizada) los que persiguen los negocios, son los negocios los que persiguen a los camorristas. La lógica del empresariado criminal, el pensamiento de los ‘boss’ coincide con el neoliberalismo más radical…

“… Esta conciencia de samuráis liberales, los cuales saben que tener el poder, el absoluto, exige un pago, la encontré sintetizada en una carta de un chaval encerrado en un correccional de menores, una carta que entregó a un sacerdote y que fue leída durante un simposio. Todavía me acuerdo de lo que decía. De memoria:

'Todos los que conozco o han muerto o están en la cárcel. Yo quiero ser un “boss”. Quiero tener supermercados, tiendas, fábricas, quiero tener mujeres. Quiero tres coches, quiero que cuando entro en una tienda se me respete, quiero tener almacenes en todo el mundo. Y después quiero morir. Pero como muere un “boss” auténtico, uno que manda de verdad. Quiero que me maten'.

Creo que está claro. El modelo de desarrollo económico echa en brazos de los barones de la droga lo mejor de nuestra juventud; este saldo no se debe cargar a la cuenta de la guerra contra la delincuencia organizada, sino a la ineficacia de nuestros gobiernos y sus políticas públicas.

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