Carlos Pascual sí sabe lo que nos espera

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

La realidad indica que los políticos mexicanos tienen un profundo hueco en su formación cultural. Poco o nada conocen de la alteridad, lo que significa y para qué sirve. Es natural que desconozcan o desprecien ese instrumento de conocimiento de uno mismo, de la percepción que de México y lo mexicano tienen fuera de la nación. No todo puede reducirse a El laberinto de la soledad, porque ese conocimiento de nuestro interior ha sido superado. Los paisanos dejaron de ser como los retrató Ismael Rodríguez en la época de oro del cine mexicano.

No sucede lo mismo con la idea que de México y los mexicanos tienen en Estados Unidos, porque a eso se dedican sus departamentos de estudios mexicanos de diversas universidades estadounidenses, y en ello invierten los centros de inteligencia que deben, por fuerza de ley y de supervivencia, tomar decisiones sobre el vecino del sur.

No debe extrañarnos entonces que el representante de la Casa Blanca en México, Carlos Pascual, sostenga que a esta aterida nación le tomará una década mejorar a las policías de todo tipo que aquí operan, para que su conocimiento de los seres humanos les permitan un eficiente combate al crimen organizado.

Carlos Pascual sabe perfectamente donde deslenguarse, como lo hizo al participar en la Conferencia sobre Seguridad Fronteriza, en El Paso, Texas, donde sostuvo que el gran reto para México es “forjar instituciones como la policía federal y la estatal, así como un núcleo de elementos fiscales y jueces entrenados para la implementación de los juicios orales, lo que tomará tiempo”. Dijo también que “el segundo pilar” de la estrategia binacional de seguridad, a través de la Iniciativa Mérida, “es la creación de capacidad institucional para sostener el imperio de la ley en México”; destacó que desde marzo 5 mil 500 funcionarios de todos los niveles de las agencias de procuración de justicia y judiciales han participado en programas de profesionalización, de un universo de 450 mil elementos.

No está mal esa información, él la tiene porque consulta y lo consultan, porque del Departamento de Estado estadounidense le tiran línea y le indican cómo ha de conducirse para lograr los objetivos esenciales que determinaron su presencia en el país: evitar que la violencia de la lucha al narco se brinque la barda metálica que todavía no terminan de construir; evitar también que el lavado de dólares alivie la economía mexicana, disminuir el ingreso de ilegales y fomentar o cabildear las reformas que a los inversionistas de su país urgen: petróleo y producción de energía eléctrica, reforma constitucional penal y cambio de modelo político.

Pero a Carlos Pascual le sucede lo que a los administradores públicos mexicanos: conoce de los problemas políticos, económicos y sociales, pero desconoce todo de los hombres que han de instrumentar su solución, la obtención de las reformas tan anheladas.

Para ello debería leer a Ronald G. Walter, en su espléndido ensayo Paraíso infernal. México y la novela inglesa moderna. Apunta el autor en el capítulo la fascinación de México: “En una tierra de pesadilla, donde 'la' no es de confiar y donde 'no', donde 'los', palabras como 'probabilidad' y 'exactitud' empiezan a disolver su utilidad… México asalta al extranjero con sus contradicciones productoras de perplejidad con lo inescrutable, con el sentido avasallador de una realidad que está más allá de las duras realidades… México -dice Graham Greene, y en esto habla por muchos- era algo que no me podía quitar de encima, como un estado de ánimo”.

Es una aproximación a la realidad del lenguaje político. Pero hay más, más allá de El laberinto de la soledad, como en los Collected Essays de K. A. Porter. Esto no varía: “Veinte manos morenas y manchadas por el trabajo se estiran hacia lo alto para tocar el cristal mágico [que cubre la imagen de Guadalupe en la colina del Tepeyac]… Veo las terribles manos de la fe, las manos crédulas y desgastadas de los fieles, las humildes e implorantes manos de millones y millones que tienen sólo el calmante de la credulidad. En mis sueños veré estas tentaleantes manos insaciables estirándose, estirándose, estirándose, con los ojos cegados a la buena tierra que debería llenarlos, y abiertos al cielo vasto y vacío.”

No puede ser otro el origen de la violencia de esta guerra: las degollinas, las ejecuciones masivas, los levantones, las narcofosas, la desaparición de los cadáveres en los socavones abandonados de las minas de carbón exhaustas, lo que no se detendrá ni en diez años si no intervienen la razón y la fe, y los prelados llaman a capítulo a los donantes de las cuantiosas narcolimosnas que facilitan su agradable vida de espaldas a los fieles.

Sí, Carlos Pascual sabe lo que dice, conoce, pero no sabe lo que le espera, porque nadie puede prever cómo reaccionarán los barones de la droga, ni siquiera pueden conocer por anticipado la reacción de los que todavía permanecen en la cárcel, pero conservan poder.

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