La FIFA exigió al gobierno exenciones de impuestos, tanto para ella como para sus empresas asociadas
Joan Canela Barrull / Diagonal
Organizaciones sudafricanas critican la enorme cantidad de dinero gastado en cumplir las exigencias de la FIFA, entre ellas la exención de impuestos para los inversores en el mundial, cuando los niveles de pobreza siguen siendo alarmantes.
La euforia y la pasión con la que los sudafricanos han recibido el Mundial en su país ha superado con creces sus esperanzas estrictamente deportivas. A pesar de que, en 80 años, es la primera vez que una selección anfitriona es eliminada en la primera ronda, la ilusión por el evento no se ha reducido y el país entero ha sido cubierto por una oleada de banderas nacionales que arropan este dividido país.
“Desgraciadamente aún necesitamos proyectos que nos hagan trabajar juntos –contaba el arzobispo y premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu– y el Mundial es una ocasión para unirnos de nuevo”. Y realmente el proyecto ha funcionado. Ver a la minoría blanca apoyar a la selección sudafricana de fútbol –en una repetición a la inversa del apoyo negro a la selección de rugby que cuenta Clint Eastwood en su Invictus– no tiene precio.
O sí. Tiene un precio estimado de 6.000 millones de euros, lo que se ha gastado el país en ponerse a punto para el Mundial. Una cifra que para muchos es desproporcionada y que tendría que haber sido invertida en otras necesidades más urgentes, como la salud, la educación o aliviar la extrema pobreza que padece el 40% de los sudafricanos.
Este debate está ahora mismo más abierto que nunca en el país y cada vez más voces se cuestionan si no se podría haber hecho un Mundial diferente. “No se puede exigir a un país en vías de desarrollo las mismas infraestructuras que a uno europeo –opina el documentalista Craig Tanner– y Sudáfrica podría haber hecho el Mundial en sus estadios preexistentes y dedicar estos fondos a necesidades más acuciantes”.
Tanner llegó a esta conclusión tras entrevistar a más de 40 sudafricanos –desde personalidades como Desmond Tutu o Dennis Brutus, hasta trabajadores de la construcción y vendedores ambulantes– para realizar su película Fahrenheit 2010, donde cuenta las esperanzas y dudas en torno al Mundial. “Me di cuenta de que la gente estaba ilusionada con el proyecto, pero también preocupada por su coste”.
La FIFA: un mal socio
Muchos sudafricanos hicieron la misma reflexión que Tanner y ahora se preguntan si la FIFA es un “socio fiable” a la hora de llegar a acuerdos. Hay que tener en cuenta que una gran parte de la factura se debe a las condiciones impuestas por el organismo internacional. Un ejemplo: el estadio Green Point de Ciudad del Cabo tuvo que ser construido de nuevo –a un coste de casi 60 millones de euros– porque la FIFA consideró que el campo que ya tenía la ciudad quedaba demasiado cerca de los barrios marginales. “Mil millones de espectadores no pueden ver pobreza a esta escala”, se escribió en uno de sus informes.
Pero la FIFA no se ha olvidado de sus cuentas de resultados y ha exigido al Gobierno sudafricano exenciones de impuestos, tanto para ella como para sus empresas asociadas. El servicio de Tasas Aduaneras calculó que sólo hasta el mes de abril el país perdió unos diez millones de euros por la importación de bienes relacionados con el Mundial libres de cargas. Los acuerdos también incluían la cesión de jets privados, limusinas, coches, chóferes, descuentos en hoteles y billetes de avión y reservas de habitaciones médicas. Toda una serie de condiciones que han provocado que este organismo haya llegado a compararse con un “poder colonial”.
¿Un Mundial neoliberal?
Para Patrick Bond, profesor de economía y director del Centro para la Sociedad Civil, el problema va incluso más allá. “Se ha asegurado que hasta un 0,5% de nuestro crecimiento en 2010 estará relacionado con el Mundial. El problema viene cuando buscas quiénes son los beneficiarios de este tipo de desarrollo”. Y es que Sudáfrica ya es, desde el año pasado, el país más desigual del planeta según el índice Gini, que calcula la distribución de la renta. En una sociedad tan dual hay que estar muy atento a la hora de saber quién sale ganando según cada enfoque del crecimiento económico. “El Mundial profundiza la inserción de Sudáfrica en el sistema globalizado, un modelo que beneficia a los más ricos y perjudica los más pobres –continua Bond– y esto sin contar con el peligro de padecer una explosión de la deuda. Se calcula que una buena parte de culpa de la actual situación griega se debe a la factura de los Juegos Olímpicos de 2004”. Y Sudáfrica ya parte con una deuda externa de 60.000 millones de euros.
De momento, la fiesta continúa. Y continuará mientras ruede el balón. Pero el 12 de julio los turistas ya habrán abandonado el país y se habrán recogido las banderas. “El peligro de frustración es elevado” reconoce Yunnus Ballim, vicerrector de la Universidad de Witts, la mayor del país. Y a mayor frustración, mayor riesgo de que se repitan hechos como las violentas explosiones xenófobas que hace dos años dejaron 62 muertos.
Espíritu combativo durante el mundial
Aunque Sudáfrica es el país más desigual del mundo, también es uno de los más combativos. Y el Mundial no ha significado, precisamente, ninguna tregua. Desde el día de la inauguración se han sucedido las manifestaciones y protestas. El Foro Antiprivatizaciones –una red de organizaciones comunitarias y sindicatos– ha liderado las marchas en contra del alto gasto que ha significado el evento. Otros colectivos también han aprovechado para hacer oír sus demandas concretas. Así, por ejemplo, los chabolistas de Abalhali baseMjondolo han edificado sus barracas justo enfrente del estadio Green Point de Ciudad del Cabo, las asociaciones de enfermos de sida se concentraron ante el consulado estadounidense en Johannesburgo para exigir a la Administración Obama que no recorte las ayudas en este capítulo y los sindicatos de la electricidad han usado la amenaza de dejar el país sin luz en pleno Mundial para asegurarse un aumento de sueldo.
Pero el hecho que quizás mejor define el espíritu reivindicativo sudafricano ha sido la huelga del personal de seguridad de cinco estadios. Contratados por la multinacional sueca Securitas con la promesa de ganar unos 150 euros cada día, se encontraron que al final se les pagaba sólo 20. El paro estalló espontáneamente durante el partido Alemania-Australia en Durban y la policía tuvo que asumir directamente las tareas de los huelguistas.
Joan Canela Barrull / Diagonal
Organizaciones sudafricanas critican la enorme cantidad de dinero gastado en cumplir las exigencias de la FIFA, entre ellas la exención de impuestos para los inversores en el mundial, cuando los niveles de pobreza siguen siendo alarmantes.
La euforia y la pasión con la que los sudafricanos han recibido el Mundial en su país ha superado con creces sus esperanzas estrictamente deportivas. A pesar de que, en 80 años, es la primera vez que una selección anfitriona es eliminada en la primera ronda, la ilusión por el evento no se ha reducido y el país entero ha sido cubierto por una oleada de banderas nacionales que arropan este dividido país.
“Desgraciadamente aún necesitamos proyectos que nos hagan trabajar juntos –contaba el arzobispo y premio Nobel de la Paz, Desmond Tutu– y el Mundial es una ocasión para unirnos de nuevo”. Y realmente el proyecto ha funcionado. Ver a la minoría blanca apoyar a la selección sudafricana de fútbol –en una repetición a la inversa del apoyo negro a la selección de rugby que cuenta Clint Eastwood en su Invictus– no tiene precio.
O sí. Tiene un precio estimado de 6.000 millones de euros, lo que se ha gastado el país en ponerse a punto para el Mundial. Una cifra que para muchos es desproporcionada y que tendría que haber sido invertida en otras necesidades más urgentes, como la salud, la educación o aliviar la extrema pobreza que padece el 40% de los sudafricanos.
Este debate está ahora mismo más abierto que nunca en el país y cada vez más voces se cuestionan si no se podría haber hecho un Mundial diferente. “No se puede exigir a un país en vías de desarrollo las mismas infraestructuras que a uno europeo –opina el documentalista Craig Tanner– y Sudáfrica podría haber hecho el Mundial en sus estadios preexistentes y dedicar estos fondos a necesidades más acuciantes”.
Tanner llegó a esta conclusión tras entrevistar a más de 40 sudafricanos –desde personalidades como Desmond Tutu o Dennis Brutus, hasta trabajadores de la construcción y vendedores ambulantes– para realizar su película Fahrenheit 2010, donde cuenta las esperanzas y dudas en torno al Mundial. “Me di cuenta de que la gente estaba ilusionada con el proyecto, pero también preocupada por su coste”.
La FIFA: un mal socio
Muchos sudafricanos hicieron la misma reflexión que Tanner y ahora se preguntan si la FIFA es un “socio fiable” a la hora de llegar a acuerdos. Hay que tener en cuenta que una gran parte de la factura se debe a las condiciones impuestas por el organismo internacional. Un ejemplo: el estadio Green Point de Ciudad del Cabo tuvo que ser construido de nuevo –a un coste de casi 60 millones de euros– porque la FIFA consideró que el campo que ya tenía la ciudad quedaba demasiado cerca de los barrios marginales. “Mil millones de espectadores no pueden ver pobreza a esta escala”, se escribió en uno de sus informes.
Pero la FIFA no se ha olvidado de sus cuentas de resultados y ha exigido al Gobierno sudafricano exenciones de impuestos, tanto para ella como para sus empresas asociadas. El servicio de Tasas Aduaneras calculó que sólo hasta el mes de abril el país perdió unos diez millones de euros por la importación de bienes relacionados con el Mundial libres de cargas. Los acuerdos también incluían la cesión de jets privados, limusinas, coches, chóferes, descuentos en hoteles y billetes de avión y reservas de habitaciones médicas. Toda una serie de condiciones que han provocado que este organismo haya llegado a compararse con un “poder colonial”.
¿Un Mundial neoliberal?
Para Patrick Bond, profesor de economía y director del Centro para la Sociedad Civil, el problema va incluso más allá. “Se ha asegurado que hasta un 0,5% de nuestro crecimiento en 2010 estará relacionado con el Mundial. El problema viene cuando buscas quiénes son los beneficiarios de este tipo de desarrollo”. Y es que Sudáfrica ya es, desde el año pasado, el país más desigual del planeta según el índice Gini, que calcula la distribución de la renta. En una sociedad tan dual hay que estar muy atento a la hora de saber quién sale ganando según cada enfoque del crecimiento económico. “El Mundial profundiza la inserción de Sudáfrica en el sistema globalizado, un modelo que beneficia a los más ricos y perjudica los más pobres –continua Bond– y esto sin contar con el peligro de padecer una explosión de la deuda. Se calcula que una buena parte de culpa de la actual situación griega se debe a la factura de los Juegos Olímpicos de 2004”. Y Sudáfrica ya parte con una deuda externa de 60.000 millones de euros.
De momento, la fiesta continúa. Y continuará mientras ruede el balón. Pero el 12 de julio los turistas ya habrán abandonado el país y se habrán recogido las banderas. “El peligro de frustración es elevado” reconoce Yunnus Ballim, vicerrector de la Universidad de Witts, la mayor del país. Y a mayor frustración, mayor riesgo de que se repitan hechos como las violentas explosiones xenófobas que hace dos años dejaron 62 muertos.
Espíritu combativo durante el mundial
Aunque Sudáfrica es el país más desigual del mundo, también es uno de los más combativos. Y el Mundial no ha significado, precisamente, ninguna tregua. Desde el día de la inauguración se han sucedido las manifestaciones y protestas. El Foro Antiprivatizaciones –una red de organizaciones comunitarias y sindicatos– ha liderado las marchas en contra del alto gasto que ha significado el evento. Otros colectivos también han aprovechado para hacer oír sus demandas concretas. Así, por ejemplo, los chabolistas de Abalhali baseMjondolo han edificado sus barracas justo enfrente del estadio Green Point de Ciudad del Cabo, las asociaciones de enfermos de sida se concentraron ante el consulado estadounidense en Johannesburgo para exigir a la Administración Obama que no recorte las ayudas en este capítulo y los sindicatos de la electricidad han usado la amenaza de dejar el país sin luz en pleno Mundial para asegurarse un aumento de sueldo.
Pero el hecho que quizás mejor define el espíritu reivindicativo sudafricano ha sido la huelga del personal de seguridad de cinco estadios. Contratados por la multinacional sueca Securitas con la promesa de ganar unos 150 euros cada día, se encontraron que al final se les pagaba sólo 20. El paro estalló espontáneamente durante el partido Alemania-Australia en Durban y la policía tuvo que asumir directamente las tareas de los huelguistas.
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