Martha Anaya / Crónica de Política
Las sonrisas corrieron a cargo de Fernando Gómez Mont. Sonreía sin parar –era el único con ese talante–, reflejaba vivamente su contento. Estrechaba manos y repartía besos en plena ceremonia de relevo en Los Pinos. ¡Por fin terminaba su calvario en la Secretaría de Gobernación!, reconocía elocuentemente su lenguaje corporal.
Aceptó tranquilamente las palabras de elogio del Presidente de la República quien, según dijo, decidió aceptar su renuncia a pesar de haber sido pieza clave en un montón de cosas y del profesionalismo que caracterizó su gestión, y Gómez Mont correspondió de manera breve, amable y protocolaria.
Digamos que ambos personajes guardaron las formas en su despedida.
El sucesor en Bucareli –el cuarto titular del ramo en este sexenio–, José Francisco Blake Mora, se veía en cambio apanicado. Tenía la boca seca y a la hora de hablar tragaba saliva con dificultad (a lo mejor le apretaba el saco que apenas si pudo abotonar).
Felipe Calderón destacó de él que era un operador político “leal y eficaz” y el ex secretario general de Gobierno de Baja California le aseguró a su vez que contaría totalmente con su lealtad para con México y a su proyecto.
Quedaba claro una vez más que para Calderón lo más importante es la lealtad.
Patricia Flores, hasta ayer “la jefa”, la poderosa responsable de la Oficina de la Presidencia que coordinó gabinetes y operó un titipuchal de trabajos –desde la emergencia de la Influenza hasta los festejos del bicentenario—intentaba reflejar un “no me afecta irme”.
El pelo suelto y un traje sastre blanco con ribetes negros hablaban más del desenfado que intentaba mostrar ante el momento de su partida que de lo que realmente su renuncia significaba para ella.
Cuando se acercó a Calderón para obsequiarle un beso en la mejilla a manera de despedida, la tensión se reflejó en el rostro del Presidente. El apanicado fue él en ese instante.
Gerardo Ruiz Mateos volvía a casa. ¡Claro, dejaba de ser secretario de Economía para ocupar de nueva cuenta la jefatura de la Oficina de la Presidencia. Seguramente lo sintió como un bajón porque llegó a dar lectura a una larga lista de logros que, según él, obtuvo como desde la secretaría. Se atragantaba con los datos.
Calderón procuró darle mayor relevancia a su retorno y a lo que haría desde la Oficina de la Presidencia. Mencionó incluso que habría una reestructuración de tareas y mencionó de paso –por si aquellos ya se frotaban las manos triunfantes—que las direcciones a cargo de Alejandra Sota y Max Cortázar estarían bajo se férula.
Ruiz Mateos parecía no entender qué pasaba.
De Bruno Ferrari, nuevo secretario de Economía, poco qué decir. Tiene estampa y se plantó bien ante los micrófonos.
En realidad, lo que más destacó en este acto en Los Pinos que duró 30 minutos fueron las expresiones corporales de los involucrados: desde los que se iban, los que llegaban, hasta las del propio Presidente.
Las sonrisas corrieron a cargo de Fernando Gómez Mont. Sonreía sin parar –era el único con ese talante–, reflejaba vivamente su contento. Estrechaba manos y repartía besos en plena ceremonia de relevo en Los Pinos. ¡Por fin terminaba su calvario en la Secretaría de Gobernación!, reconocía elocuentemente su lenguaje corporal.
Aceptó tranquilamente las palabras de elogio del Presidente de la República quien, según dijo, decidió aceptar su renuncia a pesar de haber sido pieza clave en un montón de cosas y del profesionalismo que caracterizó su gestión, y Gómez Mont correspondió de manera breve, amable y protocolaria.
Digamos que ambos personajes guardaron las formas en su despedida.
El sucesor en Bucareli –el cuarto titular del ramo en este sexenio–, José Francisco Blake Mora, se veía en cambio apanicado. Tenía la boca seca y a la hora de hablar tragaba saliva con dificultad (a lo mejor le apretaba el saco que apenas si pudo abotonar).
Felipe Calderón destacó de él que era un operador político “leal y eficaz” y el ex secretario general de Gobierno de Baja California le aseguró a su vez que contaría totalmente con su lealtad para con México y a su proyecto.
Quedaba claro una vez más que para Calderón lo más importante es la lealtad.
Patricia Flores, hasta ayer “la jefa”, la poderosa responsable de la Oficina de la Presidencia que coordinó gabinetes y operó un titipuchal de trabajos –desde la emergencia de la Influenza hasta los festejos del bicentenario—intentaba reflejar un “no me afecta irme”.
El pelo suelto y un traje sastre blanco con ribetes negros hablaban más del desenfado que intentaba mostrar ante el momento de su partida que de lo que realmente su renuncia significaba para ella.
Cuando se acercó a Calderón para obsequiarle un beso en la mejilla a manera de despedida, la tensión se reflejó en el rostro del Presidente. El apanicado fue él en ese instante.
Gerardo Ruiz Mateos volvía a casa. ¡Claro, dejaba de ser secretario de Economía para ocupar de nueva cuenta la jefatura de la Oficina de la Presidencia. Seguramente lo sintió como un bajón porque llegó a dar lectura a una larga lista de logros que, según él, obtuvo como desde la secretaría. Se atragantaba con los datos.
Calderón procuró darle mayor relevancia a su retorno y a lo que haría desde la Oficina de la Presidencia. Mencionó incluso que habría una reestructuración de tareas y mencionó de paso –por si aquellos ya se frotaban las manos triunfantes—que las direcciones a cargo de Alejandra Sota y Max Cortázar estarían bajo se férula.
Ruiz Mateos parecía no entender qué pasaba.
De Bruno Ferrari, nuevo secretario de Economía, poco qué decir. Tiene estampa y se plantó bien ante los micrófonos.
En realidad, lo que más destacó en este acto en Los Pinos que duró 30 minutos fueron las expresiones corporales de los involucrados: desde los que se iban, los que llegaban, hasta las del propio Presidente.
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