Soliloquio en Los Pinos

Francisco Rodríguez / Índice Político

DESDE HACE NO pocos meses Felipe Calderón habla solamente consigo mismo. Ya nadie escucha el machacón discurso sobre su lucha contra la delincuencia, que a todos nos tiene hartos y cansados, pues no coincide con la realidad. Y excepto los interesados, tampoco ya nadie hace caso a su enésimo llamado a la unidad nacional para hacer frente al narcotráfico.

Desde el PRI y con el apoyo de todos los gobernadores, Beatriz Paredes le lanza una suerte de “¡ya basta!” de pedir a los priístas que lo apoyen y hasta que lo comprendan, cuando a cambio sólo han recibido de parte del ocupante de Los Pinos –y de su marioneta en turno al frente del PAN– toda suerte de agravios.

Andrés Manuel López Obrador, indudable fuerza política oposicionista –de no ser así, sus detractores no ocuparían tantos espacios denostándolo–, condiciona su participación en la reunión de todas las fuerzas políticas a las que convoca quien él llama “presidente espurio”, “siempre y cuando fuese para establecer un compromiso con un cambio verdadero, con modificar la política económica, con generar empleos, con atender a los jóvenes, con una coordinación entre todas las corporaciones policiacas en el combate a la delincuencia organizada y que ya no habrá más simulación ni farsa, porque sería muy malo que a estas alturas yo forme parte de esta comparsa; no vamos a caer nosotros en ninguna simulación”.

Sólo los paniaguados panistas y los interesados “Chuchos” de lo poco que ya queda del PRD secundan a Calderón, pues la idea es de Manuel Camacho y las porras a cargo de Marcelo Ebrard.

Calderón habla solo. Aunque lo haga en reiteradas “cadenas nacionales”. E igual se queda solo con su propuesta de diálogo para –ahora sí–, juntas todas las fuerzas políticas, encarar el creciente problema de la inseguridad.

Si alguien lo escucha, debería preguntar al ocupante de Los Pinos qué es lo que en realidad quiere. ¿Diálogo, discusión, polémica o debate?

Las polémicas, usted lector lo sabe, son ejercicios en las que cada parte tiene creencias que considera “suficientes” en el sentido de no pensar que aquellos que no las comparten puedan tener tan siquiera un argumento que valga la pena tener presente.

Los debates están orientados a “ganar” la polémica y “derrotar” los criterios que no se comparten. Para alcanzar ese objetivo se emplean diversas técnicas como son –entre muchas otras- las de descalificar al emisor del otro mensaje (así no se tiene necesidad de considerar seriamente sus argumentos), tergiversar lo que el otro ha afirmado y atribuirle afirmaciones que no ha hecho, movilizar las emociones del público en lugar de su raciocinio o desviar la discusión hacia otros temas.

Calderón no dialoga. Polemiza, eso sí. Las “cadenas nacionales” han sido usadas por él vociferar, rara vez para dialogar. El culto a la intransigencia, la percepción maniquea de la realidad, la pretensión de suponer que se monopoliza toda la verdad, siempre ha estado presente en los textos que el michoacano lee en el teleprompter.

No se trata de que las polémicas o debates sean innecesarios o que quienes se enfrascan, a veces pasionalmente, en ese ejercicio lo hagan siempre por motivos dudosos o cuestionables. El punto es que las polémicas, si bien sirven para contrastar criterios, resultan insuficientes e inapropiadas para la resolución de conflictos. En especial porque no constituyen mecanismos de comunicación, sino torneos de oratoria para vencer a un oponente. Su resultado es a menudo incrementar los niveles de incomunicación y rencor en lugar de reducirlos. Por lo demás, es sabido que ciertos argumentos pueden ganar no por sus propios méritos, sino por la elocuencia persuasiva del orador al aplicar las técnicas antes mencionadas.

El diálogo es otra cosa. Tiene objetivos, premisas y técnicas radicalmente diferentes a los empleados en los debates y polémicas. En estas últimas se escuchan cuidadosamente los argumentos del adversario con el objetivo de buscar sus lados débiles para luego atacarlos y salir “vencedor” ante la opinión pública. Si se encuentra un solo punto vulnerable en la exposición del oponente se cuestionan, a partir de él, todos sus argumentos. En los diálogos, por el contrario, se intenta identificar y entender cuáles son los supuestos, creencias, experiencias, percepciones y necesidades legítimas del otro para tomarlos en cuenta, o incluso aprender algo de ellos, no para “vencerlos” frente a terceros.

El diálogo entre partes en conflicto es posible cuando ellas han llegado a la conclusión de que la victoria absoluta sobre su adversario es incierta, improbable o imposible. Mientras las dos partes no están persuadidas de que el diálogo es su mejor alternativa no es factible ponerlo en marcha.

En el diálogo no se busca “vencer”, sino encontrar fórmulas pactadas para el manejo del conflicto que atiendan aquellos intereses de las partes que puedan ser considerados legítimos. Aquí “ganar” es encontrar salidas satisfactorias a las partes. La victoria es encontrar un modo en que todos ganen.

¿Qué quiere Calderón? ¿Diálogo? ¿Debate? ¿Polémica? ¿Seguir hablando solo?

Índice Flamígero: La frase es de AMLO: “¿Cuántas veces se han reunido los gobernadores, el gabinete de seguridad hasta el Consejo Coordinador Empresarial y no ha pasado nada?” Y lamentablemente nada pasará. Hasta que pase...

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