Se trata de debilitar todavía más al Estado

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

¿Dónde encontrar referentes a lo ocurrido el lunes en Tamaulipas? Es inmensa la producción literaria que habla de crímenes desde los gobiernos, para ellos y en contra de ellos: El recurso del método, La fiesta del Chivo, La sombra del caudillo, La Leona Blanca, Netchaiev ha vuelto, Sostiene Pereira, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, por mencionar algunas de las lecturas más impactantes y que mejor refieren la idiosincrasia de los hombres de poder, cualquiera que éste sea: político, económico o fáctico; sin embargo, no se ajustan a la pretensión sociológica y de desestabilización del homicidio de Rodolfo Torre Cantú.

Quizá debiéramos partir de un supuesto exagerado, posible pero no probable: el narcotráfico es un poder fáctico que tiene asiento en las negociaciones de alto nivel por mediación de testaferros, representantes supuestamente ajenos a esa descomunal fuerza que todo lo avasalla y todo lo contamina con el caudal de dólares que requiere lavar y que gustoso comparte para que las buenas conciencias, la sociedad bien intencionada olvide su origen. Recordemos la apresurada visita de los barones de la droga a la Nunciatura Apostólica recién ejecutado Juan Jesús Posadas Ocampo.

Si esta hipótesis resulta aceptable, los únicos antecedentes lógicos son los crímenes políticos cometidos por los cárteles colombianos, señaladamente el del candidato presidencial Luis Carlos Galán. Aspirar a la comprensión de lo que hoy ocurre en México exclusivamente sustentados en referentes locales, de ninguna manera permitirá analizar la ejecución tamaulipeca para encontrar la solución adecuada.

Las ejecuciones políticas que hoy sacuden la conciencia nacional nada tienen que ver con las ocurridas en la década de los noventas. Nos aproximan más a la necesidad de que los servicios de inteligencia y los sistemas de seguridad nacional autóctonos sean eficientes, pues si éstos no pueden determinar a qué aspiran los barones de la droga con la imposición de esas imágenes de terror, conjurar las consecuencias y los equívocos desenlaces será punto menos que imposible.

Asumir que la participación y asesoría de Estados Unidos en el problema colombiano eliminó el narcotráfico y disolvió a las FARC es una ingenuidad, como pensar que lo mismo sucederá gracias al Plan Mérida. Si partimos del supuesto de que el narcotráfico -en todas sus modalidades- es un negocio cuya derrama económica incide de manera decisiva en los países donde opera, pero fundamentalmente en las naciones donde se consume, los servicios de inteligencia mexicanos pudiesen determinar quiénes son los beneficiarios de ese lucrativo trasiego y por qué no desean que desaparezca.

Refiero nuevamente al informe de Fundación para la Paz y a las declaraciones de Mark Loucas, uno de sus investigadores asociados, porque el costo para México será tanto o más grave que el de la deuda externa, además de convertirse en un lastre para la promoción del desarrollo, por la imagen de inseguridad ya inocultable.

Lo grave, el riesgo, es que los cárteles escalan en violencia, y a lo que aspiran ya es que sus operativos, sus acciones produzcan efectos similares a los producidos por el terrorismo, cuyas secuelas permanecen años y años en el estado de ánimo de las sociedades a las que pretenden atemorizar para someterlas, hacerlas manejables, absolutamente sumisas.

Leo en La salamandra: “… la verdadera naturaleza del terror, tanto como arma política como en su aspecto de infección social. Como arma política es casi irresistible. Infunde miedo y duda. Destruye la confianza en los procedimientos democráticos. Inmoviliza a las fuerzas policíacas. Polariza facciones: los jóvenes contra los viejos; los que no tienen contra los que tienen; los ignorantes contra los intelectuales; los idealistas contra los pragmáticos. Como infección social es más mortífera que una plaga: justifica los remedios más viles, la suspensión de los derechos humanos, las detenciones preventivas, los castigos crueles e inusitados, el soborno, la tortura y el asesinato legal. Los hombres más morales, los gobiernos más cuerdos, no son inmunes a esta infección. La violencia engendra violencia…”

De ninguna manera son los tontos útiles los que ceden a la fuerza avasalladora del terror, al poder del dinero del narcotráfico, sólo lo hacen quienes tienen la facultad legal, el poder de determinar qué sí y qué no es posible en el territorio nacional, hoy ocupado por el miedo y también por los asesores de Estados Unidos, porque son los poderes fácticos de esa nación los que inciden en la voluntad y los operativos que determinan la presencia del narcotráfico en México.

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