Sara Lovera
A lo largo de la historia de la humanidad no hay nada que genere más adrenalina motora que un entramado de agitación y tumulto, una sacudida profunda de sentimientos, que producen el peligro o el clandestinaje.
En el amor por ejemplo, nada es más convulso que una relación prohibida, secreta, capaz de mantener la mente viva y el cuerpo en forma.
Creo que eso está tras las páginas de las novelas policíacas, de la febril incitación a recorrer un largo trayecto de obstáculos y peligros, hasta llegar a la meta.
Algunos filósofos clásicos o no tan clásicos han definido así los temblores acuciantes del poder y la fascinación por el mando, por el control de otras y otros. El poder pinta un brillo especial en los ojos, estira la piel, mantiene erguida toda la estructura ósea y la corriente sanguínea.
A quienes forman parte de la clase política esto es lo que las y los mantiene con una aparente vitalidad inquebrantable e inalterable, capaz de oscurecer cualquier revés. Vean la cara siempre brillante de Manlio Fabio Beltrones o la sonrisa fantástica del secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, quien se juega todas las cartas frente al bien peinado Enrique Peña Nieto y posa frente a las cámaras con las armas femeninas de la belleza y la buena imagen.
Así los veo en la pantalla de televisión, en el youtube, en los informes de índigo, en las líneas oscuras de un discurso y una diatriba, incluso en el formato más simple de la repetición acrítica de una declaración en una nota de cualquier reportero o reportera.
La clase política vive de sus pulsaciones. El domingo pasado analicé las fotografías de varios diarios del Distrito Federal tomadas en el momento de hacer pública la decisión de Minerva Hernández, candidata de la izquierda al gobierno de Tlaxcala, de retirarse y sumar sus votos a los de la panista Adriana Dávila. Se veían así, estrellados de un fulgor de poder los ojos de Jesús Ortega y César Nava, aliados del porvenir para las elecciones del próximo domingo 4 de julio.
Lo mismo podría decirse de otros cuantos aliancistas que tienen como último derrotero hacer caer al Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuyas fracturas se reblandecen y rearman, según el tiempo y las necesidades para mantener sus gubernaturas y eliminar a sus opositores.
Esta pulsación política les ha hecho perder todo recato, tanto como la intromisión de Felipe Calderón en las contiendas, capaz de escribir en un desplegado que quién sabe “quién inició esta guerra”, que él declaró a quienes llama enemigos de la patria.
Lo que sucede es que esta revuelta interna de adrenalina constante ha hecho a la clase política insensible y distante frente a quienes pretende mantener bajo su control y poder, además, claro, del botín conocido como presupuestos y bienes materiales y simbólicos. De lo que llaman confianza y fidelidad también llenan sus bolsillos.
Pero no tan febril como los acuerdos en lo oscurito, los abiertos y los que se siguen tejiendo en los cuartos de guerra y entre las asesorías de toda índole antes de la hora en que se abran las casillas para votar. Confían unos y otros en las acciones clandestinas de reparto de despensas, promesas y toda clase de cheques de última hora.
Las elecciones del próximo domingo -en que se repartirán 2 mil 509 cargos, 12 para encabezar gobiernos estatales y 309 para los congresos estatales- se anuncian como la antesala de “la grande” de 2012, son del todo apenas un primer escenario de esta locura por llegar a dominar donde sea, como sea, pero que sea.
Esta jornada comicial es trascendente para la clase política que cierra campañas estruendosas estos días, en que votarán el nada más y nada menos 75 % de los mexicanos que votarán en 2012, es decir 31 millones 683 mil 180 personas.
Nada los detiene. Sus pulsaciones no cesan, el momento de peligro tiene que estar entrelazado en los inconscientes porque podría haber violencia en Hidalgo, porque pueden cambiar los cálculos en Tlaxcala, porque habrá que armarse de toda clase de chapucerías en Oaxaca, porque en Sinaloa no la tienen bien contada, porque en Zacatecas los hermanos Monreal van por todo, con el PRI y no con el PT, porque habrá que rearmar y disciplinarse en Aguascalientes, lo que menos les importa son los programas y los principios.
La mitad de los votos emitidos serán de las mujeres de esos 14 estados; mujeres que están atemorizadas por el peligro de ser castigadas con cárcel si se interrumpen un embarazo y siguen esperando hospitales materno infantiles para disminuir las muertes maternas y las de sus hijos e hijas; mujeres que siguen esperando respeto a sus derechos a la hora de reclamar la llevada y traída equidad; las que se ocupan de prevenir la construcción de una escuela o el pavimento de un camino; las que acarrean el agua, pero también las que se han quedado en el camino pretendiendo un puesto, aunque sea menor, porque hace tiempo que quieren estar en esa pulsación política que podría mantenerlas erguidas y sonoras, como Elba Esther Gordillo que no parece quebrarse.
Y mientras la emoción, los acuerdos, la tensión motora del amor clandestino y peligroso se desarrolla, a pesar de las intervenciones telefónicas, las denuncias, los muertos, como los del sábado pasado en un municipio de Chiapas, se lucha. Lástima que toda esa adrenalina no se levante contra la injusticia y la desgracia.
El 4 de julio generará miles y miles de líneas ágata en los diarios impresos, millones de palabras sobre hechos fugitivos, mientras la bolsa de mantiene sin explotar y no hay nadie que verifique si algunas de las más de 15 mil escuelas en el país han recibido los recursos necesarios para al menos construir un baño para los y las futuras electoras.
Esto es la política en el México ingobernable, selvático, cruento, de hojas que se desparramen en la estulticia. Bendito 4 de julio que ya está aquí y ahora, para atemperar nuestro fracaso futbolero. Vayámonos a disfrutar un amor prohibido, un clandestinaje.
A lo largo de la historia de la humanidad no hay nada que genere más adrenalina motora que un entramado de agitación y tumulto, una sacudida profunda de sentimientos, que producen el peligro o el clandestinaje.
En el amor por ejemplo, nada es más convulso que una relación prohibida, secreta, capaz de mantener la mente viva y el cuerpo en forma.
Creo que eso está tras las páginas de las novelas policíacas, de la febril incitación a recorrer un largo trayecto de obstáculos y peligros, hasta llegar a la meta.
Algunos filósofos clásicos o no tan clásicos han definido así los temblores acuciantes del poder y la fascinación por el mando, por el control de otras y otros. El poder pinta un brillo especial en los ojos, estira la piel, mantiene erguida toda la estructura ósea y la corriente sanguínea.
A quienes forman parte de la clase política esto es lo que las y los mantiene con una aparente vitalidad inquebrantable e inalterable, capaz de oscurecer cualquier revés. Vean la cara siempre brillante de Manlio Fabio Beltrones o la sonrisa fantástica del secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, quien se juega todas las cartas frente al bien peinado Enrique Peña Nieto y posa frente a las cámaras con las armas femeninas de la belleza y la buena imagen.
Así los veo en la pantalla de televisión, en el youtube, en los informes de índigo, en las líneas oscuras de un discurso y una diatriba, incluso en el formato más simple de la repetición acrítica de una declaración en una nota de cualquier reportero o reportera.
La clase política vive de sus pulsaciones. El domingo pasado analicé las fotografías de varios diarios del Distrito Federal tomadas en el momento de hacer pública la decisión de Minerva Hernández, candidata de la izquierda al gobierno de Tlaxcala, de retirarse y sumar sus votos a los de la panista Adriana Dávila. Se veían así, estrellados de un fulgor de poder los ojos de Jesús Ortega y César Nava, aliados del porvenir para las elecciones del próximo domingo 4 de julio.
Lo mismo podría decirse de otros cuantos aliancistas que tienen como último derrotero hacer caer al Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuyas fracturas se reblandecen y rearman, según el tiempo y las necesidades para mantener sus gubernaturas y eliminar a sus opositores.
Esta pulsación política les ha hecho perder todo recato, tanto como la intromisión de Felipe Calderón en las contiendas, capaz de escribir en un desplegado que quién sabe “quién inició esta guerra”, que él declaró a quienes llama enemigos de la patria.
Lo que sucede es que esta revuelta interna de adrenalina constante ha hecho a la clase política insensible y distante frente a quienes pretende mantener bajo su control y poder, además, claro, del botín conocido como presupuestos y bienes materiales y simbólicos. De lo que llaman confianza y fidelidad también llenan sus bolsillos.
Pero no tan febril como los acuerdos en lo oscurito, los abiertos y los que se siguen tejiendo en los cuartos de guerra y entre las asesorías de toda índole antes de la hora en que se abran las casillas para votar. Confían unos y otros en las acciones clandestinas de reparto de despensas, promesas y toda clase de cheques de última hora.
Las elecciones del próximo domingo -en que se repartirán 2 mil 509 cargos, 12 para encabezar gobiernos estatales y 309 para los congresos estatales- se anuncian como la antesala de “la grande” de 2012, son del todo apenas un primer escenario de esta locura por llegar a dominar donde sea, como sea, pero que sea.
Esta jornada comicial es trascendente para la clase política que cierra campañas estruendosas estos días, en que votarán el nada más y nada menos 75 % de los mexicanos que votarán en 2012, es decir 31 millones 683 mil 180 personas.
Nada los detiene. Sus pulsaciones no cesan, el momento de peligro tiene que estar entrelazado en los inconscientes porque podría haber violencia en Hidalgo, porque pueden cambiar los cálculos en Tlaxcala, porque habrá que armarse de toda clase de chapucerías en Oaxaca, porque en Sinaloa no la tienen bien contada, porque en Zacatecas los hermanos Monreal van por todo, con el PRI y no con el PT, porque habrá que rearmar y disciplinarse en Aguascalientes, lo que menos les importa son los programas y los principios.
La mitad de los votos emitidos serán de las mujeres de esos 14 estados; mujeres que están atemorizadas por el peligro de ser castigadas con cárcel si se interrumpen un embarazo y siguen esperando hospitales materno infantiles para disminuir las muertes maternas y las de sus hijos e hijas; mujeres que siguen esperando respeto a sus derechos a la hora de reclamar la llevada y traída equidad; las que se ocupan de prevenir la construcción de una escuela o el pavimento de un camino; las que acarrean el agua, pero también las que se han quedado en el camino pretendiendo un puesto, aunque sea menor, porque hace tiempo que quieren estar en esa pulsación política que podría mantenerlas erguidas y sonoras, como Elba Esther Gordillo que no parece quebrarse.
Y mientras la emoción, los acuerdos, la tensión motora del amor clandestino y peligroso se desarrolla, a pesar de las intervenciones telefónicas, las denuncias, los muertos, como los del sábado pasado en un municipio de Chiapas, se lucha. Lástima que toda esa adrenalina no se levante contra la injusticia y la desgracia.
El 4 de julio generará miles y miles de líneas ágata en los diarios impresos, millones de palabras sobre hechos fugitivos, mientras la bolsa de mantiene sin explotar y no hay nadie que verifique si algunas de las más de 15 mil escuelas en el país han recibido los recursos necesarios para al menos construir un baño para los y las futuras electoras.
Esto es la política en el México ingobernable, selvático, cruento, de hojas que se desparramen en la estulticia. Bendito 4 de julio que ya está aquí y ahora, para atemperar nuestro fracaso futbolero. Vayámonos a disfrutar un amor prohibido, un clandestinaje.
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