PRI: Estrategia descarrilada

Jesús Cantú

La apuesta del PRI, sobre todo la de su dirigente Beatriz Paredes y la del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, era llegar a la elección presidencial de 2012 con 24 gobernadores, cuyas entidades agruparían casi dos terceras partes del padrón electoral, pero la pérdida de sus bastiones en Puebla, Oaxaca y Sinaloa acabó con esa estrategia. Ahora, aun cuando en 2011 el partido ganara las cinco gubernaturas que estarán en juego, apenas controlarían 54% del padrón electoral, el mismo porcentaje que tenía en 2006.

El éxito electoral de 2009 hizo suponer a los priistas que la estrategia de delegar el control de la elección a los gobernadores les permitiría recuperar Los Pinos en 2012. Y aun cuando lograron retener Campeche, Colima y Nuevo León y recuperaron, con el auxilio del gobernador mexiquense, Querétaro y San Luis Potosí, la derrota en Sonora fue una desafortunada consecuencia de la tragedia de la Guardería ABC.

Confiada en los resultados del año pasado, la cúpula del PRI repitió la estrategia este 2010: dejó que sus gobernadores nombraran a sus delfines y se responsabilizaran de los resultados.

Además, en las tres entidades donde los priistas no eran gobierno (Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas) el apoyo de los gobernadores vecinos fluyó con abundancia: el del Estado de México ayudó en las tres; y en el caso de Zacatecas, el apoyo provino de las autoridades de Nuevo León y Coahuila. El mecanismo priista funcionó a la perfección en esas tres entidades gobernadas por la oposición; pero falló en las que gobiernan sus correligionarios.

Así, perdieron tres y aun disputan los resultados en dos (Durango y Veracruz). En todas las entidades la dirigencia nacional dejó que los gobernadores colocaran a sus candidatos, aunque en dos (Sinaloa y Durango) esa decisión provocó rupturas y los militantes marginados lograron colarse como candidatos de la oposición. En el caso de Sinaloa ésta ganó, mientras que en Durango las autoridades electorales aún emiten el resultado final.

En Puebla y en Veracruz, las rupturas datan de hace cuatro años, mientras que en Oaxaca, aun cuando no hubo ruptura, los resentimientos intrapartidistas fueron suficientes para que el candidato de la alianza opositora venciera al del PRI.

Durante los procesos electorales hubo evidencias de que los gobernadores fueron los jefes de campaña de sus candidatos; algunos incluso emprendieron programas sociales para apoyar a sus correligionarios y toca a las autoridades electorales investigar si canalizaron recursos públicos para promover el voto.

En 2009, gracias a los apoyos de los mandatarios del PRI a sus candidatos, así como a los convenios con el duopolio televisivo, el partido tuvo un saldo electoral positivo, pero en 2010 las cosas no le resultaron. En las tres entidades que recuperaron los priistas hay 2 millones 700 mil ciudadanos empadronados, mientras que en las que perdieron hay 8 millones 400 mil. En resumen, el saldo negativo es de casi 5 millones 700 mil potenciales electores.

Sin embargo, más allá del aspecto cuantitativo, lo más grave del fracaso del PRI es que su estrategia resultó vulnerable; que la oposición encontró el antídoto para derrotar incluso a los cacicazgos que parecían más sólidos.

Los tricolores saben que en 2011 estará en juego la gubernatura del Estado de México, que representa el 12% del padrón electoral a nivel nacional. De perderla, llegarían a la elección presidencial de 2012 gobernando apenas 42% de los electores potenciales, aun cuando recuperaran Guerrero y Baja California Sur, que hoy gobierna el PRD, y mantuvieran Coahuila y Nayarit. Esa cifra estaría 19 puntos por debajo de la que tenían en 2000, cuando perdieron la Presidencia de la República.

Por más que los priistas quieran festinar el triunfo en nueve de las 12 entidades donde hubo comicios el domingo 4, en realidad fueron los perdedores, pero ello no significa que el PAN y el PRD puedan proclamarse triunfadores. Aunque las coaliciones que conformaron ganaron en tres entidades, en todos los casos fue con candidatos ajenos.

En Oaxaca, por ejemplo, Gabino Cué milita oficialmente en Convergencia y es cercano a Andrés Manuel López Obrador. En rigor, su triunfo no fortalece a la actual dirigencia perredista. En Puebla, Rafael Moreno Valle llega por el PAN, pero es evidente su cercanía con la maestra Elba Esther Gordillo, cuyo apoyo fue fundamental para que él se quedara con la gubernatura. En Sinaloa, Mario López Valdez, quien hasta hace cuatro meses militó en el PRI, superó a su contrincante con los votos cosechados en el norte del estado, donde tiene su principal fortaleza.

Los resultados del domingo 4 dejan claro que PAN y PRD pueden arrebatar la gubernatura del Estado de México al PRI en 2011, lo cual debilitaría severamente al partido de Peña Nieto. Además, ello debe obligar a los priistas a cambiar su estrategia para ganar los comicios de 2012.

Sin embargo, los dirigentes de la oposición deben estar conscientes de que no tienen la fórmula para ganar la Presidencia de la República. Más allá de sus declaraciones estridentes, es evidente que en 2012 no conformarán una alianza a nivel nacional; ni siquiera es seguro que la izquierda pueda tener una candidatura común, menos aún después del adelantado autodestape de Andrés Manuel López Obrador.

El primer gran reto que tienen el PAN y la izquierda es lograr una alianza para las elecciones de gobernador en el Estado de México. Es difícil que derroten al candidato de Peña Nieto si compiten de manera separada, especialmente si el mandatario mexiquense postula a su sucesor sin afectar la unidad de su partido.

El problema es que en esa entidad no será fácil para los panistas y perredistas lograr acuerdos, en particular porque ambos han sido primera fuerza en ese disputado territorio en diferentes elecciones y tienen candidatos con suficientes merecimientos para exigir ser los abanderados.

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