¿Podrá Calderón imponer sucesor?

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Desde marzo de 1994 ningún presidente de la República ha logrado imponer sucesor. Hay quien asegura que estoy equivocado, que el candidato de Ernesto Zedillo fue Vicente Fox. ¿Cómo comprobarlo? La considero una afirmación formulada desde el desengaño. El valedor de Carlos Salinas de Gortari supo, al momento del video destape, que él no podría nombrar candidato, ya no digamos imponerlo.

Felipe Calderón Hinojosa le ganó la partida a Vicente Fox, cuyo candidato era Santiago Creel. Es decir, el actual presidente de la República supo jugar con las reglas del juego de Acción Nacional, mismas que si se respetan como en su caso, le impedirían encapricharse con la candidatura de Ernesto Cordero, secretario de Hacienda.

El supuesto es sencillo: en los ciclos lógicos del desarrollo económico, el PIB mexicano crecerá este año y el siguiente, poco, pero pudiese significar que el espejismo de la recuperación funcionará como plataforma de lanzamiento electoral para el político, el supuesto artífice de un respiro mínimo en la economía de la clase media.

Se recurre a todo para intentarlo: lo mismo engañar con la desaparición del impuesto federal de la tenencia -que puede convertirse en impuesto local-, que el necesario repunte en renglones como la venta de automóviles e industria de la construcción. Para que el impuesto a tener y usar automóvil desaparezca, como lo ofreció durante su campaña Felipe Calderón, debe existir una negociación con las entidades federativas para, como lo hizo José Calzada Rovirosa, de un plumazo desaparecerlo.

Si se mantiene en su deseo de impulsar la candidatura presidencial de Ernesto Cordero, significa que el presidente Felipe Calderón invirtió la importancia y urgencia de los problemas que debe resolver. Estoy dispuesto a considerar como válida la hipótesis de que optó, a mitad del río, por hacer prioritaria la guerra generalizada a la delincuencia organizada por sobre el combate al desempleo y la urgente articulación y buen fin de una transición que Vicente Fox fue incapaz de llevar a buen puerto.

El caso es que, en mi opinión, los presidentes de la República adquieren tal vanidad que pierden de vista que su sucesión es más un asunto literario y humano, que uno político. El problema es muy sencillo de asimilar.

Escribe mi gurú literario: “… Quién sabe quién nos sustituye, sólo sabemos que se nos sustituye siempre, en todas las ocasiones y en todas las circunstancias y en cualquier desempeño, en el amor, la amistad, en el empleo y en la influencia, en la dominación, y en el odio que también acaba por cansarse de nosotros; en las casas en que habitamos y en las ciudades que nos consienten, en los teléfonos que nos persuaden o nos escuchan pacientes con la risa al oído o con un murmullo de asentimiento, en el juego y en el negocio, en las tiendas y en los despachos, en el paisaje infantil que creíamos sólo nuestro y en las agotadas calles de tanto ver marchitarse, en los restaurantes y en los paseos y en nuestras butacas y en nuestras sábanas, hasta que no queda olor en ellas ni ningún vestigio y se rasgan para hacer tiras o paños, y en nuestros besos se nos sustituye y se cierran al besar los ojos, en los recuerdos y en los pensamientos y en las ensoñaciones y en todas partes…”

Si el presidente de la República en funciones se mantiene consciente de que será sustituido, aunque no lo quiera, pues el tiempo constitucional así lo señala, no cambiará de proyecto de gobierno a pesar de encontrar mayores dificultades en uno que en otro. Felipe Calderón perdió de vista que para tener éxito en el combate a la delincuencia organizada y para revertir el desempleo, era y es necesario impulsar, articular y realizar la transición, pues de otra manera México continuará siendo una nación enferma, y como tal habrán de tratarla: diagnosticar, para recetar el remedio adecuado.

El problema, entonces, requiere de un médico, y éste lo tiene a la mano en la persona de José Ángel Córdova Villalobos, el único mexicano en ese nivel administrativo capaz de comprender -por el trabajo desempeñado- , pues está en posición de “ver que cada vez que los gobernados piden están expuestos, vendidos, a merced casi absoluta del que concede o niega. Y hoy los medios registran, inmortalizan incluso y a menudo el momento de mayor humildad (cuando se pide y se otorga; es el caso de la salud), o si se prefiere en el de la humillación”. Sólo hay que pasar revista a los ojos de los ateridos mexicanos que tienen miedo de morir. Imágenes que se acumulan desde la urgencia de la influenza y en cada ocasión que un desastre natural o una degollina de delincuentes hacen urgente la presencia de un médico.

Oficiar, desde el poder, una acertada sucesión presidencial, requiere “la negación de todo, de lo que haces y lo que has hecho, de lo que pretendes y pretendiste, de tus motivos y tus intenciones, de tus profesiones de fe, tus ideas, tus mayores lealtades, tus causas… Tú no sabes lo peligrosa que es la gente persuasiva, nunca te enfrentes a quienes lo sean a menos de que estés dispuesto a volverte más ruin que ellos y creas que tu imaginación, no, tu capacidad de fabulación es superior a la suya, y que tu brote de cólera se esparcirá más rápido y en la dirección correcta”, porque de otra manera se inclinará por el mimetismo, verá en su sucesor a un hijo que apenas conoce y que lo traicionará en la primera oportunidad.

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