Martha Anaya
Flotaba en el ambiente el espíritu de Martín Luis Guzmán. Voces y frases del primer libro del novelista de la Revolución, aquel que escribió en 1915: “La Querella de México”.
Lo invocó –lo trajo– hasta el patio poniente del Antiguo Palacio del Ayuntamiento, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro Robles, para recordar que un siglo después de aquellas líneas, diagnóstico y parte de la solución a nuestras penurias, siguen presentes.
Decía el novelista de la Revolución:
“No cabe duda de que el problema que no acierta a resolver, es un problema de naturaleza principalmente espiritual. Nuestro desorden económico, grande como es, no influye sino en segundo término y persistirá en tanto que nuestro ambiente espiritual no cambie. Padecemos penuria del espíritu”.
Padecemos penuria de espíritu… Narro subrayó las palabras. Miró a sus interlocutores, aquellos que al igual que la UNAM recibían la Medalla 1808. El rector no celebraba, más bien transmitía su tristeza, su desazón.
De hecho, comenzó su intervención de fondo con un lamento: México…, “no merece lo que le pasa”.
A los problemas seculares que nos han acompañado –pobreza, desigualdad, exclusión, muertes prematuras, ignorancia–, se suman hoy en día nuevos azotes, indicó, como la inseguridad, el narcotráfico, las primeras consecuencias del deterioro ambiental, las penurias de nuestros migrantes.
“Y lo que es peor a mi juicio –agregó– la falta de expectativas, el desánimo y las desavenencias entre grupos y sectores.
¡México no merece eso!”
Sus reflexiones abarcaban a nuestra clase dirigente, la de todos los sectores, la de todos los niveles:
“Falta en general –indicaría– visión de largo plazo, compromiso con el porvenir, sacrificio en lo inmediato. Bien nos haría el debate informado, las propuestas por consenso, los acuerdos alcanzados para el bien de la mayoría. La puesta en práctica de soluciones que resuelvan los problemas más urgentes y que articulen el conjunto de la sociedad en su operación”.
Su tristeza devino de pronto grito de guerra. Narro Robles demandó:
-Reconocer que para contar con verdaderos conductores del desarrollo nacional, debemos aceptar que el modelo que hemos seguido ya no sirve para atender nuestras necesidades, que hay que cambiarlo y que junto al cambio se debe pensar en grande y a largo plazo
-Que hay que renunciar a las ambiciones del poder y a los resultados de la próxima elección para fijar metas para el porvenir y medios para alcanzarlos.
-Abandonar la búsqueda de culpables en la historia para definir tareas para el futuro.
-Entender que la política no se sustituye con la obediencia y tampoco con negociaciones o con falta de articulaciones.
Narro hablaba de la mano de Martín Luis Guzmán. Diagnosticaba en nuestro tiempo, como hace 100 años, “penuria del espíritu”.
Flotaba en el ambiente el espíritu de Martín Luis Guzmán. Voces y frases del primer libro del novelista de la Revolución, aquel que escribió en 1915: “La Querella de México”.
Lo invocó –lo trajo– hasta el patio poniente del Antiguo Palacio del Ayuntamiento, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, José Narro Robles, para recordar que un siglo después de aquellas líneas, diagnóstico y parte de la solución a nuestras penurias, siguen presentes.
Decía el novelista de la Revolución:
“No cabe duda de que el problema que no acierta a resolver, es un problema de naturaleza principalmente espiritual. Nuestro desorden económico, grande como es, no influye sino en segundo término y persistirá en tanto que nuestro ambiente espiritual no cambie. Padecemos penuria del espíritu”.
Padecemos penuria de espíritu… Narro subrayó las palabras. Miró a sus interlocutores, aquellos que al igual que la UNAM recibían la Medalla 1808. El rector no celebraba, más bien transmitía su tristeza, su desazón.
De hecho, comenzó su intervención de fondo con un lamento: México…, “no merece lo que le pasa”.
A los problemas seculares que nos han acompañado –pobreza, desigualdad, exclusión, muertes prematuras, ignorancia–, se suman hoy en día nuevos azotes, indicó, como la inseguridad, el narcotráfico, las primeras consecuencias del deterioro ambiental, las penurias de nuestros migrantes.
“Y lo que es peor a mi juicio –agregó– la falta de expectativas, el desánimo y las desavenencias entre grupos y sectores.
¡México no merece eso!”
Sus reflexiones abarcaban a nuestra clase dirigente, la de todos los sectores, la de todos los niveles:
“Falta en general –indicaría– visión de largo plazo, compromiso con el porvenir, sacrificio en lo inmediato. Bien nos haría el debate informado, las propuestas por consenso, los acuerdos alcanzados para el bien de la mayoría. La puesta en práctica de soluciones que resuelvan los problemas más urgentes y que articulen el conjunto de la sociedad en su operación”.
Su tristeza devino de pronto grito de guerra. Narro Robles demandó:
-Reconocer que para contar con verdaderos conductores del desarrollo nacional, debemos aceptar que el modelo que hemos seguido ya no sirve para atender nuestras necesidades, que hay que cambiarlo y que junto al cambio se debe pensar en grande y a largo plazo
-Que hay que renunciar a las ambiciones del poder y a los resultados de la próxima elección para fijar metas para el porvenir y medios para alcanzarlos.
-Abandonar la búsqueda de culpables en la historia para definir tareas para el futuro.
-Entender que la política no se sustituye con la obediencia y tampoco con negociaciones o con falta de articulaciones.
Narro hablaba de la mano de Martín Luis Guzmán. Diagnosticaba en nuestro tiempo, como hace 100 años, “penuria del espíritu”.
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