Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Leer de prisa es tanto o más dañino que escribir a la carrera. El redactor termina por darse cuenta de que no escribió lo que quería; el lector que vuela sobre las letras y las ideas, lee lo que quiere leer, pero nunca lo escrito por el autor.
Algunos de los lectores de este espacio leen a vuelo de pájaro lo escrito, sin detenerse en la sintaxis, la intención dejada tras la puntuación o la idea, porque se escribe para convocar a la meditación y buscar propuestas o alternativas; ahora con más frecuencia para denunciar y/o apuntar los errores de las políticas públicas, cada vez más bochornosos y con mayores consecuencias para la desarticulación de la patria, pues a eso es a lo que apuestan, y es lo que he sostenido en los últimos meses: debe desaparecer la identidad nacional, para que la integración sea total, la globalización impuesta y México, como Puerto Rico, otro Estado asociado. No es tarea de un día, pero si trabajo de todos los días. Los estrategas de lo que parecía un anquilosado monroísmo, cumplen cotidianamente con sus funciones.
Si mis críticos y apresurados lectores releen con detenimiento el texto sobre el narcoterrorismo de anteayer, coincidirán conmigo en lo que allí asenté: el narcoterror es el pretexto, la justificación para que el gobierno ceda a la tentación de la dictadura, por medio de las leyes de excepción ya solicitadas, para después pasar al Estado de sitio y de allí a la mano dura, sin límites ni contrapesos. Creo que lo he dejado claro, y si no lo consideran así, aprovecho para puntualizarlo.
El narcoterrorismo no es la razón ni la causa, es el pretexto. El delicado equilibrio del modelo político y de desarrollo mexicano no lo quebraron, fundieron y destrozaron los barones de la droga que se esfuerzan por fundar un Estado dentro del Estado, que equivaldría al Estado asociado del narcotráfico, pues los beneficiarios del tráfico de estupefacientes en todas sus modalidades, son los capo de tutti capi estadounidenses, que fundaron ideológica y económicamente su imperio sobre los cadáveres de la guerra de Vietnam y las guerras estratégicas posteriores.
No, la implosión de ese delicado equilibrio es consecuencia de las políticas públicas seguidas por los sucesivos gobiernos mexicanos desde el 1° de diciembre de 1970, fundamentalmente gracias a ese fervoroso deseo de endeudamiento para aparentar que se hacía más por la sociedad, cuando en realidad lo que se iniciaba era la reingeniería social estilo estalinista, o nueva antropología, como la califica Juan José Saer. El festín de la impagable deuda externa equivale a la piñata de la irresponsabilidad, porque es necesario sumar la enajenación del sistema bancario nacional, para que a las sedes de las casas matriz se transfiera el ahorro de los mexicanos, y con él su futuro, además de pagarles el Fobaproa y sus intereses, sin contar la deuda interna y el saldo del narcotráfico.
Ciudad Madera, El Movimiento Armado Revolucionario, la Liga 23 de Septiembre, el Procup y los movimientos actuales pasando por el neozapatismo, los desplazados y los desaparecidos nunca hicieron mella en las buenas conciencias de la oligarquía totonaca, ni siquiera se conmueven porque el sistema de pagos nacional tenga más que ver con los organismos financieros internacionales y la banca que opera en México pero que no es mexicana, pues es su costumbre cubrirse con cuentas foráneas. No, lo que intranquiliza a la oligarquía, es darse cuenta de que muy pronto puede ser desplazada por los barones de la droga, quienes muy posiblemente ya cuentan con asientos en los directorios de las empresas y con poder en las organizaciones que definen y perfilan los intereses de los poderes fácticos.
No pueden establecerse analogías con el narcoterrorismo, porque no tiene referentes ideológicos, políticos, religiosos ni económicos. Lo ocurrido en Colombia no puede equipararse a lo que hoy sucede acá, en primer lugar porque esta nación empieza en el Usumacinta y termina en una valla metálica de tres mil kilómetros. Nos han convertido en el vertedero del Cono Sur y en un país cuya función es contener las hordas bárbaras que corren tras el sueño del Imperio.
En este contexto la analogía es posible: México es Tracia. Estados Unidos es Roma, y lo que podemos esperar es el Circo o el absoluto avasallamiento. Insisto, no es tarea de un día, sino trabajo de todos los días, y los estrategas estadounidenses lo cumplen al pie de la letra, mientras nuestros gobernantes piensan en cómo conservar el poder, en lugar de meditar y esforzarse por mantener unida a la nación, en crear conciencia para que no desaparezca la identidad nacional.
El narcoterror no es, entonces, la gota que derrama el vaso, sino el vaso mismo que se estrella y fisura para dejar exangüe a la nación, a la que después será fácil imponerle condiciones. Es, entonces, el tobogán a la dictadura.
Leer de prisa es tanto o más dañino que escribir a la carrera. El redactor termina por darse cuenta de que no escribió lo que quería; el lector que vuela sobre las letras y las ideas, lee lo que quiere leer, pero nunca lo escrito por el autor.
Algunos de los lectores de este espacio leen a vuelo de pájaro lo escrito, sin detenerse en la sintaxis, la intención dejada tras la puntuación o la idea, porque se escribe para convocar a la meditación y buscar propuestas o alternativas; ahora con más frecuencia para denunciar y/o apuntar los errores de las políticas públicas, cada vez más bochornosos y con mayores consecuencias para la desarticulación de la patria, pues a eso es a lo que apuestan, y es lo que he sostenido en los últimos meses: debe desaparecer la identidad nacional, para que la integración sea total, la globalización impuesta y México, como Puerto Rico, otro Estado asociado. No es tarea de un día, pero si trabajo de todos los días. Los estrategas de lo que parecía un anquilosado monroísmo, cumplen cotidianamente con sus funciones.
Si mis críticos y apresurados lectores releen con detenimiento el texto sobre el narcoterrorismo de anteayer, coincidirán conmigo en lo que allí asenté: el narcoterror es el pretexto, la justificación para que el gobierno ceda a la tentación de la dictadura, por medio de las leyes de excepción ya solicitadas, para después pasar al Estado de sitio y de allí a la mano dura, sin límites ni contrapesos. Creo que lo he dejado claro, y si no lo consideran así, aprovecho para puntualizarlo.
El narcoterrorismo no es la razón ni la causa, es el pretexto. El delicado equilibrio del modelo político y de desarrollo mexicano no lo quebraron, fundieron y destrozaron los barones de la droga que se esfuerzan por fundar un Estado dentro del Estado, que equivaldría al Estado asociado del narcotráfico, pues los beneficiarios del tráfico de estupefacientes en todas sus modalidades, son los capo de tutti capi estadounidenses, que fundaron ideológica y económicamente su imperio sobre los cadáveres de la guerra de Vietnam y las guerras estratégicas posteriores.
No, la implosión de ese delicado equilibrio es consecuencia de las políticas públicas seguidas por los sucesivos gobiernos mexicanos desde el 1° de diciembre de 1970, fundamentalmente gracias a ese fervoroso deseo de endeudamiento para aparentar que se hacía más por la sociedad, cuando en realidad lo que se iniciaba era la reingeniería social estilo estalinista, o nueva antropología, como la califica Juan José Saer. El festín de la impagable deuda externa equivale a la piñata de la irresponsabilidad, porque es necesario sumar la enajenación del sistema bancario nacional, para que a las sedes de las casas matriz se transfiera el ahorro de los mexicanos, y con él su futuro, además de pagarles el Fobaproa y sus intereses, sin contar la deuda interna y el saldo del narcotráfico.
Ciudad Madera, El Movimiento Armado Revolucionario, la Liga 23 de Septiembre, el Procup y los movimientos actuales pasando por el neozapatismo, los desplazados y los desaparecidos nunca hicieron mella en las buenas conciencias de la oligarquía totonaca, ni siquiera se conmueven porque el sistema de pagos nacional tenga más que ver con los organismos financieros internacionales y la banca que opera en México pero que no es mexicana, pues es su costumbre cubrirse con cuentas foráneas. No, lo que intranquiliza a la oligarquía, es darse cuenta de que muy pronto puede ser desplazada por los barones de la droga, quienes muy posiblemente ya cuentan con asientos en los directorios de las empresas y con poder en las organizaciones que definen y perfilan los intereses de los poderes fácticos.
No pueden establecerse analogías con el narcoterrorismo, porque no tiene referentes ideológicos, políticos, religiosos ni económicos. Lo ocurrido en Colombia no puede equipararse a lo que hoy sucede acá, en primer lugar porque esta nación empieza en el Usumacinta y termina en una valla metálica de tres mil kilómetros. Nos han convertido en el vertedero del Cono Sur y en un país cuya función es contener las hordas bárbaras que corren tras el sueño del Imperio.
En este contexto la analogía es posible: México es Tracia. Estados Unidos es Roma, y lo que podemos esperar es el Circo o el absoluto avasallamiento. Insisto, no es tarea de un día, sino trabajo de todos los días, y los estrategas estadounidenses lo cumplen al pie de la letra, mientras nuestros gobernantes piensan en cómo conservar el poder, en lugar de meditar y esforzarse por mantener unida a la nación, en crear conciencia para que no desaparezca la identidad nacional.
El narcoterror no es, entonces, la gota que derrama el vaso, sino el vaso mismo que se estrella y fisura para dejar exangüe a la nación, a la que después será fácil imponerle condiciones. Es, entonces, el tobogán a la dictadura.
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