David Aponte / Contraflujo
El encierro lo doblegó, lo hizo cambiar radicalmente o los plagiarios lo están obligando a redactar cartas para implorar que su familia pague millones y millones de dólares por su libertad. ¿Los días en cautiverio lo han orillado a claudicar en sus convicciones? ¿Los secuestradores lo presionan para la entrega del dinero?
Hoy se pueden observar dos personalidades en Diego Fernández de Cevallos, secuestrado el 14 de mayo, el antes y después: la del poderoso abogado y político de principios del año 2000 y la del hombre humillado, vejado por sus captores. Algunas estampas de su exitosa carrera profesional y política contrastan con el contenido de una carta redactada desde su cautiverio, un mensaje fechado el 10 de junio de 2010.
“¡Asunto!”, gruñía a manera de saludo cuando contestaba su número celular. Era una manera de decir: “al grano que tengo muchas ocupaciones, pero todo lo puedo resolver”. En ese entonces era el coordinador del grupo parlamentario del PAN en el Senado, al arranque del sexenio foxista del cambio. De manera recurrente, soltaba un par de frases que lo pintaban de cuerpo completo: “Con los curas y los gatos, pocos tratos”. “Sólo me humillo ante Dios”.
Hoy, según versiones periodísticas, un sacerdote hace de intermediario con los secuestradores y la familia del panista. Hoy, según una carta fechada el 10 de junio, clama para que su hijo acelere la negociación con los delincuentes: “Diego: No puedo describirte el infierno que vive tu Padre y no sé cuánto aguante más. Por ello te pido que hagas lo más rápido que puedas tu mayor esfuerzo. Ellos tienen todo el tiempo del mundo, no les corre ninguna prisa”.
A principios del 2000, El Jefe Diego llegaba al Senado en su automóvil Mercedes color plata. En aquellos días de poder, un manifestante lo encaró detrás de las vallas de seguridad: “¡Diego, fascista, te tenemos en la lista!”. “¡Diego, no puedes ocultar el oro!”. El panista reviraba con un sonoro: “¡Ni tú el cobre!”. De los ricos, desde luego se incluía en esa ralea, decía a manera de mofa: “Somos una especie en peligro de extinción. Cuídenos, aún es tiempo de evitar el peor de los ecocidios: la desaparición de los ricos. Se van a lamentar”. Sonreía y se llevaba el habano a la boca.
Hoy, según la carta fechada el 10 de junio de 2010, solicita a su hijo Diego que se apresure a cerrar un trato con los delincuentes: “Me dicen que ya te hicieron una propuesta concreta, y que tú no haz contestado en concreto con una contraoferta razonable. Tienes que hacerlo ya, de inmediato. Si no puedes llegar a lo que piden sí puedes hacer un planteamiento que demuestre voluntad de negociar, no evasivas, cualquier consejo de que le hagas al ‘pobre’ es absurdo y será fatal. Todo lo que puedas conseguir de ayuda, asegúrales que la pagaré”.
Desde su posición en el Senado, llamaba a Los Pinos. Desde su posición como panista, los integrantes del gabinete foxista marcaban a su celular para pedir consejo, ayuda. El Jefe Diego reflexionaba sobre sus compañeros y adversarios políticos: “Me necesitan y no me soportan. Me expresan simultáneamente su afecto y su resentimiento, su confianza y su recelo”.
Hoy, según la carta fechada el 10 de junio de 2010, suplica a su hijo que lo ayude a salir del cautiverio: “El sólo paso de los días no moverá a estos señores pero sí los moverá favorablemente si ven con claridad tu esfuerzo. La urgencia está de nuestro lado. No se trata de desmentir el monto que se atribuye a mi patrimonio. Eso es irrelevante. Lo urgente es que hagas una contrapropuesta lo más alta que puedas y estoy seguro que ellos negociarán. Lo urgente es negociar con toda seriedad para gestionar la entrega del dinero y mi libertad”.
Desde la cumbre del poder político y económico, el entonces senador panista e influyente abogado presumía de su papel y sus habilidades. “Yo sí sé montar a caballo, no como otros políticos”, decía en una suerte de metáfora sobre sus habilidades negociadoras.
Hoy, Diego Fernández de Cevallos pareciera ser otro hombre. ¿Sus captores lo han doblegado, lo han humillado o lo están forzando a escribir, de puño y letra, cartas para acelerar la negociación, pagar el rescate y volver a su casa? Estamos ante dos Diegos y el poder de un grupo con armas que recurre al secuestro.
El encierro lo doblegó, lo hizo cambiar radicalmente o los plagiarios lo están obligando a redactar cartas para implorar que su familia pague millones y millones de dólares por su libertad. ¿Los días en cautiverio lo han orillado a claudicar en sus convicciones? ¿Los secuestradores lo presionan para la entrega del dinero?
Hoy se pueden observar dos personalidades en Diego Fernández de Cevallos, secuestrado el 14 de mayo, el antes y después: la del poderoso abogado y político de principios del año 2000 y la del hombre humillado, vejado por sus captores. Algunas estampas de su exitosa carrera profesional y política contrastan con el contenido de una carta redactada desde su cautiverio, un mensaje fechado el 10 de junio de 2010.
“¡Asunto!”, gruñía a manera de saludo cuando contestaba su número celular. Era una manera de decir: “al grano que tengo muchas ocupaciones, pero todo lo puedo resolver”. En ese entonces era el coordinador del grupo parlamentario del PAN en el Senado, al arranque del sexenio foxista del cambio. De manera recurrente, soltaba un par de frases que lo pintaban de cuerpo completo: “Con los curas y los gatos, pocos tratos”. “Sólo me humillo ante Dios”.
Hoy, según versiones periodísticas, un sacerdote hace de intermediario con los secuestradores y la familia del panista. Hoy, según una carta fechada el 10 de junio, clama para que su hijo acelere la negociación con los delincuentes: “Diego: No puedo describirte el infierno que vive tu Padre y no sé cuánto aguante más. Por ello te pido que hagas lo más rápido que puedas tu mayor esfuerzo. Ellos tienen todo el tiempo del mundo, no les corre ninguna prisa”.
A principios del 2000, El Jefe Diego llegaba al Senado en su automóvil Mercedes color plata. En aquellos días de poder, un manifestante lo encaró detrás de las vallas de seguridad: “¡Diego, fascista, te tenemos en la lista!”. “¡Diego, no puedes ocultar el oro!”. El panista reviraba con un sonoro: “¡Ni tú el cobre!”. De los ricos, desde luego se incluía en esa ralea, decía a manera de mofa: “Somos una especie en peligro de extinción. Cuídenos, aún es tiempo de evitar el peor de los ecocidios: la desaparición de los ricos. Se van a lamentar”. Sonreía y se llevaba el habano a la boca.
Hoy, según la carta fechada el 10 de junio de 2010, solicita a su hijo Diego que se apresure a cerrar un trato con los delincuentes: “Me dicen que ya te hicieron una propuesta concreta, y que tú no haz contestado en concreto con una contraoferta razonable. Tienes que hacerlo ya, de inmediato. Si no puedes llegar a lo que piden sí puedes hacer un planteamiento que demuestre voluntad de negociar, no evasivas, cualquier consejo de que le hagas al ‘pobre’ es absurdo y será fatal. Todo lo que puedas conseguir de ayuda, asegúrales que la pagaré”.
Desde su posición en el Senado, llamaba a Los Pinos. Desde su posición como panista, los integrantes del gabinete foxista marcaban a su celular para pedir consejo, ayuda. El Jefe Diego reflexionaba sobre sus compañeros y adversarios políticos: “Me necesitan y no me soportan. Me expresan simultáneamente su afecto y su resentimiento, su confianza y su recelo”.
Hoy, según la carta fechada el 10 de junio de 2010, suplica a su hijo que lo ayude a salir del cautiverio: “El sólo paso de los días no moverá a estos señores pero sí los moverá favorablemente si ven con claridad tu esfuerzo. La urgencia está de nuestro lado. No se trata de desmentir el monto que se atribuye a mi patrimonio. Eso es irrelevante. Lo urgente es que hagas una contrapropuesta lo más alta que puedas y estoy seguro que ellos negociarán. Lo urgente es negociar con toda seriedad para gestionar la entrega del dinero y mi libertad”.
Desde la cumbre del poder político y económico, el entonces senador panista e influyente abogado presumía de su papel y sus habilidades. “Yo sí sé montar a caballo, no como otros políticos”, decía en una suerte de metáfora sobre sus habilidades negociadoras.
Hoy, Diego Fernández de Cevallos pareciera ser otro hombre. ¿Sus captores lo han doblegado, lo han humillado o lo están forzando a escribir, de puño y letra, cartas para acelerar la negociación, pagar el rescate y volver a su casa? Estamos ante dos Diegos y el poder de un grupo con armas que recurre al secuestro.
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