PARA MÍ QUE son 24. Pero George Ayittei, colaborador de la edición española de la revista Foreign Policy, los reduce a sólo 23. Casi todos tienen la piel oscura. Morenos y negros. Y hay de todo. Desde “socialistas con banco en Suiza que obligan a la gente a pagar las pérdidas económicas mientras almacenan sus ganancias personales en el extranjero, los revolucionarios de pacotilla que traicionan los ideales que les llevaron al poder y los bandoleros de guante blanco que se limitan a robar y a saquear.”
Ayittei los enlista, basándose “en sus innobles habilidades para la perfidia, la traición cultural y la destrucción económica”. Veo la relación y pienso que no son 23. Para mí que son 24.
Porque, mire usted, el inventario inicia con Kim Jon Il, de Corea del Norte, de quien el autor del artículo dice que es “un aislacionista que fomenta el culto a la personalidad y es aficionado al coñac francés, ha empobrecido a su pueblo, ha consentido que la hambruna se extendiera y ha encarcelado a cientos de miles de personas (hasta unas 200.000), al mismo tiempo que gasta los valiosos y escasos recursos del país en un programa nuclear.” ¿A poco usted también no piensa que, con esas credenciales, por acá tenemos al 24.
De Robert Mugabe, de Zimbabue, se lee entre otras gracias que “ha exprimido su economía hasta alcanzar un asombroso crecimiento negativo y una inflación de miles de millones por ciento, y se ha quedado con una jugosa porción, manipulando la divisa y las cuentas en paraísos fiscales”, tras 30 años en el poder. ¿23? No, yo insisto en que son 24.
Tercero al bat, tenemos a Than Shwe, de Birmania, “loco militar cuya única obsesión es el poder, ha diezmado a la oposición con arrestos y detenciones, negó ayuda humanitaria a su pueblo tras el devastador ciclón Nargis en 2008 y se ha enriquecido con el mercado negro de exportaciones de gas natural. Este general vanidoso y arrogante, que viste un uniforme repleto de condecoraciones que él mismo se ha concedido, es demasiado cobarde como para enfrentarse a unas elecciones honradas.” ¿A poco no encuentra usted características propias de quien podría ser el tirano 24?
Aparece más adelante Meles Zenawi, de Etiopía, “peor que el dictador marxista al que derrocó hace casi dos décadas –remember al PRI?–. Ha reprimido a la oposición y ha manipulado elecciones. Como corresponde a un auténtico revolucionario marxista, almacena millones en bancos extranjeros y, según la oposición, ha adquirido mansiones en Maryland y en Londres, mientras su régimen brutal obtiene nada menos que 1.000 millones de dólares de ayuda exterior cada año.”
Hay por aquí también –para que vea usted que sí son 24– algo de Hu Jintao, de China, a quien Ayittei define como “déspota camaleónico que atrae a los inversores extranjeros con una sonrisa y una reverencia y, al tiempo, aplasta las discrepancias políticas…”.
Si espulga con detenimiento, también encontrará cuando menos una similitud con Muamar Gaddafi, de Libia, pues se le define como “egoísta excéntrico, famoso por sus discursos extravagantes e indescifrables y su política errática, dirige un estado policial…”. Con Bachar el Assad, de Siria, nuestro 24 compartiría “su enorme aparato de seguridad (que le ) garantiza que la gente no se queje”, excepto, claro, cuando se trata de madres que reclaman las muertes de sus hijos bebés, niños o adolescentes.
Con Idriss Déby, de Chad, concuerda en exprimir “las cuentas del estado para equipar al ejército, (y en que) ha cooptado a los enemigos del líder de la oposición”, como aquí sucede con “Los Chuchos” que han dado la espalda a López Obrador.
Por muchas otras características más, insisto, la lista debería ampliarse de 23 a 24, ¿no cree usted?
Índice Flamígero: Nuestro número 24 recién ha sentenciado que “no hay fuerza superior a la del Estado”. Nada mal para un autócrata, capaz de soslayar que “la soberanía reside en el pueblo”, cual señala la Constitución que, pese a todo, aún está vigente. Nuestro número 24 también omite que “el Estado” es una entidad administrada por personas de carne y hueso, que hacen lo contrario de lo que debieran hacer y abusando de la prerrogativa monopólica de la violencia, la vuelven contra el pueblo para dominarla, reprimirla y humillarla. ¿No hay fuerza superior a la del Estado? Sí la hay. Es la sociedad, pueblo o la gente –como él lo entienda–, que incluso tiene la facultad señalada en la Carta Magna de cambiar el tipo de gobierno. Y al tipo en el el dizque gobierno.
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